La convulsión social resquebraja al sandinismo y su historia
MANAGUA.- "Yo soy sandinista, pero no danielista [en referencia al presidente nicaragüense, Daniel Ortega]. Mi Frente Sandinista ha ido perdiendo sus señas de identidad durante los 11 años del gobierno de la pareja presidencial. Es una vergüenza que esta gente esté haciendo lo mismo que Somoza". José Palacios tiene 58 años y corazón sandinista desde que subiera a las montañas para luchar por su país. Ahora es un trabajador por cuenta propia en la Nicaragua que aborrece la violenta represión oficialista contra los jóvenes, que dejó 63 muertos y que llevó a comparar a parte de los antiguos seguidores del movimiento con el dictador derrocado por su revolución en 1979.
La frase que abre esta crónica se volvió a poner de moda en las calles de Managua. Usada en otros tiempos, sobre todo tras sus tres derrotas electorales, también la repite Daniel Fernández, de 25 años, luego de servir un café, al añadir que Ortega se tiene que ir. "Perdió en una semana la confianza que para una buena parte alcanzó en 11 años", resume.
"Es un sentimiento que recorre parte de las bases del sandinismo, que guardan distancia ante crímenes tan terribles. No somos los sandinistas, es el presidente quien convirtió al Frente Sandinista en un partido personal y familiar", señaló a LA NACION el comandante revolucionario Hugo Torres, vicepresidente del Movimiento Renovador Sandinista (MRS).
Con buena parte de la oposición aplastada por el poder y por sus propias traiciones y errores, los reformistas del sandinismo preocupan tanto al clan de los Ortega que en las últimas horas se los acusó de promover protestas violentas.
Su primer candidato presidencial, Sergio Ramírez, clamó contra Ortega al recibir la semana pasada el Premio Cervantes en España. El escritor fue vicepresidente y hombre clave del sandinismo desde el triunfo de la revolución hasta la derrota de 1990.
¿Qué está ocurriendo hoy en Nicaragua? La respuesta la escribió una joven nicaragüense en su pancarta el jueves pasado durante la vigilia en homenaje a Ángel Gahona, periodista asesinado durante las protestas: "Hay décadas donde nada ocurre, y hay semanas donde pasan décadas".
El país centroamericano ya no es el mismo que comenzó este año bajo el mando férreo de Ortega y de su mujer, la vicepresidenta Rosario Murillo. Durante 11 años, apoyado en la triple alianza revolucionaria con Venezuela y Cuba, Ortega rediseñó el Estado a su medida con la intención de que ninguna versión moderna de Violeta Chamorro fuera a derrotarlo en las urnas, como en 1990. Para ello pactó con el empresariado privado, con la Iglesia Católica y con Estados Unidos, mientras tomaba todos los poderes del Estado.
Reparto
Como si de un hechicero político se tratase, Ortega empezó a mezclar los nuevos factores en su pócima de poder, siempre con el respaldo de Murillo y de sus hijos, que se repartieron medios de comunicación y muchas prebendas.
Solo le faltaba dinero para compensar la toma de las instituciones, desde la Corte Suprema de Justicia hasta el Consejo Nacional Electoral. Y este, en forma de dólares y petróleo, llegó desde la Venezuela de su amigo Hugo Chávez.
"El dinero de la cooperación venezolana garantizó el apoyo de la base clientelar del sandinismo y a la vez convirtió a aquel país en el segundo mercado para los productos nicaragüenses, como carne y porotos. Eso generó mucho dinero circulante y el sentimiento de liquidez monetaria entre la gente", desvela Ana Margarita Vijil, expresidenta del MRS y una de las jóvenes políticas con más futuro en el país.
El economista Adolfo Acevedo estudió la influencia venezolana en la economía nicaragüense, que llegó a convertirse en la segunda que más crecía en su región gracias a los 30.000 barriles de petróleo por día, a pagar en 25 años con un interés del 2% y la mitad en especies.
Desde 2016 empezó a decaer tan beneficioso negocio, hasta llegar a los 10.000 barriles actuales, a lo que hay que restar el cese de las importaciones venezolanas, lo que deprimió al mercado local.
A pesar de los desperfectos económicos provocados por el derrumbe venezolano, las denuncias por las trampas electorales de 2016 y la asfixia por la falta de libertades políticas, "Ortega estaba tranquilo en su trono de poder", reconoce Vijil. Pero la reforma del sistema jubilatorio, que gravaba a los habitantes para tapar los agujeros de la corrupción y el clientelismo político, fue el detonante que sacó a los estudiantes a la calle.
El epílogo de esta rebelión popular está todavía por escribirse. Y también el apoyo del sandinismo crítico al comandante Ortega, a quien le gustaba repetir a sus más cercanos en medio de las celebraciones partidistas: "Yo soy el Frente Sandinista".
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