La cárcel, destino casi seguro de una estrafalaria oposición
Todo camino que no conduce a Vladimir Putin termina tras las rejas parecen indicar las últimas acciones judiciales contra los líderes opositores en Rusia.
Las Pussy Riot, el activista anticorrupción Alexey Navalny, el millonario Mikhail Khodorkovsky y la excéntrica Ksenia Sobchak (la Paris Hilton rusa) tienen varios puntos en común. Primero, su rechazo a la "putincracia". Segundo, su forma particular y algo estrafalaria de hacer política. Y, por último, un repetido final de historia en el banquillo de los acusados… o tras las rejas.
En un país donde el Poder Legislativo y el Judicial son brazos ejecutores de las políticas del Ejecutivo no es de extrañar la recurrencia. La oposición aparece así en una encerrona.
Quienes exploraron nuevas formas de atraer votantes terminaron enredados en procesos legales. Y la oposición tradicional no logra hacer mella en las urnas a un gobierno que en marzo pasado recibió el 63% de los sufragios.
Sin embargo, los sondeos de opinión muestran que la población aún espera algo distinto de sus gobernantes. Según una encuesta reciente del Centro Yuri Levada, un instituto privado ruso, un 42% de los rusos apoya hoy las periódicas marchas de protesta. El índice había disminuido, pero ahora alcanza el mismo porcentaje de cuando comenzaron las movilizaciones.
"De todas formas, el creciente apoyo de la población a las marchas contra el gobierno no debe ser interpretado como una señal de fortalecimiento de los partidos opositores", explicó a LA NACION Denis Volkov, analista del Centro Levada.
El experto describió un panorama (conocido en la Argentina) en el que la disconformidad del electorado no logra ser aprovechada por los otros partidos políticos.
"A la gente le preocupan cuestiones cotidianas, como la situación económica o la atención médica. Pero, más allá de algunos eslóganes, la oposición no presenta ningún plan convincente para resolver estos problemas", comentó Volkov.
Regla de oro
Luego de la oposición más formal, hay una lista variada de líderes que intentaron algo diferente.
Khodorkovsky, que fue el hombre más rico de Rusia, rompió la regla de oro que Putin aplica a los oligarcas rusos: mantenerse apartados de la política. Efectivamente, el multimillonario utilizó su fortuna para financiar a la oposición. En un debate televisado en 2003, le dijo a Putin: "Nosotros [los oligarcas y el Kremlin] iniciamos el proceso de corrupción, así que podemos ponerle fin". Y precisó que la corrupción en compañías propiedad del Estado se calculaba en 30.000 millones de dólares.
Crónica de un final anunciado, en octubre de ese año Khodorkovsky fue arrestado por un caso de corrupción por el que recibió una condena de 13 años de prisión. Hoy tras las rejas, el ex empresario es para Amnistía Internacional un "preso de conciencia".
Otro de los que se cruzaron de vereda fue la extravagante Sobchak, hija de un ex alcalde de San Petersburgo aliado de Putin. Ella goza de mucha popularidad como presentadora de televisión. Sus problemas con la justicia comenzaron desde que en diciembre pasado inició el camino de activista cívica en protesta por las irregularidades electorales.
Para sorpresa de pocos, dos meses atrás funcionarios de un Comité de Investigaciones allanaron su domicilio y Sobchak enfrenta hoy un proceso por evasión fiscal.
El mismo destino parece que aguarda a Navalny. El ex líder del partido liberal Yabloko abandonó usos y costumbres de su organización para convertirse en bloguero y lanzar una campaña anticorrupción desde su sitio web (www.rospil.ru) con denuncias contra un gobierno al que definió como "un partido de estafadores y ladrones".
También hubo para él novedades judiciales. El Kremlin le inició un proceso por su actuación como asesor regional en la región de Kirov. Y Navalny podría recibir una condena de diez años de cárcel.
Así también llega ahora el caso de las rockeras anti-Putin, que, insólitamente, fueron acusadas por motivos religiosos por un Estado laico. Y el resto del panorama del arco opositor no es muy sólido.
"Más allá de los casos de opositores bajo proceso judicial, sólo hay una oposición fragmentada y muy débil. En las últimas elecciones, quien salió segundo detrás de Putin, Guennadi Ziugánov, del Partido Comunista, logró apenas el 18%", recordó el analista Sebastián Vigliero, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires.
"De todas maneras, hay que mencionar que el oficialismo viene perdiendo votos en las sucesivas elecciones –agregó–. Y, si bien la población rusa prioriza con su voto la estabilidad macroeconómica, Putin sabe que tarde o temprano deberá introducir algunos cambios."
Pero cuando hay trabajo y pan en las mesas, los rusos no suelen ser amigos de los cambios rápidos.
Las luchas contra la corrupción y las mafias enquistadas en el poder siguen siendo consignas importadas que hoy no alcanzan para hacer temblar los cimientos del Kremlin.
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