La ambivalencia occidental y árabe, caldo de cultivo de la Jihad
NUEVA YORK.- El presidente Obama fue criticado por no haber asistido a la gigantesca marcha antiterrorista del domingo en París. Esas críticas fueron acertadas. Pero es típico de la política estadounidense actual que nos enfoquemos en eso y no en lo que realmente haría que el mundo sintiera que finalmente estamos enfrentando en serio la amenaza terrorista. Y eso no sería una marcha que Obama ayude a liderar, sino una en la que no tenga nada que ver. Sería una marcha de un millón de personas contra el jihadismo, pero en el mundo árabe musulmán, organizada por árabes y musulmanes, y destinada a árabes y musulmanes.
Abdul Rahman al-Rashed, uno de los más respetados periodistas árabes, escribió el lunes en su columna en Al-Shark Al-Awsat: "Las protestas contra los recientes ataques terroristas en Francia deberían haberse llevado a cabo en capitales musulmanas, y no en París, porque en esta crisis, los involucrados y acusados son musulmanes... La historia del extremismo empieza en las sociedades musulmanas, y es gracias a su apoyo y su silencio que el extremismo se ha convertido en terrorismo que daña a las personas... Lo que se necesita es que las comunidades musulmanas repudien los crímenes de París y el extremismo islámico en general".
La verdad es que existe una enorme ambivalencia respecto de todo el fenómeno jihadista, tanto en el mundo árabe musulmán como en Europa y Estados Unidos. Esa ambivalencia comienza en la comunidad musulmana, donde existe una profunda división sobre lo que constituye hoy el islam auténtico. Cuando pretendemos decirles a los musulmanes lo que es "el verdadero islam", nos engañamos a nosotros mismos. Porque el islam no tiene un Vaticano. No tiene una fuente única de autoridad religiosa. Actualmente, hay muchos islam. Y la rama wahabita-salafista-jihadista es una de ellas, y el apoyo con el que cuenta no es insignificante.
Actualmente, existe en Europa una ambivalencia sobre qué debería exigirles un país a los nuevos inmigrantes musulmanes en términos de la adopción de los valores occidentales. ¿Tiene razón George Friedman, de Stratfor, cuando argumenta que los europeos adoptaron el multiculturalismo, precisamente, porque en realidad no querían asimilar a sus inmigrantes musulmanes y que muchos de esos inmigrantes musulmanes, que no fueron a Europa en busca de una nueva identidad sino en busca de trabajo, no quisieron asimilarse? De ser así, estamos en problemas.
La ambivalencia también recorre las relaciones de Washington con Arabia Saudita. Desde que los jihadistas tomaron el santuario más sagrado del islam en La Meca, en 1979, proclamando que los gobernantes sauditas no eran lo suficientemente fieles al islam, Arabia Saudita redobló su compromiso con el islam salafista, la versión más purista de esa fe, y la que más se opone al pluralismo y al desarrollo femenino. Ese giro a la derecha de los sauditas, combinado con los ingresos petroleros utilizados para construir mezquitas, sitios web y madrazas en todo el mundo árabe, ha inclinado a toda la comunidad sunnita hacia la derecha.
Pero los presidentes de Estados Unidos nunca confrontan con Arabia Saudita, debido a nuestra adicción al petróleo. El gobierno saudita se opone a los jihadistas. Lamentablemente, sin embargo, es muy corto el paso que separa al islam wahabita del jihadismo violento practicado por Estado Islámico. Los terroristas de Francia eran nacidos en Francia, pero se marinaron en el pensamiento wahabita-salafista a través de la Web y las mezquitas locales. No se marinaron en la lectura de Voltaire.
Además, la otra guerra civil en el islam -entre sunnitas y chiitas- impulsó a organizaciones de caridad, mezquitas y regímenes sunnitas a apoyar a los jihadistas, porque son los más feroces combatientes contra los chiitas. Finalmente, y siguen las ambivalencias, durante 60 años rigió una alianza tácita entre los dictadores árabes y sus cleros sunnitas. Ambos sofocaron el surgimiento de cualquier islam reformista, auténtico e inspirado, que pudiese reemplazar al wahabismo-salafismo.
"Los musulmanes necesitan actualizar su software, que se instala básicamente en las escuelas, a través de la televisión, y en las mezquitas, especialmente en las mezquitas chicas, donde se trafica lo prohibido", escribió el intelectual egipcio Mamoun Fandy en Al-Shark Al-Awsat. "No hay otra opción que desmantelar el sistema y reconstruirlo de modo tal que sea compatible con la cultura y los valores humanos."
En resumidas cuentas, es fácil condenar el jihadismo, pero para detenerlo hacen falta múltiples revoluciones, revoluciones para las que a su vez es necesario que mucha gente del mundo árabe musulmán y de Occidente la corten con las ambivalencias y se dejen de jugar a dos puntas.
Traducción de Jaime Arrambide
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