Grieta: en la capital del Brexit, miedo y decepción por el divorcio interminable
La localidad de Boston fue el lugar donde la opción de salir de la UE logró el mayor apoyo en 2016; hoy, ante la indefinición, crecen el temor a la pérdida de identidad por la llegada de migrantes y los reclamos para concretar la separación
Boston, Gran Bretaña.- Este año, la ciudad inglesa de Boston fue elegida uno de los diez peores lugares de Gran Bretaña para vivir. Y si bien esa degradante clasificación no tuvo nada de científico, otra -mucho más seria- determinó en 2016 que no solo se trataba de la urbe nacional con menos integración social, sino, además, la que tiene el mayor índice de criminalidad del país.
Pero los récords de Boston no se detienen ahí. La segunda ciudad entre las más pobladas del condado de Lincolnshire, rodeada de tierras agrícolas y situada en la costa este del país, que durante la Edad Media tuvo el privilegio de ser el segundo puerto de Inglaterra, también se convirtió en la capital británica del Brexit, después de que el 76% de sus 65.000 habitantes votaron a favor del "leave" (partir) en el referéndum de 2016. Y lo volverían a hacer.
"Si fuera necesario, estoy dispuesto a comer pasto. Yo y mi familia. Para liberarme de la dictadura europea y seguir siendo británico". Esa frase, pronunciada al pasar en una conversación, define el fenómeno del Brexit en el interior de Gran Bretaña: el miedo a la pérdida de identidad, simbolizada, sobre todo, por la inmigración que llegó de la mano de la Unión Europea (UE).
El último censo nacional de 2011 demostró que Boston, una pintoresca urbe dominada por la torre medieval de la iglesia de St. Botoph, una de las más grandes de Inglaterra, era "la ciudad más eslava de Gran Bretaña", ya que uno de cada seis de sus habitantes es un extranjero nacido en algún país de Europa del Este.
En 2001, su población de 55.750 personas estaba constituida por 97% de británicos blancos. Con 10.000 habitantes más, en 2011, 15,1% del total era de origen extranjero.
Esas cifras permiten comprender el empecinamiento de la primera ministra, Theresa May, en evitar todo acuerdo con la UE que perpetúe la libre circulación de las personas en Gran Bretaña.
"Una cosa explica la otra", dice una especie de gigante, calvo y con anteojos de sol montados en la frente, acodado en un bar de la plaza central. El mismo que comería pasto. "Hay mucha gente acá que quisiera ver a todos los inmigrantes en un camión de ganado y despachados en una barcaza hacia Dover [en dirección al continente]. Cuando votaron en 2016, todos creían que eso sucedería de inmediato", señala visiblemente decepcionado con el retraso del Brexit.
Para que no queden dudas: la inmigración en Boston aumentó 460% entre 2004 y 2014. La mayoría de los que llegaron venían a trabajar en el campo por salarios mínimos o en plantas procesadoras. Y para que resulte todavía más claro, cuando se habla del récord de "criminalidad" que le atribuyen las estadísticas, estudios recientes demuestran que la mayor parte de esas agresiones no fueron perpetradas por los recién llegados. Más bien se trató de violencia racista, que aumentó considerablemente después del referéndum.
Contrariamente a otras aglomeraciones del interior británico, Boston no es una ciudad triste ni de aspecto abandonado. La otrora orgullosa urbe cuyos emigrantes puritanos fundaron la ciudad norteamericana de Boston, en Massachusetts, en 1630, tiene hoy una energía particular, resultado probable de la multitud de nacionalidades que la habitan. En el centro, las fachadas de los comercios son cuidadas y atractivas, mientras las calles amplias y limpias convergen hacia la atracción turística principal: su mercado, que data de la época medieval.
"Sin embargo, la mayoría de nosotros siente que nadie nos quiere aquí", confiesa Irina Rafajeva, una profesora de literatura y traductora que llegó a Boston hace más de diez años. "Desde el referéndum, mucha gente cayó en depresión. El Brexit creó una enorme incertidumbre para todo el mundo", reconoce.
Muchos amigos de esa madre de familia de 40 años decidieron partir. Para ella es un poco más complicado: su hijo, de 12 años, nació en Gran Bretaña y su compañero es un británico, que incluso votó por el "leave", convencido de que a su mujer "no le pasaría nada".
Propietario del Café de París en Bridge Street, Anton Dani nació en Marruecos, creció en Francia, tiene una esposa polaca y votó por el Brexit. Como Rafajeva, muchos de sus clientes, en su mayoría de origen extranjero, fueron partidarios del "remain" (quedarse).
Dani asegura que la cuestión inmigratoria es un problema serio porque nadie la controla. "Y nuestras infraestructuras no son capaces de integrar a toda esa gente que no para de llegar". También reconoce que quienes no piensan como él le advierten que, con el Brexit, todo será más complicado: "Dicen que habrá recesión, que mucha industrias se irán del país y que la situación de las pequeñas ciudades como Boston empeorará. No estoy seguro", afirma ese exconcejal del partido de extrema derecha UKIP.
El líder de los conservadores, Mike Cooper, también cree que la inmigración necesita ser controlada.
"Tenemos todas las nacionalidades. Polacos, lituanos, ucranianos, checos, albaneses... Pareciera que cada europeo del Este que llega al país termina en Boston. Más del 25% de nuestros habitantes proceden de esa región", se lamenta el consejero municipal, que califica ese fenómeno de "cambio masivo, casi un terremoto".
Cooper reconoce que las medidas de austeridad del gobierno conservador exacerbaron los problemas: "Boston tiene una economía de subsistencia y la alcaldía no tiene fondos para construir nuevos alojamientos".
En todo caso, la incapacidad del gobierno para aplicar los resultados del referéndum sacan de quicio a la gente. "Todos temen que finalmente el Brexit no se produzca nunca", señala Cooper.
"No habrá Brexit porque no tenemos un gobierno lo bastante enérgico como para conseguirlo. Honestamente, no es culpa nuestra. Tampoco de los gobiernos europeos. Es solo culpa del nuestros dirigentes", señala Timothy Sanders, uno de los feriantes del antiguo mercado.
No todos, sin embargo, consideran que la inmigración ha sido excesiva en Boston. Sobre todo, porque la economía agrícola de la región depende en gran parte de la mano de obra migrante. Patricia Wells, propietaria de La Verde and Co., una boutique de materiales de construcción, afirma que de las 30 personas que emplea, solo el supervisor es británico.
"Y no es porque no buscamos gente local. Simplemente no quieren hacer este tipo de trabajo. Sin los inmigrantes, tendríamos que cerrar", señala.
Madre de cuatro adolescentes, Wells repite que -a su juicio- la gente votó por el Brexit "por ignorancia".
"Sin contar con todas las mentiras que nos dijeron durante la campaña", agrega. Para la empresaria, los británicos "terminarán pagando lo mal que tratan a los inmigrantes".
"Nadie se da cuenta de que finalmente son ellos quienes producen riqueza. Cuando uno va a un hospital, nueve de cada diez no son inmigrantes que ocupan nuestro lugar: son inmigrantes que se ocupan de nuestra salud", dice.
Como muchos británicos, Wells quedó impresionada con un reciente informe del Comité Consultivo sobre la Inmigración, según el cual el aporte fiscal de los migrantes europeos en Gran Bretaña fue 4700 millones de libras (6150 millones de dólares) superior a los beneficios que recibieron entre 2016 y 2017. El documento también afirma que "contribuyen mucho más al sistema de salud de lo que consumen".
La iglesia St. Mary es uno de los puntos de reunión de la comunidad polaca en Boston. Como todos sus conciudadanos, Premezek Frankowski apoya la idea de una nueva consulta. "Siempre fui pro-UE. Creo que es mejor vivir en una unión de países que solo, aislado en un rincón", dice.
En una playa de estacionamiento, camino a la estación de tren, un grupo de hombres con gorros de lana esperan el vehículo que los llevará a trabajar a una planta de legumbres envasadas. Solo uno balbucea un poco de inglés.
-¿Por qué cree que los bostonianos no quieren a los extranjeros?
-Se quejan de nosotros -dice-. Pero ninguno quiere hacer nuestro trabajo.
La ciudad récord del referéndum
En la Edad Media, Boston era el segundo entre los mayores puertos de Inglaterra; en 1630, sus emigrantes fundaron la hoy famosa ciudad homónima en EE.UU. Entre 2001 y 2011, la cantidad de extranjeros de la población de Boston se disparó del 3 al 15% En 2016, cuando el 76% de los votantes locales apoyaron el Brexit, fue la ciudad británica con mayor índice de criminalidad
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