La revuelta argelina, un torpedo para la restauración autocrática en el mundo árabe
La fuerte influencia de Argelia podría volver a despertar la ambición democrática en la región
TÚNEZ.- Hace apenas dos meses, la evolución del mundo árabe iba viento en popa para sus dictadores. La mayoría de los analistas daba por muerta la pulsión revolucionaria de las primaveras árabes. El príncipe Mohammed ben Salman había capeado la tormenta del asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi ; el egipcio Al-Sisi preparaba una reforma constitucional para perpetuarse en el poder sin ninguna reserva pública de Occidente, y Omar al-Bashir se mantenía firme en su represión de las manifestaciones antigubernamentales en Sudán.
El proyecto de restauración del orden autocrático había triunfado, y la narrativa regional ya no era la de una lucha entre democracia y autoritarismo, sino entre intereses particulares. Y entonces despertó Argelia.
Las elecciones presidenciales argelinas previstas para el 18 de abril se anunciaban anodinas. En las anteriores, en 2014, un presidente Buteflika, ya gravemente limitado después de un infarto cerebral, fue reelegido sin tener que realizar un solo acto público, y sin aparentes muestras de oposición en la calle. Ante su incapacidad de consensuar un sucesor a Abdelaziz Buteflika, los diversos clanes del oscuro régimen argelino consideraron que la mejor apuesta era repetir la jugada y presentar su candidatura a un quinto mandato. Craso error.
La decisión ofendió el límite de la dignidad del orgulloso pueblo argelino. En los días siguientes, hubo manifestaciones de rechazo a Buteflika en varios pueblos de la periferia. Poco a poco, y ante la sorpresa de las autoridades, la ola fue creciendo hasta llegar a la capital hecha un tsunami de centenares de miles de personas. Era ya demasiado tarde para recurrir a la represión.
La amplitud y tenacidad de las protestas, que se extendieron como la pólvora por toda la geografía del país y todas las clases sociales, provocó la confusión del régimen. La unidad de las diversas facciones empezó a resquebrajarse mientras buscaban una salida a la crisis. El clan de Buteflika realizó diversas concesiones menores, como su renuncia a presentarse. La calle, envalentonada por su éxito, ya no se conformaba con eso: exigía la caída del régimen. El Ejército, el actor político más poderoso del país, tomó cartas en el asunto y sacrificó a Buteflika, que se sumó a Ben Ali (Túnez), Mubarak ( Egipto), Khadafy ( Libia) y Ali Saleh (Yemen) en la lista de dictadores árabes depuestos esta década por una revuelta popular.
Ciertamente, aún no está escrito cuál será el final de la revuelta argelina. La irrupción del Ejército permite temer un escenario "a la egipcia", con un general secuestrando el proceso de democratización para instaurar una dictadura militar.
Sin embargo, sin la excusa del fantasma islamista, tal evolución parece improbable. Además, a diferencia de Egipto, los países que han promovido la "contrarrevolución", como Arabia Saudita o Emiratos, no cuentan con una importante influencia sobre los actores políticos argelinos.
Si finalmente se pone en marcha un proceso de transición democrática, es difícil imaginar que no tenga un impacto en el resto de la región. Argelia no sería el primero de los países árabes en seguir recientemente esta senda, antes ya lo hizo Túnez.
No obstante, por su reducido tamaño, su estrecha vinculación a Europa y el proyecto laicizante seguido tras su independencia, Túnez ha sido a menudo presentado como una "excepción" o "anomalía". Es decir, un país que no puede servir como modelo. La misma narrativa no sirve para su vecino.
Argelia no es solo el país más extenso del continente africano, sino que con más de 40 millones de habitantes, un poderoso Ejército y unas ingentes reservas de hidrocarburos, proyecta su capacidad de influencia en toda la región.
A causa de su traumática lucha de liberación nacional y su defensa de la identidad árabe-islámica, Argelia guarda un lugar especial en el imaginario colectivo árabe. Un exitoso proceso de democratización permitiría crear un eje regional junto a Túnez que podría presentar un modelo basado en el respeto a la voluntad popular.
Si tuvo alguna vez sentido hablar de primaveras árabes fue porque había algo que conectaba las realidades políticas de diversos países vecinos.
No era solo una lengua o identidad compartidas, sino una misma voluntad de cambio ante unas condiciones sociopolíticas parecidas. Más allá del fracaso de esa pulsión renovadora a la hora de transformar las instituciones políticas, bajo unas densas capas de miedo y frustración, persiste un anhelo de cambio. Por eso, lo que pasa en Argelia es muy importante para todo el mundo árabe.
El triunfo de su revuelta puede convertirse en un esperanzador referente al que agarrarse en tiempos de desasosiego y de inspiración en tiempos de nuevas oportunidades. La historia nunca se detiene. Tampoco en el mundo árabe-islámico.
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