Johnson lleva a un punto límite la democracia británica
WASHINGTON.- Los detractores de Boris Johnson recogieron el guante que el primer ministro británico arrojó esta semana. Los manifestantes se agolparon frente al 10 de Downing Street y en ciudades de todo el país para repudiar la controvertida decisión del primer ministro de suspender el Parlamento, que califican de "golpe de Estado". Según lo previsto, el Parlamento estará suspendido durante unas cinco semanas a partir de mediados de septiembre, lo que en teoría permitiría que Johnson esquive el bloqueo legislativo y pueda sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea (UE) con un Brexit duro y sin acuerdo, el último día de octubre.
Según el líder laborista, Jeremy Corbyn, la jugada de Johnson equivale a "un asalto exprés contra la democracia".
El Parlamento británico sufre las consecuencias de su incapacidad para concretar algo siquiera cercano a lo que prometían los impulsores del Brexit -incluido Johnson- antes del referéndum de 2016. El acuerdo de salida que la exprimera ministra Theresa May forjó con la UE fue rechazado tres veces por el Parlamento. A diferencia de sus opositores e incluso de sus rivales dentro del Partido Conservador, Johnson está más que dispuesto a sacar a Gran Bretaña de Europa de un tirón, sin acuerdo de divorcio, un desenlace que sigue siendo altamente impopular entre los británicos.
Ahora, el premier que llegó al poder con poco más de 92.000 votos gracias a una elección interna partidaria estaría en condiciones de esquivar a los representantes del pueblo para forzar una salida sin acuerdo sobre la que nadie advirtió en la campaña del Brexit. "Si el plan de suspensión del Parlamento prospera, Gran Bretaña habrá perdido su derecho a darles lecciones de democracia a otros países", señaló un editorial del diario Financial Times. "En el Reino Unido, los acuerdos constitucionales siempre respetaron ciertas convenciones. Ahora existe el peligro de que un líder inescrupuloso pisotee esas convenciones. Y eso nunca había pasado, hasta ahora, en la era moderna", añadió.
Para los analistas, hay que situar la táctica de Johnson como parte de una tendencia más amplia de gobiernos demagógicos que actualmente tiene capturada la política democrática en Occidente. "El plan de Johnson es legal, pero fuerza al límite las convenciones sobre las que se basa la Constitución británica. Su estratagema no es más que un ejemplo del cinismo que carcome a las democracias occidentales", escribió Zanny Minton Beddoes, editor en jefe de The Economist, en una nota introductoria al último número de la revista.
"En estos días, sin embargo, esas democracias corren el riesgo de ser estranguladas lentamente en nombre del pueblo. Los sistemas políticos largamente establecidos, como Gran Bretaña y Estados Unidos, no están a punto de convertirse en Estados unipartidarios, pero sus democracias ya muestran signos de deterioro. Y una vez que la podredumbre se instala, es colosalmente difícil frenarla", señaló.
Los paralelismos entre el caos en Westminster y el fermento que se cocina del otro lado del Atlántico, en Washington, son cada vez más evidentes. "Un Poder Ejecutivo despiadado está empujando los límites de lo constitucionalmente posible para lograr un resultado que nadie quiere", señaló Anne Applebaum, columnista de The Washington Post.
En un artículo en la revista de izquierda británica Prospect, Richard Evans apela a la ominosa analogía de la Alemania de la República de Weimar, cuando la democracia representativa colapsó en medio de luchas intestinas, parálisis política y conflagraciones de los envalentonados nacionalistas. "Desde principios de la década de 1930 que las reglas básicas de la política democrática de muchos países, incluidos Gran Bretaña y Estados Unidos, no corrían tanto riesgo como ahora", concluye Evans.
Esa sensación de caos e incertidumbre es la que define la política británica desde el referéndum de 2016. Para los analistas, sin embargo, el nuevo abordaje de Johnson brinda aún mayores evidencias de que ni siquiera las democracias más antiguas y respetadas de Occidente son inmunes a los mismos impulsos peligrosos que enfrentan los países con democracias jóvenes.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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