Alerta en EE.UU. por el huracán: gigantescos operativos de salvataje. La larga noche de terror en Nueva Orleáns
Cientos de personas fueron rescatadas de los techos de sus casas; la ciudad está aislada y bajo el agua
NUEVA ORLEANS.- Pasaron la noche temblando en los techos golpeados por las olas, se refugiaron en pequeños desvanes temiendo que se convirtieran en ataúdes, improvisaron botes con desechos y rescataron bolsas de papas fritas y pañales que flotaban a la deriva.
Para cientos -si no miles- de personas en Nueva Orleáns, el huracán Katrina dejó una devastación inimaginable, pero les dejó un pobre y exasperante consuelo: podría haber sido mucho, pero mucho peor. Gracias a que la monstruosa tormenta viró hacia el Este poco antes, la ciudad se salvó del embate directo. Pero no de las inundaciones, que dejaron la ciudad a la merced del avance de las aguas.
Lugares como los distritos séptimo, octavo y noveno, habitados sobre todo por negros y pobres, sufrieron las peores consecuencias. Las calles de esos barrios son hoy pantanos de basura en lugar de simples vías de canalización. Aunque las cloacas no están dañadas, el agua está contaminada. También flotaban varios cuerpos humanos, aunque aún no se sabe cuántos son en total los muertos.
"Lo único que sé es que los relámpagos no paraban. Fue una tempestad incesante. Nunca pensé que sería así", dijo María Morris, de 29 años que fue rescatada de un altillo junto con su esposo y otras tres personas horas después de la tormenta.
El alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin, informó que 200 habitantes llamaron al servicio de emergencias 911 durante la tormenta para decir que estaban aislados en techos de edificios y viviendas, pero ésos fueron los pocos afortunados cuyos teléfonos convencionales y celulares funcionaban.
Muchos otros tuvieron que esperar horas para ser rescatados. O debieron pasar la noche a la intemperie bajo un cielo sin luna, totalmente a oscuras y con la posibilidad de que aparecieran ratas, cucarachas, y otras alimañas.
Incluso con la claridad del día, los trabajos de rescate fueron muy lentos. No hay trazados de canales. La mayoría de los carteles y cercos están bajo el agua. Los cables cortados de alta tensión y los árboles derribados amenazaban con averiar las hélices de los botes y un choque podría hacer caer a los rescatistas al agua mugrienta.
"Hay miles de personas allá afuera. Sólo en la avenida Franklin hay cientos. Estuve allí y todo lo que se ve es agua", indicó el cabo John Jarreau, de la Guardia Nacional de Louisiana. "Mucha gente no tenía adónde ir y se quedó en sus casas. Ahora tenemos que sacarla de allí", agregó, poco antes de que las autoridades ordenaran la evacuación de toda la ciudad.
Otro guardia, el capitán Jarvis Perry, vio a la familia Nash -la madre, sus cuatro hijos y una abuela- que esperaba en el umbral de su vivienda con el agua hasta la cintura y llorando. Perry y un amigo encontraron un bote y los rescataron. La familia debió ser dividida durante el rescate, lo que puso furiosa a la madre, Joyce Nash, de 33 años. "Nos aguantamos la tormenta y la inundación. Y ahora nos separan. No es justo", exclamó.
Volver a empezar
Pasarán semanas antes de se logre desagotar toda el agua de la ciudad. Luego se iniciará, casa por casa, la búsqueda de víctimas mortales. Y luego vendrán la limpieza y la reconstrucción. La devastación amenaza con convertir a Nueva Orleáns, una de las urbes norteamericanas más pobres y con mayor índice de delitos, en una ciudad aún más pobre y con más delitos.
Nueva Orleáns acababa de completar en el centro de la ciudad una ambiciosa obra de reconstrucción de 4000 millones de dólares -hecha añicos como tantos vidrios de escaparates diseminados en las calles de ese distrito- y trataba de limpiar las villas de emergencia y ayudar a los pobres a comprar su propia casa. "Ibamos tan bien, y ahora sucede esto", se lamentó el alcalde Nagin, sacudiendo la cabeza. El funcionario añadió que tenía la esperanza de que su ciudad se recobrara como lo hizo Miami después del paso del huracán Andrew, en 1992.
Sonjid Cook, una enfermero de 35 años, no está tan seguro. Junto con su esposa y dos hijos pequeños iban de un lado a otro por la autopista interestatal 10 en su automóvil todoterreno, hoy su única pertenencia.
"Esa es mi casa", dijo Cook señalando un techo cubierto de agua. "Adentro está nuestro perro -agregó-. Se llama Ko y quizás haya muerto. Y si no, lo estará cuando lo encontremos. Hemos perdido todo. No sé cómo saldremos de ésta."
Por lo menos, Cook esperaba conseguir pañales. En un supermercado inundado, varios hombres con el agua hasta el pecho recogían bolsas de papas fritas y todo lo que flotaba por ahí. "¡Eh, consíganme unos pañales!", les gritó Cook. Uno de los hombres lo insultó, mientras un policía les sacaba fotografías a los saqueadores, que prosiguieron tapándose la cara.
Traducción de Luis Hugo Pressenda