Fortalecido, el separatismo catalán se alinea para frenar el acceso al poder de los socialistas
BARCELONA.– En la era actual de fragmentación y polarización que atraviesan la mayoría de las democracias, pocas veces las urnas ofrecen un veredicto incontestable. El partido más votado no siempre acaba siendo capaz de formar gobierno, las negociaciones entre partidos se prolongan hasta el final del plazo legal permitido, y a veces, incluso se acaban repitiendo los comicios por la falta de acuerdos. Y Cataluña, agriamente dividida en torno a la cuestión de la independencia de España, no es una excepción.
Horas después del recuento de sus elecciones autonómicas, los partidos catalanes empezaron el rito habitual de apareamiento de cara a la investidura, con sus correspondientes declaraciones, requiebros y gestos.
Sin duda, Pere Aragonés, el candidato de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), es el mejor situado para convertirse en el próximo presidente de la Generalitat. Así lo dio a entender en su comparecencia de la noche electoral, en un intento de marcar el terreno de juego. “Cataluña necesita abrir una nueva etapa, y lo hará con un gobierno amplio, liderado por ERC”, proclamó el joven político, flanqueado por su mentor, Oriol Junqueras.
No obstante, el exministro de Sanidad, el socialista Salvador Illa, no renuncia a presidir Cataluña. Su partido, el Partido Socialista de Cataluña (PSC), fue el más votado pero empató en 33 escaños con ERC.
“Me presentaré a la investidura en justa correspondencia, al ser la primera fuerza política, por coherencia y convicción”, insistió hoy Illa, un oscuro político del aparato partidario hasta que la pandemia le catapultó inesperadamente .
Los socialistas señalan que las urnas alumbraron una clara mayoría de izquierdas y sugieren un posible apoyo de ERC, además de la filial catalana de Podemos, su socio en el gobierno del Estado que preside Pedro Sánchez.
No obstante, a micrófono cerrado, tanto en Barcelona como en la Moncloa, los dirigentes socialistas reconocen que esta opción es inverosímil habiendo conseguido los partidos independentistas no solo superar el umbral de la mayoría absoluta (68 bancas), sino ampliarla hasta 74 asientos en el Parlamento, recabando por primera vez en la historia más del 50% de los sufragios.
De hecho, los partidos independentistas llegaron a firmar un documento en los estertores de la campaña en el que se comprometían a no formar gobierno con los socialistas, a quienes acusan de haber sido cómplices con la “política de represión” orquestada por el anterior gobierno de Mariano Rajoy, del Partido Popular (PP) en respuesta al desafío secesionista. Incluso el propio Illa dijo en los debates por “activa, pasiva y perifrástica” que no pactaría con las fuerzas secesionistas.
Illa no es el único candidato que esboza fórmulas de gobierno que sabe imposibles para contentar a su parroquia. Aragonés ha realizado una maniobra parecida al insistir en un gabinete que apoda de “vía amplia”, y que incluiría a las tres fuerzas independentistas –Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Junts per Catalunya y La Candidatura de Unidad Popular (CUP)– además de la filial catalana de Podemos.
El cemento de esta coalición, según Aragonés, sería el apoyo de todas estas formaciones a la amnistía de los “presos políticos” y al ejercicio del derecho de autodeterminación como solución al conflicto entre Cataluña y España.
Para ERC es la fórmula ideal, ya que sería el Ejecutivo más sólido posible para entablar negociaciones con Madrid y, además, le permitiría ocupar la centralidad política. Sin embargo, hay dos elementos de esta compleja alquimia que, mezclados, suscitan una reacción volcánica: la izquierda transformadora de Podemos y la derecha nacionalista de Junts. Ambos ya advirtieron a ERC de la nula viabilidad de la “vía amplia” durante la campaña, y el día después de las elecciones reiteraron esa posición.
Así pues, lo más probable es que se acabe formando un Ejecutivo exclusivamente independentista. Ahora bien, incluso este camino está plagado de minas. Los tres partidos difieren en su estrategia para conseguir la independencia. ERC apuesta por comprometerse a fondo con la “mesa de diálogo” que pactó el año pasado con el presidente Sánchez y que se reunió una sola vez. El objetivo de los republicanos es arañar en la mesa un improbable referéndum pactado con Madrid.
Junts per Catalunya, en cambio, teledirigido por el expresidente Carles Puigdemont desde su exilio en Bélgica, lo considera una pérdida de tiempo, y defiende una confrontación con el Estado.
La CUP, por su parte, incluía en su programa realizar un nuevo referéndum ilegal como el celebrado en 2017 antes de que acabe la legislatura.
En definitiva, después del patacazo que representó la fallida declaración de independencia de hace tres años, con severas consecuencias para quienes lo impulsaron, los sececionistas no cuentan con una hoja de ruta compartida.
Mientras, en Madrid, el resultado de las elecciones ha provocado fuertes turbulencias en los dos partidos de la oposición de derecha, Ciudadanos y Partido Popular, después de su humillante derrota ante la ultraderecha de Vox.
Responsables de ambos partidos se han apurado en destacar que las dinámicas de la política catalana no son representativas del tablero estatal, y han negado que los liderazgos de Inés Arrimadas y Pablo Casado estén en entredicho.
En La Moncloa, el presidente Pedro Sánchez puede respirar tranquilo: su apuesta de enviar a Illa a Cataluña no le reportará la Generalitat, pero al menos ha sumergido a la oposición en la zozobra.
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