Crónicas norteamericanas. La guerra virtual del nuevo milenio
MIAMI.- De todas las guerras recientes que los Estados Unidos libraron -Guyana, Panamá, el Golfo Pérsico-, la que parece estar a punto de comenzar con Irak es, en cuanto a su impacto en la opinión pública, la más desabrida.
Y no es porque sus efectos resulten menos trágicos o sus secuelas menos traumáticas. Pese a las escasas bajas que las fuerzas aliadas sufrieron en la Guerra del Golfo, miles de veteranos padecen hoy de una amplia gama de síndromes y trastornos de gravedad, consecuencia de haber sido expuestos a una variedad de agentes tóxicos y otras calamidades que todavía son investigadas.
Por más que muchos militares hablen de "operaciones quirúrgicas", es muy improbable que esta guerra pueda alcanzar niveles "quirúrgicos" de precisión, sencillamente porque, como advierte Tom Clancy en un artículo en The New York Times, "es muy difícil practicar cirugía con una bomba de 2000 libras".
Pero lo que más llama la atención es la indiferencia con que los norteamericanos ven aproximarse esta contienda y la ignorancia general acerca de sus causas, sus objetivos y sus consecuencias, situación que ninguna campaña de esclarecimiento ni ningún vocero oficial se han esmerado en atenuar.
"Demonización" de Saddam
Uno de las principales razones de que este conflicto haya podido escalar virtualmente sin oposición, es la "demonización" de Saddam Hussein en los medios. Y no es que el hombre no haga lo apropiado para merecer un lugar en el infierno. Se trata, simplemente, de que su vileza se volvió tan inobjetable y sus motivos se juzgan a priori tan abyectos, que cualquier cosa que alguien se proponga hacer con Irak, desde el estrangulamiento económico hasta el bombardeo nuclear, le parece a todo el mundo tan normal como aceptable.
Los comentaristas rivalizan en la televisión y en los diarios, proponiendo soluciones extremas, como si Irak fuera una fortaleza sólo habitada por Saddam y sus secuaces. Los debates abundan en referencias a los posibles efectos de los misiles de crucero Tomahawk o a las bombas de penetración de 5000 libras abordadas con la liviandad con que se analiza un partido de béisbol. George Stephanopoulos, el ex asesor principal de Bill Clinton y hoy comentarista de la cadena ABC, sugirió públicamente no hace mucho que lo que lo que se debía hacer era mandar a asesinar a Saddam Hussein. "Puede no ser legal, pero no es inmoral", sentenció.
La segunda causa del escaso interés público por la eventualidad de una guerra, es que todo lo referente al conflicto con Irak rivaliza con la información acerca del escándalo de Clinton y Monica Lewinsky. Es más fácil interesar al público con los detalles íntimos de lo que sucedió tras las puertas de la Sala Oval entre el presidente y la pasante, que con las andanzas de los portaaviones por las aguas del Golfo Pérsico.
Esta disparidad informativa crea una curiosa situación: los adictos a las teorías conspirativas no parecen decidir aún si se enrolan en la hipótesis de que la guerra con Irak ha sido promovida para desviar la atención pública del escándalo sexual en la Casa Blanca, o en la que asume, por el contrario, que el escándalo sexual en la Casa Blanca es, en realidad, un velo tendido para desviar la atención por la guerra con Irak.
La guerra por TV
La tercera causa es, tal vez, la más inquietante y es la que asocia la guerra a un juego de video. A diferencia de lo que sucedió en 1991, cuando el poder militar de Irak fue presentado a la opinión pública como el tercer ejército más poderoso del mundo, el Irak de hoy es percibido más como un "puchinball" que como un contendiente. Y el fenómeno de la guerra vista por televisión como una sucesión de pantallas de computadora, inaugurado en la primera Guerra del Golfo, tiene el efecto de disociar la noción de bombardeo de la noción de catástrofe o de tragedia. La guerra es hoy, para mucha gente, una suerte de realidad virtual donde ni el dolor, ni la muerte, ni la destrucción son enteramente verídicos.
Ni siquiera Saddam resulta totalmente real. Su demonización lo metamorfosea en un personaje de historieta y la premisa de su eliminación es nominal.
Los analistas militares coinciden en que será virtualmente imposible destruir a Saddam o a su arsenal de armas bacteriológicas (si efectivamente existe) utilizando sólo el poderío aéreo y está claro que esta administración no se dispone a arriesgar vidas norteamericanas en una invasión terrestre. De modo que todo el montaje de la maquinaria militar y su eventual despliegue sobre Irak parecen conllevar el mero propósito de forzar a Saddam a aceptar las inspecciones de las Naciones Unidas. ¿No se advierte una cierta desproporción entre el fin y los medios?
Tal vez lo que se avecina sea, en realidad, una muestra de lo que serán las guerras en el nuevo milenio, conflictos tan oscuros como imprecisos que, como tantas otras cosas, podrán seguirse desde un sitio en el Internet.
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