La burbuja de Silicon Valley: los techies pierden su encanto por el derroche absurdo
Las grandes fortunas que manejan los oligarcas del mundo digital despiertan críticas enSan Francisco, la ciudad de EE.UU. donde más creció la desigualdad en los últimos años
NUEVA YORK.- Llevar a Jan Koum a la tapa de una revista como Forbes es una elección evidente. El cofundador de WhatsApp, como dicen sus editores, representa el sueño americano. Emigró de chico con su familia desde Ucrania, tuvo que hacer cola para poder hacerse con cupones de alimentos y ahora aparece de golpe en el puesto 202 de la lista de multimillonarios, con una fortuna de 6900 millones de dólares. Este tipo de historias de éxito les encantan a los jefes de Estado de todo el mundo, que pasan en comitiva para cortejar a Silicon Valley buscando ideas para replicar en sus países.
Pero Koum también refleja la "burbuja social" que crece entorno a los techies, donde el auto de moda es el sedán eléctrico de lujo Model S de Tesla. La foto de Sergey Brin al volante de uno de color fucsia, tuneado como si fuera un Batimóvil y decorado con pestañas de acero en los faros delanteros, corrió como reguero de pólvora la pasada primavera y no causó precisamente gracia. San Francisco, según un estudio de la Brookings Institution, es la ciudad donde creció más la desigualdad en los últimos cinco años.
Esta brecha está generando un intenso debate, rabia y protestas. Las paredes y puertas de los garajes de varias casas en Atherton, el barrio más caro en todo Estados Unidos, según Fortune, aparecieron hace pocos días, justo después de conocerse la compra de WhatsApp, con pintadas en las que se podía leer: "Que jodan al 1%". Allí viven varios de los grandes ejecutivos del sector tecnológico. También en las paradas de ómnibus de Google y Facebook. Los vecinos que tienen menos no son los únicos que ponen el grito en el cielo.
John Oliver, que durante unos meses estuvo al frente del programa Daily Show, de Jon Stewart, aprovechó una gala anual en San Francisco dedicada a la innovación tecnológica para mofarse de la elite de Silicon Valley. "Ya no son los desvalidos", dijo a la audiencia, "toda una ciudad está harta de ustedes, no sólo por lo que hacen en el trabajo, sino por cómo van a trabajar". Se refería a los servicios de ómnibus privados.
"Oí que el último diseño para sus ómnibus es usar vidrios polarizados... pero, desde el interior, para no ver al peatón", remató el chiste. Hubo pocas risas en el público. Ese ómnibus es ahora el símbolo más palpable de la división que vive una ciudad que carece de vivienda a un precio asequible o de una red de transporte decente. Es el fenómeno de "gentrificación", cuando un barrio se renueva porque la gente con menos recursos es desplazada por otra de mayor nivel adquisitivo.
La cadena HBO estrena el 6 de abril la serie Silicon Valley, sobre seis programadores que intentan triunfar. Los guionistas van a tener material de sobra. Los excesos de El Lobo de Wall Street se quedan pequeños con la obscenidad del dinero en Silicon Valley. No hace un año que Sean Parker, el fundador de Naspter y primer presidente de Facebook, gastó 10 millones de dólares para su casamiento con Alexandra Lenas. Nick Bilton ya describió antes en su blog de The New York Times el derroche en las fiestas millonarias de los gurús tecnológicos, como la de David Sacks, de la red social Yammer, para celebrar su cumpleaños 40.
Google seguirá siendo la empresa más deseada para trabajar. En Twitter, un pasante puede llegar a cobrar hasta 85.000 dólares en un año. Y un ingeniero puede tener un salario de medio millón al empezar, más que en la banca de inversión. Sus fundadores presentan a las compañías como si fueran ONG, con una misión social. Pero en realidad son grandes corporaciones y de gran poder, por no dejar de mencionar la ingeniería contable de compañías como Apple para evitar el pago de impuestos desde la legalidad.
Ante esta revuelta del pueblo contra los oligarcas de Internet, como la denomina The Economist, Google hace un esfuerzo por presentarse como un buen vecino en las comunidades donde sus empleados viven y trabajan. En los últimos tres años, donó cerca de 60 millones a organizaciones como el banco de alimentos Second Haverst y patrocina el evento de voluntariado GoogleServe. Mark Zuckerberg, por su parte, acaba de donar junto con su esposa 970 millones a la Silicon Valley Community Foundation.
Pero eso no va a evitar que la elite del mundo tecnológico vaya perdiendo su encanto mientras crece la burbuja que está dividiendo San Francisco. Son los nuevos amos del universo, una expresión que antes de la crisis financiera se utilizaba para hablar de los arrogantes ejecutivos de Wall Street.
Ahí queda el desafortunado post de Peter Shih, uno de los fanáticos tecnológicos de más renombre, en el que decía que entre las cosas que más odiaba, la sexta eran los sin techo. Recibió hasta amenazas de muerte.
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