La última batalla del médico que nunca renunció a sus pasiones
De chico le decían Tabita . Con los años pasaron a llamarlo doctor, y más tarde, presidente. Ya lo es por partida doble. Un ascenso a fuerza de tesón y sensibilidad social que lo hizo entrar de joven a la militancia, en su sentido más auténtico, que combinó con la dirigencia deportiva y la medicina oncológica.
Deporte, medicina y política son las claves de este hombre nacido en 1940 en el barrio obrero de La Teja, en el oeste de Montevideo, de padre militante sindical de la petrolera estatal Ancap, que a raíz de una huelga contra el gobierno de entonces fue a dar a la cárcel en 1952.
Héctor Vázquez votaba primero por los blancos y se volcó luego al Partido Socialista, donde el propio Tabaré comenzó a militar años después, mientras su vida profesional estaba entregada en buena medida a la medicina.
De chico se integró al Centro Pablo Albera, de la comunidad salesiana, donde había actividades recreativas, deportivas y trabajos sociales, y a los 16 años lo eligieron secretario general de la institución.
Activo, inquieto, con amigos del barrio fundó a los 18 el Club Arbolito, que sigue en pie y que visita a menudo para departir con los vecinos.
Quien se arrime a La Teja sabrá que en el barrio "el 99% vota a Tabaré", como dijo el dueño de un bar a LA NACION. Ahí cualquier parroquiano de truco y tinto conoce la vida y obra del hijo más famoso de esa modesta zona de la capital.
En su pago chico fue presidente de otro club típicamente barrial, el Club Progreso, a dos cuadras del Arbolito. Con Tabaré al mando, el club por fin hizo honor a su nombre y salió campeón por primera y única vez del torneo uruguayo de fútbol. Una proeza irrepetible.
Subido al estribo de esa prodigiosa campaña, que dejó en el camino a Peñarol y Nacional, dueños absolutos de estadios y corazones del hincha uruguayo, el nombre de Tabaré llegó a sonar con fuerza para la presidencia de la Asociación Uruguaya de Fútbol. No pudo ser.
La presidencia del país era su verdadero destino, no la del fútbol. Antes lo esperaban algunos sinsabores, a nivel familiar y político. Sus padres y un hermano murieron de cáncer y Tabaré volcó su orientación médica a la oncología.
Era una lucha que llevaría desde hospitales y clínicas, y que acentuó años más tarde durante su primer gobierno, cuando lideró personalmente una campaña contra el tabaco.
Sus afectos se iluminaron cuando conoció a Mary Delgado, una chica de barrio con la que se casó en 1964, y con quien tuvo cuatro hijos. Fue ella la que, según dicen, mantuvo en marcha la casa mientras Tabaré terminaba la carrera, como empleada de la Caja de Profesionales Universitarios.
En política sufrió dos derrotas como candidato a la presidencia por el Frente Amplio, en 1994 y 1999. Primero lo venció Julio María Sanguinetti, y en el segundo intento lo hizo Jorge Batlle, los dos del Partido Colorado.
Aún no podía saberlo, pero se acercaba su hora de gloria.
No se lo conoce como un hombre dado al diálogo, pero sí como un estratega, un pragmático y moderado que, gracias a su posición socialdemócrata, le dio el primer triunfo presidencial al Frente Amplio en 2004. Fue una corrida hacia el centro del espectro político que hizo de la coalición una propuesta razonable y tentadora para la mayoría.
Al pasar el bastón de mando a José Mujica, en 2010, se alejó parcialmente de la política para volver el año pasado por un último esfuerzo, una última victoria.
Última campaña
A los 74 años, dijo que sería su última campaña. Y no es que le faltaran fuerzas: hoy por hoy se lo ve rápido, sagaz y despierto, cualidades que mantiene quien ya era conocido por ser metódico y ordenado, un hombre que reúne estudios, clínica y campañas, interminables campañas.
"Quiero agradecer todo el respaldo que me dieron a lo largo de estos 25 años de actividad política en todo momento", dijo en un acto la semana pasada.
Así como con el Progreso derrotó a los dos colosos de las canchas, Nacional y Peñarol, ahora derrotaba al Partido Nacional y el Partido Colorado, igual de dominantes en la escena histórica y política como lo eran los "bolsos" y los "manyas" en la escena del fútbol oriental.
Eso sí: tiene cinco años por delante con demasiados desafíos y dificultades para dedicarse al mismo tiempo a la atención clínica, como lo hizo durante su primera presidencia, cuando se hacía escapadas a una sociedad médica para ver a sus pacientes. Algún vicio tenía el hombre.
Y sobre el fútbol, el mismo Tabaré lo dijo durante un recorrido de campaña: "Un picadito puedo".
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