Irlanda recibió a Francisco con reproches y críticas por el escándalo de abusos
DUBLÍN.- Irlanda ya no es ese bastión católico que conoció Juan Pablo II en 1979. Es una tierra arrasada por el escándalo de abusos sexuales, de poder e institucionales, que en el siglo pasado fueron vergonzosamente encubiertos por la jerarquía eclesiástica. Ese es el contexto en el que fue recibido ayer Francisco, blanco de durísimos reproches y críticas.
El premier irlandés, Leo Varadkar, de 39 años, se convirtió en el primer jefe de gobierno del mundo que se planta ante el líder máximo de la Iglesia Católica, al criticarlo en forma directa y exigirle "acciones y no palabras" para detener los escándalos de abusos en el clero.
Varadkar también reivindicó lo que describió como "la modernización" que hubo en Irlanda con la reciente legalización del aborto y de las uniones homosexuales. En uno de los viajes más complejos de su pontificado -muy parecido al de Chile, en enero pasado-, Francisco se reunió, en forma privada, con ocho víctimas de abusos.
En el encuentro, Francisco volvió a condenar la corrupción y el encubrimiento que hubo en la tierra de San Patricio y usó nada menos que el término "caca", según contaron Paul Jude Redmond y Clodagh Malone, dos víctimas del drama de adopciones ilegales en hogares de madres solteras manejados por monjas.
A la reunión, que tuvo lugar en la nunciatura, asistió también Marie Collins, violada a los 12 años por un cura mientras estaba en un hospital. Figura emblemática del drama de la pedofilia en Irlanda, hace un año y medio Collins abandonó con un portazo la Pontificia Comisión para la Protección de Menores creada por Francisco, harta de las trabas del Vaticano a su trabajo de prevención.
Considerada por todo el mundo de riesgo por la bronca reprimida aquí durante décadas, la visita empezó por la mañana peor de lo previsto. Nadie se esperaba que, al darle la bienvenida el premier, de origen indio y abiertamente gay, enfrentara tan crudamente al Papa. "Santo Padre, le pido que use su cargo y su influencia para que haya justicia, verdad y recuperación de las víctimas y sobrevivientes de Irlanda y del mundo", clamó Varadkar. "Le pedimos que los escuche. Sabemos que usted lo hará", añadió el premier.
También reivindicó la "modernización" que hubo aquí con la legalización del divorcio, del aborto -aprobado en mayo pasado en un referéndum- y de las uniones homosexuales (2015). Y urgió a la "apertura de una nuevo capítulo en la relación entre Irlanda y la Iglesia Católica".
"Las familias hoy vienen de muchas formas, que incluyen esas encabezadas por abuelos, padres solos, padres del mismo sexo o padres que están divorciados", disparó el primer ministro irlandés, a pesar de que el motivo de la visita del Papa fue participar del Encuentro Mundial de Familias (ver aparte).
Varadkar reflejó el cambio abrupto que ha tenido Irlanda en las últimas décadas y el clima frío -no solo por la temperatura real- que recibió a Francisco, que no encontró las multitudes fervorosas que tuvo Juan Pablo II hace casi 40 años.
Por medidas de seguridad y cortes, casi no había gente en las calles de Dublín, decoradas con banderas del Vaticano, pero semidesiertas. Los honores al Papa solo se vivieron en la ceremonia de bienvenida -en la que hubo himnos y piquetes oficiales- en la residencia presidencial irlandesa, también llamada la "Casa Blanca Irlandesa", donde el presidente Michael D. Higgins, sociólogo y poeta, de 77 años, ofició de cálido anfitrión.
Más tarde, en el St. Patrick Hall del castillo de esta capital, el aquí llamado Taoiseach (primer ministro en gaélico), si bien agradeció al Papa su visita, su preocupación por el cuidado del ambiente y especial atención a los pobres, salió al ataque. Varadkar recordó que la Iglesia Católica fue fundamental en el pasado para cubrir el vacío en salud y educación de los irlandeses. Pero, al mismo tiempo, denunció su "legado de dolor y sufrimiento".
Mencionó las tristemente célebres lavanderías de las Magdalenas (famosas por una película); los Mother and baby homes, donde monjas maltrataban a madres solteras y luego daban ilegalmente en adopción a sus hijos "ilegítimos", y los abusos sexuales de miles de niños durante décadas.
"Son manchas en nuestro Estado y en la Iglesia Católica", señaló Varadkar, que como muchos irlandeses fue bautizado católico, pero después abandonó la Iglesia, institución ya no influyente.
"Las heridas aún están abiertas y hay mucho por hacer para que haya justicia, verdad y curación para víctimas y sobrevivientes", clamó, dándole voz a grupos que, también en la calle, reclamaron con pancartas acciones concretas de parte del Vaticano contra los abusos.
Mientras el Papa lo escuchaba con rostro adusto, con auriculares que le traducían en forma simultánea, Varadkar recordó también las tremendas revelaciones salidas a la luz en las últimas semanas sobre abusos de por lo menos 1000 chicos en Pensilvania, Estados Unidos, en el siglo pasado.
"Son historias trágicamente demasiado familiares aquí en Irlanda", lamentó, en una frase que dejó en claro por qué una visita de 36 horas, cuyo centro debía ser el Encuentro Mundial de Familias, quedó eclipsada por el aún irresuelto escándalo de abusos.
"Fracaso"
A su turno Francisco, muy serio, reconoció el "grave escándalo" causado y "el fracaso de las autoridades eclesiásticas -obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros- al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes". Admitió compartir con la comunidad católica "indignación y vergüenza" y evocó la decidida intervención de Benedicto XVI, en 2011, que aún hoy sirve "para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder".
"La Iglesia en Irlanda ha desempeñado en el pasado y en el presente un papel en la promoción del bienestar de los chicos que no debe quedar tapado" por estos hechos, recalcó, además, el pontífice argentino en su mensaje.
Francisco también recordó que el lunes pasado le escribió una inédita "carta al pueblo de Dios", en la que reiteró "el compromiso, es más, un mayor compromiso, para eliminar este flagelo en la Iglesia, a cualquier costo, moral y de sufrimiento".
A diferencia de su posterior encuentro con víctimas, una acción concreta, las palabras del Pontífice no causaron un gran impacto en la descreída tierra de San Patricio. Aquí, quedó claro, harán falta generaciones para cerrar heridas demasiado profundas.
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