G20: Sophie Grégoire Trudeau dio una charla sobre feminismo y recibió medias con el pañuelo verde para su marido
Sophie Grégoire también está en Buenos Aires. La esposa del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau , vino al país para acompañarlo en la cumbre del G20 pero tiene su agenda propia. Periodista, madre de tres hijos, vocera empedernida de la lucha contra la bulimia y la anorexia, y feminista declarada, se juntó hoy en la embajada de Canadá con un grupo de periodistas argentinas para charlar sobre violencia de género .
Tiene un look clásico. Lleva puesto un vestido blanco y azul estampado (son dibujos de pequeñas hojas), unos stilettos al tono, el rostro maquillado con naturalidad (apenas se nota que tiene rouge) y el pelo atado con una cola de caballo relajada. Su discurso no combina. No es a lo que estamos acostumbrados cuando pensamos en una primera dama. Grégoire es parte de la escena, se hace dueña de su espacio. Cara visible de la campaña lanzada en junio del año pasado It’s Time: Canada’s Strategy to Prevent and Address Gender-Based Violence (Es momento: la estrategia de Canadá para prevenir y combatir la violencia de género), habla segura del lugar que le corresponde a la mujer y dice: "Cada vez que alguien comete un acto contra una mujer daña al mundo. Nacimos como iguales. La violencia a la mujer es un insulto al potencial del hombre. Los varones tienen mucho por ganar con la igualdad".
En medio de una sala armada para la ocasión, sentada en un sillón que es uno más de los que integran la ronda, esboza un español algo extranjerizante, se interesa por conocer y escuchar las propuestas de cada una de sus invitadas y pronuncia con contundencia frases como: "las inequidades que enfrentamos las mujeres no deben considerarse normales", "el control y la dominación son lo contrario a la libertad", "estamos intentando cambiar un sistema que tiene resistencias", "la lección más grande que debemos entender es que lo que se reprime debe ser expresado", "la tolerancia es condescendiente, es tiempo de la aceptación". Y remata en su español: "Ni una menos. Vivas nos queremos".
Minutos después su discurso se convierte en diálogo fluido. Escucha experiencias de activistas por los derechos de las mujeres, por la legalización del aborto, escuchó ejemplos de los problemas principales de violencia en la Argentina, la brecha salarial, la falta de Justicia, la cosificación de la mujer y también su estigmatización. Muerde la birome que le acaban de prestar y escucha los retos por delante, la preocupación por el avance de grupos conservadores en la región, por la falta de educación sexual en las escuelas, por la ausencia de representatividad femenina en los espacios de poder. La charla avanza y Grégoire es cada vez más periodista y menos primera dama. Presta atención a los datos duros, se lamenta al oír que cada 30 horas una mujer es asesinada en el país, que la ley a favor del aborto no fue aprobada.
A la hora en punto, tras compartir unos videos sobre las multitudinarias marchas que tienen lugar en los alrededores del Congreso desde 2015, que visibilizan el reclamo de las mujeres por la igualdad y el fin de la violencia y lo agigantan año tras año, la esposa de Trudeau se disculpa por no poder quedarse, se toma unas fotos con todas las presentes, algunas consiguen una selfie y ella recibe regalos: un libro de la escritora Claudia Piñeiro, otro sobre el aborto en la región, un pañuelo verde y unas medias al tono para su marido (verdes y con pañuelos dibujados en blanco), conocido por usar soquetes particulares que no son solo adorno sino que también tienen un mensaje.
Grégoire abandona el lugar pero comparte varias ideas: dice que tenemos que incluir más, que el feminismo no es una opción sino un hecho, que la derrota no es una posibilidad, que la educación es la clave, que no hay gesto pequeño.
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