La "primavera árabe", motor de esperanza e inquietudes

MADRID.- Las grandes revoluciones constituyen un espectáculo desagradable. Son largas, sangrientas y de final incierto. Por el momento, el fenómeno histórico que alguien bautizó con el delicado nombre de "primavera árabe" exhibe todos los atributos revolucionarios.

Lo que en enero suscitaba cierta simpatía provoca ahora escepticismo, miedo o, en los sectores más receptivos, reacciones de impaciencia. La "primavera árabe", sin embargo, no ha hecho más que empezar.

Es muy pronto para evaluar la magnitud del terremoto. La última revolución en la región que se extiende por el norte de Africa y Medio Oriente fue la iraní, en 1979, y su onda expansiva aún se siente con fuerza con Hezbollah, en el Líbano; Hamas, en Gaza, y la dinastía Al-Assad, en Siria.

Lo que se intuye ya con alguna claridad es que el libro de referencia para interpretar estos compases introductorios es Orientalismo , de Edward Saïd. En su obra, el ensayista palestino proclamó que Occidente sólo era capaz de mirar el mundo árabe a través de un caleidoscopio de prejuicios y de un profundo complejo de superioridad, por lo que su visión sufría una distorsión que de alguna forma alcanzaba a la visión que los propios árabes tenían de sí mismos.

Cada vez que alguien augura un rápido tránsito a "la libertad y la democracia", como hizo George W. Bush para Afganistán, se homenajea a Saïd. Ni Afganistán ni Libia tuvieron jamás instituciones sólidas, o una clase media, y eso hace improbable que se conviertan en sociedades de tipo occidental en un futuro previsible.

Ocurre que las palabras "libertad" y "democracia" funcionan en estos casos como código justificador de intervenciones bélicas de tipo neocolonial, y encubren los intereses poco confesables.

El simple hecho de englobar dentro de la "primavera árabe" a países tan distantes y distintos como Marruecos, Libia, Siria, Egipto o Bahrein, unidos sólo por el idioma y los gobiernos tiránicos, complica las cosas y fomenta el prejuicio orientalista.

Los riesgos son muy grandes. El principal consiste en la guerra crónica que caracteriza el colapso del Estado o su inexistencia. Y no existe una fórmula que permita predecir qué país se convertirá en un fracaso, acogedor para el terrorismo.

Libia induce al pesimismo. La guerra allí, la primera en la "primavera árabe", muestra rasgos específicos. Por primera vez desde la desastrosa invasión del canal de Suez, en 1956, Francia y Gran Bretaña se aliaron para una intervención militar sin la tutela de Estados Unidos, escarmentado por las guerras de Afganistán e Irak y deseoso de asumir un papel secundario.

Sin los bombardeos apoyados por la OTAN, Muammar Khadafy seguiría retozando en su jaima de Trípoli. Pero ese apoyo militar, reclamado por los jefes rebeldes, contamina el futuro del país.

Resulta complejo analizar lo que sucede en Siria. Dada la fidelidad del ejército hacia Bashar al-Assad no estalló una guerra como en Libia, sino protestas civiles reprimidas con dureza. La revuelta carece de líderes, cosa que inquieta a Occidente, porque sería más fácil cambiar a un presidente por otro y propiciar una reforma. En cualquier caso, conviene recordar que en esta región las paradojas son recurrentes y el fundamentalismo islámico no es siempre monolíticamente retrógrado.

El Líbano, que en los ?80, invadido por Israel y martirizado por una guerra civil, se consideraba un país fracasado, es hoy, con Turquía, ejemplo de que en Medio Oriente pueden existir sistemas políticos capaces de conceder a sus ciudadanos una cierta libertad y representación en el poder.

La "primavera árabe" empezó en otoño en un país no árabe, Túnez, y por eso crea mayor confianza de éxito. La crisis económica y la explosión demográfica (miles de jóvenes no tienen perspectivas de futuro) fueron causas de la revuelta y ahora actúan como lastre, pero la audacia de ciertas medidas revela que el cambio es ambicioso.

Egipto, la potencia cultural del mundo árabe, aún ofrece muchas incógnitas, pero la fuerza icónica de la caída de Mubarak fue lo que contagió a otros países la convicción de que el cambio era posible. De su evolución política dependerá en gran medida el rumbo de la "primavera árabe".

¿Bastarán las reformas aplicadas por el rey de Marruecos para desligar su país del terremoto? ¿Cuánto tardará Argelia en recibir la onda expansiva? ¿Podrán mantenerse inmunes Irán y Arabia Saudita? ¿Caerá el régimen sirio en la tentación de provocar una guerra regional para sostenerse en el poder? ¿Cómo asumirá Irak la tormenta a su alrededor? ¿Qué hará Israel si algún día se disipa su estupefacción? Quedan muchas preguntas sin respuesta. Y el fragor revolucionario aumenta día tras día.

Enric González