La apelación a un país que no quiere conflictos
Hay una frase clave en la elección que acaba de realizarse en Chile y no salió de ninguno de los dos candidatos que se enfrentaron en el ballottage. Es de Beatriz Sánchez, la abanderada del Frente Amplio que en la primera vuelta llegó tercera, con 20% de las preferencias (1,3 millones de votos): “Gane quien gane, seremos oposición”.
En el comando de Alejandro Guillier asumieron que, gestos de por medio, esos votos podrían ayudar a derrotar a Sebastián Piñera . Cierto, pero no tuvieron en cuenta en el oficialismo que el “todos contra Piñera” por sí solo no alcanzaría para ganar la segunda vuelta. Nadie esperó que el candidato de la derecha obtendría la votación más alta desde 1993, cuando ganó Eduardo Frei Ruiz-Tagle con una misión similar a la que se planteó ahora Piñera: apaciguar los ánimos de una sociedad polarizada.
Lo que definió ayer Chile estaba entre el continuismo y la profundización de las reformas de Michelle Bachelet, como la educativa, la constitucional, la tributaria, la social y la valórica, y las intenciones de Piñera y su sector de priorizar el crecimiento económico y la creación de empleos, y revisar proyectos de ley como el matrimonio igualitario, la gratuidad en las escuelas y la nueva normativa para fortalecer la defensa de los consumidores. Cómo decirlo sin infundir temor en los indecisos fue el gran dolor de cabeza de Guillier y de sus asesores.
Con frases como “vamos a meterles la mano al bolsillo a los más ricos” (para que aporten al desarrollo), el senador intentó distinguirse con fuerza de su oponente, que hará todo lo contrario y reducirá los tributos a las empresas, pero se concentró en transmitir que, pese a ello, creará más empleos y mejorará los sueldos.
Chile sigue siendo un país con un centro blando, grande, con una clase media sufriente que no quiere saber de conflictos más allá de sus grandes deudas o sacrificios. A ese sector le habló Piñera y en paralelo aseguró que movilizaría a la base de votantes de la primera vuelta. El resto caería solo: recibió hasta votos del Frente Amplio, cuyos líderes vienen un buen tiempo diciendo que no los miren a ellos como responsables del regreso de Piñera.
En menos de un mes, la educación dejó de ser un bien de consumo en el comando de Chile Vamos y Piñera reconoció que la universidad gratis de Michelle Bachelet tiene que continuar, por mucho que cueste o por mucho que vaya contra sus principios (él cree que todo en la vida debe tener un costo). El discurso de buscar la unidad y los acuerdos lo puso además como un articulador de la derecha y sirvió para coquetear con todos, mientras la Fuerza de Mayoría observaba la autodestrucción de la Democracia Cristiana, uno de sus referentes históricos, después de la primera vuelta.
A lo anterior se sumó la visibilidad de la “derecha social”, un grupo de líderes aparentemente preocupados por enarbolar banderas ciudadanas que siempre fueron del socialismo, y la irrupción de Cecilia Morel y de su popularidad en la campaña. Buscar la unidad y lograr acuerdos fueron, después de eso, estrategias de conquista que consiguieron mover electores por convicción y no porque querían evitar ser “Chilezuela”, aunque esos también fueron a votar ayer.
Lo que le faltó a Guillier quizá fue tiempo, porque mientras Piñera arrancó el camino al ballottage con dos pretendientes en el bolsillo (José Antonio Kast y Manuel José Ossandón), el derrotado tuvo que dedicar tiempo y corazón para seducir a un grupo que ya había rechazado un noviazgo futuro.
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