La nueva fase de la crisis redibuja los límites de la grieta brasileña
Los argumentos que esgrimían la derecha y la izquierda tras la salida de Dilma se cayeron tras las últimas revelaciones; el reclamo para que Temer renuncie une a los sectores
RÍO DE JANEIRO.- El año pasado, en medio de la fuerte polarización política que generó el impeachment a Dilma Rousseff , Erika Campelo y Vinicius Gusmão salieron a las calles de Río de Janeiro para manifestarse, por separado, en un claro reflejo de la fractura que dividía a la sociedad. Ella, abogada y de derecha, marchó a favor del juicio político; él, comerciante y de izquierda, en contra del "golpe" para sacar al Partido de los Trabajadores (PT) del poder. Ayer, ambos volvieron a protestar en Copacabana, aunque con el mismo objetivo: presionar por la salida del actual mandatario, Michel Temer , y exigir la celebración de elecciones directas. ¿Comienza la grieta brasileña a zanjarse?
En apenas 12 meses, los vertiginosos acontecimientos de la política brasileña tiraron por la borda muchos de los argumentos de uno y otro lado, y desgastaron muchísimo a las tres principales fuerzas políticas del país: el PT, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB, de Temer) y su principal socio hoy, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
Desde la izquierda se había acusado a los medios tradicionales, en especial al conglomerado Globo, de estar detrás de los intentos desestabilizadores y se había acusado a la operación Lava Jato de ser parcial, de actuar como un instrumento del establishment contra el modelo instaurado por Luiz Inacio Lula da Silva para reducir las desigualdad. Pero fue el propio diario O Globo el que dos semanas atrás destapó el escándalo de sobornos del frigorífico JBS que puso a Temer a un paso del abismo. Ademas, la Lava Jato dejó a Eduardo Cunha, ex jefe de la Cámara baja y principal instigador del impeachment, tras las rejas.
Desde la derecha se había apuntado que el origen de la recesión y la crisis política era el "modelo lulo-petista de corrupción" y que la sustitución de Dilma por Temer, su vice, traería crecimiento y estabilidad. Sin embargo, la recuperación económica aún no se ha consolidado, el desempleo sigue creciendo y, desde que Temer asumió el mando del Palacio del Planalto, siete de sus ministros cayeron por diversas acusaciones, ocho son sospechosos de haber recibido coimas de Odebrecht. Y el mismísimo presidente está investigado por intento de obstrucción de la justicia, corrupción pasiva y asociación ilícita.
"El gobierno de Temer ya no puede sustentarse. No ha dado los resultados económicos que se esperaban y ahora encima se revela que es igual o más corrupto que los petistas. Tiene que irse", afirmó a LA NACION la abogada carioca Campelo, de 37 años. Con ella coincidió -sorpresivamente para él- el comerciante bahiano Gusmão, de 42 años. "Cuanto más tiempo permanezca Temer en el poder, peor será para el país. Lo que necesitamos son elecciones directas ya; no dejar que el Congreso, con más de 200 legisladores denunciados, elija al próximo presidente. Tenemos que acabar con esta crisis de una vez por todas", destacó.
Según la Constitución brasileña, como ya se pasó de la mitad del actual mandato, si el puesto de presidente quedara vacante, al no haber vicepresidente, asumiría el poder interinamente el titular de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y en un plazo de 30 días debería convocar a elecciones indirectas; es decir, el Congreso sería el encargado de elegir al sucesor de Temer hasta los comicios generales de octubre de 2018.
"La gente está perpleja y confundida. La izquierda construyó un relato de conspiración de la derecha con los medios, los empresarios y la Lava Jato que ya no tiene sentido. La derecha pensó que el alejamiento del PT serviría para dar vuelta la página en términos de corrupción y permitiría el saneamiento de la economía; no fue así. Ahora todo el mundo está igualmente indignado y quiere una salida urgente de la crisis", apuntó María Herminia Tavares de Almeida, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de San Pablo.
La sensación de desconcierto se extiende también a los medios. Esta semana, mientras Globo -que el año pasado apoyaba el impeachment- pedía la renuncia de Temer, desde el diario Folha de S. Paulo -que abogó por la renuncia tanto de Dilma como de Temer el año pasado-, uno de sus consejeros editoriales, Marcelo Coelho, calificó de "irresponsable" a la cadena televisiva.
Para el sociólogo José Mauricio Domingues, de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, el impeachment no fue una conspiración, sino una "confluencia momentánea" de las acciones de agentes que tenían objetivos diversos, entre ellos Globo, que impulsaba las reformas económicas neoliberales propuestas por Temer. Hoy, esa confluencia ya no existe más y, frente a las revelaciones de las investigaciones de corrupción de la Lava Jato, las reformas quedaron paralizadas debido a la debilidad del actual gobierno.
"La grieta sigue abierta, pero hay también una coincidencia entre una parte creciente de la población sobre el hecho de que el sistema político está roto. No es, al menos todavía, un «que se vayan todos», pero hay un sentimiento de que estos políticos ya no sirven", opinó.
Más allá de lo que ocurra con Temer en los próximos días, en el horizonte cercano una eventual condena de Lula por corrupción podría profundizar las divisiones políticas entre izquierda y derecha.
"Las cicatrices van a demorar en cerrarse; antes tenemos que renovar el liderazgo político. Seguimos siendo gobernados por caciques que impidieron una verdadera regeneración y alimentaron la histeria política para su propio beneficio con discusiones polarizantes", subrayó el analista político Rudá Ricci, director del Instituto Cultiva, en Belo Horizonte, y autor del libro En las calles: la otra política que emergió en junio de 2013, sobre la ola de protestas de aquel año.
Sea quien sea el próximo presidente de Brasil -sea elegido por elecciones indirectas o directas-, su gran desafío será unificar el país.
"Se tiene que reconstruir un centro, un espacio de diálogo en el que haya convergencias básicas sobre el manejo de la economía, la política social y la lucha contra la corrupción. Si desde la clase política no se logra elaborar una respuesta en este sentido, nos arriesgamos a embarcarnos en soluciones demagógicas, populistas y antidemocráticas", advirtió Tavares de Almeida.
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