Gobernar, un desafío titánico

MADRID.- Las elecciones de mañana en España son las menos inciertas que celebra el país desde, al menos, 1982. En ello se podrían comparar a las que celebró la Argentina el 23 de octubre pasado.

Claro está que en el caso de la Argentina la ausencia de incertidumbre se debía también a la claridad de los resultados de las primarias de agosto, el sueño de cualquier encuestador, una "macroencuesta" en la que la muestra y el universo coinciden.

A falta de primarias, acá lo que tuvimos es una absoluta convergencia en las encuestas: todas las publicadas antes del apagón (en España no se pueden difundir sondeos en los cinco días anteriores a la elección) coinciden en estimar una mayoría absoluta nítida del Partido Popular (PP) y un descalabro entre desastroso y catastrófico del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

¿Pueden equivocarse las encuestas? No parece probable. El sentido de la elección está anclado en la pésima percepción de la economía y lo que la mayoría juzga como una desastrosa gestión de la misma por el gobierno saliente. El presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, registra hoy la peor imagen que nunca haya acompañado a un mandatario en ejercicio (la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas le concede una valoración de 3 en una escala de 0 a 10). Apenas un 5% considera que, en general, la gestión del gobierno fue buena en estos años y, en concreto, casi un 80% cree que gestionó mal la economía. Nunca, desde que se hacen encuestas, el humor de la gente había sido tan lúgubre ni las perspectivas tan sombrías.

Pero, además, el PSOE fracasó en su intento de separar su oferta electoral del resultado de su gestión. Su candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, un experimentado político con fama de eficaz entre candilejas, resistió mal la luz cegadora del escenario. No es lo mismo cantar en el coro que ser el solista. No hubo más relato que el ya gastado de presentar al PP como una amenaza para las conquistas sociales, cuando la gente percibe al PP como más capacitado para gestionar la economía y cuando sabe que, gobierne quien gobierne, esas conquistas van a pasar por el tamiz inevitable de la falta de recursos económicos.

Mañana a la noche, el líder del PP, Mariano Rajoy, se asomará al balcón del cuartel general del partido para saludar a sus seguidores y brindarles la victoria. Será el único momento dulce que podrá experimentar en los próximos meses, por no decir años.

En esta elección, ganar es el segundo premio. Gobernar, en realidad, es la más dura prueba que puede afrontar cualquier líder. Con una economía estancada después de dos años consecutivos de caída del PBI, con una tasa de desempleo superior al 22%, con una deuda pública que se ha más que duplicado en tres años y por la que nos están exigiendo una prima que ronda los 500 puntos básicos respecto del bono alemán, con un déficit público que puede llegar al 8% este año, tras haber superado el 11 y el 9% en los dos años anteriores, y con un escenario financiero de pesadilla en el que no fluye el crédito, poner en pie la economía y reducir el desempleo se antoja una tarea titánica.

El PP va a ser, en buena medida, un ganador por default. No es una corriente de esperanza, sino de desesperación, la que le arroja al gobierno. El discurso de investidura de Rajoy no tiene más espejo en que mirarse que el de Winston Churchill en 1940. No hay forma de evitar las lágrimas y la sangre, que mucho esfuerzo y mucho sudor. No sólo el gobierno, sino toda la sociedad, tienen que ponerse manos a la obra.

El autor es sociólogo y es presidente de Inspire Consultores

José Ignacio Wert