La influencia papal encuentra sus límites
Cuando Francisco asumió su pontificado, en marzo de 2013, muchos pusieron sus esperanzas en que así como un papa de Europa Oriental había ayudado a hacer caer el comunismo, uno latinoamericano contribuiría a alejar a la región de la deriva populista, que por entonces no daba señales de retroceder.
Los vientos de cambio terminaron llegando a la región, pero no gracias al Papa, sino más bien a su pesar. Los que antes lo veían como una esperanza, hoy lo ven como el último faro de resistencia de los proyectos nacionales y populares que ejercieron de manera hegemónica el poder a lo largo de la última década. El milagro de Francisco parece haber sido que sin sonrojarse el autodenominado progresismo hoy se alinee detrás de la jerarquía de la Iglesia Católica.
El pensamiento de Francisco era una incógnita cuando fue elegido, incluso para los argentinos. Por su llegada a la gente, no tardó en convertirse en una figura de innegable referencia. Al enfrentarse a las viejas estructuras de la Iglesia y marcar nuevos rumbos, a nivel mundial el Papa logró cimentar una imagen de héroe en un planeta al que le faltan héroes. Pero su mirada de los ciclos políticos de la región no ha despertado igual grado de unanimidad. En todo caso, su influencia política parece haber sido sobreestimada.
Francisco estuvo en el bando de los perdedores en los tres giros que cambiaron el rumbo de los tres países más grandes de la región en el último año: el triunfo electoral de Mauricio Macri que marcó el fin del kirchnerismo en la Argentina, la salida del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil por medio de un impeachment a Dilma Rousseff y el rechazo de los colombianos en un referéndum a los acuerdos de paz con las FARC. El Papa había atado su visita a Colombia a un eventual triunfo del sí, y también dejó en el limbo el regreso a su tierra.
El cuarto giro, se suponía, iba a ser el referéndum revocatorio contra Maduro. Pero aterrado por haber perdido el voto popular que lo ayudó a mantenerse en el poder desde 1999, el chavismo paralizó el proceso constitucional que había lanzado la oposición para acelerar la transición de un ciclo político agotado. Human Rights Watch denunció que la situación humanitaria de Venezuela se parece a la de un país en guerra.
Incluso sectores moderados coincidieron en decir que en Venezuela el freno al revocatorio había hecho caer definitivamente la máscara democrática del chavismo. Y entonces a Maduro, en el momento más crítico de su mandato, le llegó el salvavidas de Francisco.
Una de las preocupaciones de la Iglesia era que no hubiera sangre en las marchas convocadas a partir de hoy. Tal vez esa haya sido la intención de Francisco, que parece haber dado un nuevo paso en falso luego de que buena parte de la oposición desconociera el diálogo y se decidiera a seguir adelante con su plan de lucha.
La oposición, en todo caso, tiene sus razones para desconfiar. Primero, porque con los diálogos convocados hasta ahora Maduro sólo intentó ganar tiempo. Y segundo, porque tal vez esperaban un pronunciamiento más firme de la diplomacia vaticana sobre las violaciones a los derechos humanos del chavismo.
No hay demasiada novedad en esto. Los "tirones de orejas" a Rafael Correa y Evo Morales en su gira latinoamericana del año pasado ya habían dejado gusto a poco en países que vienen denunciando distintos grados de autoritarismo de sus gobiernos.
Algunos esperan un apoyo más explícito del Papa a los procesos democráticos. Su mayor logro diplomático, el deshielo entre Cuba y Estados Unidos, hasta ahora tuvo dos grandes ganadores: el régimen de los Castro y las empresas norteamericanas. ¿Los cubanos? Bien, gracias. Especialmente los presos políticos, que esperaron en vano un mensaje de aliento cuando Francisco visitó la isla en septiembre del año pasado. Tal vez por eso Leopoldo López fue ayer el primero en rechazar la iniciativa de diálogo.
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