La diáspora iraquí condenó los ataques
AMMAN, Jordania.- Durante la Guerra del Golfo, cientos de miles de iraquíes cruzaron la frontera hacia este país para refugiarse de los estragos de la batalla. Pero el paso de personas oriundas de las tierras de Saddam Hussein hacia este reino islámico no obedece exclusivamente al desarrollo de conflictos armados.
Desde motivos de trabajo y búsqueda de mejores condiciones de vida hasta el exilio político, la llegada e instalación de iraquíes en esta capital resulta cosa de todos los días. Y si hay alguien con autoridad para pronunciarse sobre el ataque de los Estados Unidos e Inglaterra, seguramente será un ciudadano común y corriente que ha debido presenciar tanto los horrores de la guerra como la crueldad o bondad -según quién opina- de las experiencias cotidianas en Bagdad.
La Nación encontró entre los iraquíes residentes en Amman variedad de posturas sobre las circunstancias de la realidad bajo el dominio de Saddam. Sin embargo, los puntos de vista coinciden al evaluar el ataque de Occidente: en mayor o en menor medida, nadie deja de condenar la actitud norteamericana.
"Si nuestra gente tiene problemas, nosotros mismos deberíamos buscar una solución", parece ser la consigna generalizada entre los nacidos en el vecino país, que condenan principalmente el uso de armas contra Bagdad y la existencia de objetivos civiles.
Una familia diezmada
Así se deduce, por ejemplo, del relato de Joe (cuyo nombre verdadero pidió reservar por razones obvias). El hombre, de 48 años, sufrió en la capital de Irak el desastre de la operación Tormenta del Desierto: perdió, en esa oportunidad, a varios familiares alcanzados por las bombas. Desde entonces se dedica a transportar pasajeros en su taxi, tarea que le demanda viajes permanentes desde y hacia Jordania. Ahora está aquí, pero cerca de la medianoche del martes presenció la caída de los primeros misiles sobre Bagdad.
"Sabíamos que iba a suceder, así que no nos sorprendió. Las representaciones diplomáticas se habían llevado a su gente, los inspectores de la ONU se estaban retirando. Y, finalmente, sonaron las sirenas", describió Joe el escenario del ataque que observó junto con su esposa, sus cuatro hijos y otros parientes.
"Ellos siguen allá. Estoy muy preocupado, al igual que el resto de los iraquíes. Todos pensamos que no es correcta. Existen regulaciones de la ONU que se deben seguir. Y simplemente fueron violadas", detalló en medio de decenas de otros taxistas compatriotas que apoyaban sus palabras.
También comentó que su conducto de salida de Irak, anteayer, fue la delegación rusa que traía como pasajeros: "A quienes trasladan pasajeros comunes no se les permite el acceso a este país desde el segundo día del conflicto. Son muchos los que quedaron del otro lado por el cierre de la frontera".
Luego arremetió contra Clinton: "Para atacarnos en 1991, la defensa de Kuwait fue una excusa. Pero no les interesan las cuestiones humanitarias. Y no tienen por qué interferir ahora en un país que no les pidió que intervinieran. Nosotros debemos actuar si tenemos intenciones de terminar con el poder de Saddam".
"Igual que en Malvinas"
Los argumentos de Joe continuaron. Indicó, en un perfecto inglés que "los Estados Unidos no pueden decir a nadie que cuenta con 48 horas para abandonar su tierra". Y, para sorpresa de la cronista, remató: "Es lo mismo que hicieron los ingleses a la Argentina con las Malvinas".
El joven Kaisser Al Reda defenestró a Saddam. Alcanza simplemente con saber que este muchacho de 30 años se recibió de ingeniero en Bagdad y debió trasladarse a Jordania para vender, al costado de una ruta en las afueras de esta capital, desde higos secos hasta borceguíes.
"Soy joven, profesional y no consigo trabajo en mi país. Pero para sobrevivir tuve que llegar hasta aquí, donde gano más dinero aunque sencillamente se trate de comerciar esta mercadería", dijo.
Pese al rechazo por Saddam, Al Reda no dudó en condenar por igual a los Estados Unidos: "Ellos no pueden solucionar nada. Después de las bombas, para nosotros todo será como antes del ataque. Sólo la gente, de Norte a Sur y de Este a Oeste, tiene la capacidad de cambiar las cosas".
Su amigo Hesham Ferej lo acompaña en las idas y venidas entre Irak y este reino árabe para vender baratijas junto a la ruta. La reflexión en voz alta de este otro iraquí respecto de lo que acababa de decir su compatriota cerró la conversación.
"Saddam no es bueno para la gente de Irak, el pueblo no lo quiere. Pero tampoco habla, porque el precio puede ser la muerte."
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