La derecha española se pelea y facilita el camino de Sánchez en las elecciones
MADRID.- La peor y más inoportuna crisis por ver quién manda se desató en el bloque de derecha para las elecciones españolas del próximo domingo, con el riesgo de espantar al votante y amenazar cualquier posibilidad de desplazar del Palacio de la Moncloa al socialista Pedro Sánchez .
"Que eres un traidor..., que eres un chaquetero (oportunista)..., que eres un mierda". Expresiones de este tipo se lanzaron dirigentes del liberal Ciudadanos y del conservador Partido Popular (PP), a solo tres días de las elecciones, lo que dejó en evidencia la falta de armonía entre los potenciales aliados.
Ni lerdo ni perezoso, Sánchez, cuyos adláteres ya ensayan cara de victoria, hizo leña con la inocultable pelea entre sus adversarios. "Si no son capaces de gobernarse a sí mismos, cómo pretenden gobernar a España", dijo, lapidario.
También la derecha radical de Vox, que hace su propio juego y que básicamente ataca a la política tradicional, hizo caldo del escándalo que regalaron sus potenciales vecinos de bando.
La inocultable tensión entre los jóvenes Pablo Casado, líder del conservador PP, y Albert Rivera, del liberal Ciudadanos, fue el regalo del día tanto para los socialistas como para Vox.
El desencadenante fue el pase de un dirigente de peso del PP madrileño -Ángel Garrido- a las filas de Ciudadanos. Pero no tanto la maniobra como la forma en la que el PP gestionó lo ocurrido: casi como una mujer que reclama divorcio a un marido infiel.
"Traidor, oportunista, mentiroso y... mierda", fueron las expresiones que dirigentes del PP dirigieron tanto al tránsfuga Garrido como a sus pares de Ciudadanos, cuya captura compararon con "una puñalada por la espalda".
Durante horas, la histeria corrió de bando a bando, mientras la izquierda y la derecha radical se frotaban las manos.
"Más que insultarnos, los del PP tendrían que preguntarse por qué se les va la gente del partido", atacó el propio Rivera, al que hasta ahora se percibía como aliado de Casado.
Para subrayar la idea, Rivera aseguró que su partido, que tradicionalmente figuró por detrás del PP, "está a muy poco" de superarlo.
La idea quedó clara: lo ocurrido fue una batalla brutal y sobre la hora por ver quién de los dos es más fuerte. Una pulseada inoportuna que, de todos modos, se probará a la hora de la cena de pasado mañana, cuando se abran las urnas y se vea qué dicen los votos.
Al final del día, el propio Casado se sumó al ataque contra sus vecinos de bando. "No sé si se puede confiar en Ciudadanos. Me parece que pueden hacer alianza con el socialismo de Sánchez", deslizó.
Contra todo ese desenfreno, la única que pareció gestionar la crisis fue la hispanoargentina del PP Cayetana Álvarez de Toledo.
"Bueno, tampoco es que (Garrido) sea Churchill", dijo, al intentar hacer lo que cualquier otro estratega hubiese hecho. Esto es: intentar que la crisis no ensuciara el tramo final de la campaña.
Pero lo suyo fue un gesto aislado. Todo lo demás fueron baldazos de vereda a vereda. La jornada terminó con el votante de derecha un poco más desconcertado y el de izquierda, aplaudiendo hasta con los pies.
Las elecciones son el domingo y las encuestas prevén resultados ajustados ante un panorama de fragmentación que obligará a hacer alianzas para formar gobierno.
Después del cruce de insultos, es un poco más difícil imaginar un entendimiento en el que convivan Casado y Rivera. Una situación que no deja de ser paradójica, ya que la derecha apostaba fuertemente a esa alianza.
La fórmula ya funciona en Andalucía, donde en las elecciones regionales de diciembre pasado fue capaz de desalojar al socialismo que gobernaba allí desde que España recuperó la democracia.
A todo esto, Ángel Garrido, el hombre cuyo súbito pase de partido desató la batalla, era hasta ayer el presidente del PP en la poderosa región de Madrid.
Su decisión pudo estar alimentada por la venganza. Casado lo desplazó por una figura sin experiencia, Isabel Díaz Ayuso, que cada vez que habla regala un titular para la carcajada.
La última, que si algo caracteriza a Madrid son los embotellamientos de tránsito, y que es "una pena" que la alcaldesa de izquierda los esté eliminando. Dicen muchos que Garrido tenía motivos para estar enojado.
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