La prensa de América del Sur, en la mira
Tiene varias caras: el silencio, el desprestigio y, cada vez más, el ataque abierto.
En la América del Sur de las últimas décadas, la relación entre los gobiernos y la prensa fue siempre sinuosa. Unas veces fue de odio, con periodistas perseguidos y asesinados. Otras fue de amor, con presidentes elegidos gracias, en parte, al respaldo de emporios de la comunicación.
Hoy, lejos ya de ese matrimonio por conveniencia, el lazo tiene otro rasgo, marcado y creciente.
Desconfiados y suspicaces, los gobiernos regionales adoptan, cada vez más, la confrontación como estrategia respecto de la prensa.
Las tácticas de ese enfrentamiento tienen diferentes facetas. Una es el hermetismo de la administración de Michelle Bachelet; otra, la ironía cercana al desprecio del gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva. Y la restante, la guerra declarada de Hugo Chávez a la prensa, un camino seguido también por Evo Morales y Rafael Correa.
Si las tácticas de la confrontación divergen, sus causas no tanto. Con matices y, a veces, con razón, los gobiernos comparten una visión de los medios de comunicación. Para ellos, la prensa es un rival. Y en los países de la región más acosados por las crisis institucionales es el adversario que reemplaza a la oposición política, casi un enemigo, según advierten los propios mandatarios.
La prensa no es para Michelle Bachelet un enemigo por combatir; es, en todo caso, un contrincante poco confiable. "La [oficialista] Concertación siempre fue muy desconfiada de los medios. Desde la llegada de la democracia, su sentimiento es que la derecha [en la oposición] se apoderó del poder comunicacional", dijo a LA NACION Andrés Azocar, director de Periodismo de la Universidad Diego Portales, desde Santiago.
Aun con ese recelo, su antecesor, Ricardo Lagos, abrió La Moneda a la prensa, sobre todo en sus últimos años de gobierno, cuando los elogios comenzaban a acumularse. "El quería ser un líder internacional y tenía un equipo experimentado que manejaba los tiempos de la prensa. El acceso a las fuentes era directo; con Bachelet, no", dijo a LA NACION un periodista chileno que pidió mantenerse en el anonimato.
Por su "mentalidad más ideológica, por su desconfianza de cuadro político", la presidenta tiene una obsesión con las filtraciones. Por eso "muchos canales de información se cerraron", explicó la fuente.
El temor oficial a las filtraciones condujo en Chile al hermetismo y la circunspección llevó a la queja. Hace unos meses, los periodistas acreditados en La Moneda criticaron al gobierno porque ya ni siquiera difundían la agenda presidencial. Y los corresponsales extranjeros reclamaron por la falta de atención y hasta por el "maltrato oficial".
Para los adversarios de la mandataria, esa supuesta negligencia desembocó en críticas hacia Bachelet en medios como The Economist y The New York Times , que perjudicaron la cuidada imagen de Chile en el mundo.
Poco problema tuvo Lula en enfrentarse al influyente diario neoyorquino cuando su corresponsal en Brasil informó, en 2004, que el mandatario había sido criticado por su afición al alcohol. No sólo con los medios extranjeros el presidente suele confrontar. El vínculo del mandatario brasileño con la prensa "nunca fue muy intenso", según explicó José Luiz Proenca, jefe del Departamento de Periodismo de la Universidad de San Pablo.
Lula evita el contacto con los medios cada vez que puede. En su primer mandato, sólo protagonizó una conferencia de prensa, en abril de 2005. Sus entrevistas fueron también escasas, salvo en 2006, año de su reelección, durante el cual concedió casi tantas como en todos los años anteriores juntos, según registros de la presidencia de Brasil.
A diferencia de Bachelet, Lula llevó el hermetismo un paso más allá. Le agregó la retórica del desprecio. Frecuentes son los ataques del presidente a una prensa que, según él, se empeña en publicar "sólo las malas noticias", como las del crimen, la corrupción o la pobreza. El gobierno incluso envió al Parlamento un proyecto para crear el Consejo Federal de Periodismo, que tenía por fin "orientar y disciplinar" a los medios.
También habituales son las ofensivas verbales del presidente Tabaré Vázquez contra la prensa uruguaya.
Su gobierno suele acusar a los medios de "conspiraciones y complots" y el mandatario llegó a difundir, en 2006, una lista negra de medios a los que acusó de integrar la "oposición".
En un informe de marzo pasado, la embestida oficial fue descripta por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) como "un hostigamiento contra la libertad de prensa y contra la prensa independiente", que incluye el uso discrecional de la publicidad oficial.
Tal es el clima de tensión entre prensa y gobierno que el enfrentamiento llegó a los propios periodistas. Por un lado, están aquellos que, objeto de los ataques presidenciales, critican la actitud oficial; fueron sus quejas las que llegaron a la SIP. Por el otro, están los que no sólo se alinean con la posición del gobierno, sino que reprueban la postura de sus pares. "La SIP no habla de la libertad de prensa de los medios hacia adentro. Aquí no hay presiones hacia la prensa; hay un tono de confrontación de parte del gobierno, pero en otros mandatos hubo más presiones", dijo a LA NACION, desde Uruguay, un periodista con larga militancia de izquierda, que prefirió mantenerse en el anonimato.
Camino abierto por Caracas
La SIP no es sólo blanco de reproches en Uruguay. Donde más tensas son las relaciones entre gobierno y prensa, el organismo es demonizado por los presidentes. Eso sucede en Venezuela, Ecuador y Bolivia, países en los que, paradójicamente, la oposición política, atomizada, ha perdido vigor.
"Los partidos políticos se han vaciado; ya no son representativos; ésa es nuestra realidad. Entonces, la sociedad se vuelca hacia los medios, que absorben la crítica y asumen roles de actores políticos. Y el gobierno busca castigar eso y acallar la disidencia", dijo a LA NACION, desde Caracas, Marcelino Bisbal, especialista en comunicación.
Protagonista casi absoluto de la política venezolana, Chávez -admirador del régimen cubano, conocido por su cerrojo a la libertad de expresión-, con sus candados a la prensa o con su reciente revocación de la licencia de RCTV, abrió un camino hoy transitado, incipientemente, por Correa y Morales, según Bisbal. Lejos está, por ahora, el presidente boliviano de revocar licencias; no duda, sin embargo, de tildar a los medios -y en particular a sus dueños y no a los periodistas- de "principal enemigo" de su gobierno.
Para contrarrestar el poder de sus supuestos adversarios, el mandatario alienta la creación de una amplia red de radios comunitarias en toda Bolivia, financiada con 1500 millones de dólares provenientes de Venezuela.
Los propietarios de los medios también son el mayor enemigo de Rafael Correa, según dice el propio presidente, que ayer anunció que revisará las concesiones de radio y TV. Y algunos creen que ambos tienen un poco de razón. "A Correa se lo asocia con la línea chavista, pero su estilo es muy diferente. El presidente plantea ir contra la corrupción; los medios están vinculados a banqueros y grandes empresas, y entonces la confrontación genera un clima en el que se cuestiona la libertad de prensa", dijo a LA NACION Patricia de la Torre, del Observatorio Político de la Universidad Católica de Ecuador.
Apuntalado por su alta popularidad, lanzó al principio de su mandato una creciente ofensiva contra la prensa, que incluye propuestas para limitarla constitucionalmente y demandas judiciales contra medios. En su caso, la guerra entre prensa y gobierno recién comienza.
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