Opinión. Europa ya no será la misma
Por Carlos C. Helbling Para LA NACION
Las elecciones en Alemania se han transformado en un punto de inflexión para las comunidades políticas urbi et orbi.
El resultado electoral expresa con claridad la disyuntiva que se le plantea al mundo político de hoy: por un lado, el claro desafío que implica la urgente necesidad de poner en marcha reformas estructurales de sobrevivencia; por el otro, qué discurso electoral formular para quienes las instrumenten, para que logren convencer al votante de que serán implementadas en su favor y no contra él, a pesar de los dolores iniciales que toda reforma acarrea.
La elección alemana ha enfocado como nunca hasta ahora sus reflectores sobre esta disyuntiva. Se conocen bien las medidas por adoptar. Se conoce menos cómo se ganan elecciones para llegar a ponerlas en marcha.
En lo que hace a Alemania, o se actúa ya sobre el desempleo, la falta de crecimiento, la escasa natalidad, sobre un Estado benefactor desprovisto de los recursos que impone la creciente longevidad de sus habitantes, o, por el contrario, se acepta verse superado en el futuro por otros países: Estados Unidos, China, la India u otros, en razón de sus altas tasas de productividad y beneficios sociales no tan abarcativos.
El mensaje electoral alemán repercutió rápidamente en la Europa política. Bastaron pocos días, en razón de la señalada disyuntiva electoral, para observar el rápido cambio de discurso en Francia, su vecino y aliado principal, en dirigentes como Nicolas Sarkozy, Dominique de Villepin y Dominique Strauss-Kahn, al formular sus propuestas para las elecciones presidenciales francesas de mayo de 2007.
En Alemania, luego de las elecciones, se buscaron varias combinaciones de partidos políticos, como si la política con mayúscula fuese un mero rompecabezas.
Partidos antagónicos
Finalmente, no hubo otra alternativa que recurrir a la "gran coalición" de los dos partidos mayoritarios tradicionales y rivales, con idearios y metodologías enfrentados. Lo que en 1966 ya había fracasado como "gran coalición" de los dos partidos antagónicos busca hoy rearmarse. Se dirá que ahora el universo político es diferente. Nadie deja de reconocer que en Alemania se va hacia un gobierno, una autoridad, más débil. En claro beneficio de los partidos más extremos de derecha e izquierda.
Basta pensar en la futura política exterior alemana teniendo en cuenta sus cuatro vértices más importantes: Washington, Bruselas, París y Moscú, para apreciar el difícil camino por recorrer en el futuro.
Gerhard Schröder, el canciller saliente, se recuerda, viajó durante su mandato más veces a China que a los Estados Unidos. Dio en el pasado a la política su propia impronta.
La coalición deberá definirse ahora rápidamente sobre el futuro curso de temas ya instalados en el escenario: Medio Oriente, envío de tropas, Turquía. La vieja Inglaterra no dejará de sonreír...
Para más de un líder político, lo ocurrido a Gerhard Schröder señala la fragilidad de las dirigencias: un canciller todopoderoso en un sábado de julio, hace 90 días, el día previo a las elecciones en el poderoso bastión socialdemócrata de Wesfalia del Norte -elecciones que perdió-, transformado tres meses después en una personalidad que se retira de la política.
Hace menos de tres meses el canciller, luego de perder esa importante elección regional, decidió disolver el Parlamento y llamar a elecciones generales anticipadas.
En apretada síntesis: parecería, luego de las elecciones alemanas, que el mundo europeo -en particular la Unión Europea- ya no será el mismo. En un mundo envuelto en un vertiginoso proceso de globalización, se necesitará en el futuro una mayor gravitación de una Europa desprovista de localismos hoy provinciales para contrabalancear otros liderazgos existentes o potenciales.
Todas las naciones deberán abrirse al mundo de las ideas y participar en el gran debate sobre el futuro del mundo. Alemania deberá ser uno de los protagonistas.
lanacionar