Las divisiones y los desafíos marcan los 60 años de la UE
El bloque, que recuerda la firma del Tratado de Roma, busca definir la hoja de ruta ante el Brexit y el avance populista
PARÍS.- Según la leyenda, en la mañana del 25 de marzo de 1957, horas antes de la firma del Tratado de Roma, las fotocopias del texto definitivo del acuerdo que daría nacimiento a la actual Unión Europea (UE), habían desaparecido. Una mujer de la limpieza las había tirado a la basura. Los ministros de los seis países fundadores tuvieron que firmar un tratado que solo era un borrador.
Hoy, semejante desventura no se podría reproducir. En la era de Internet, los dirigentes europeos que se reunirán en la Sala de los Horacios y los Curiacios del Palacio de los Conservadores, en la Plaza del Capitolio romano, disponen cada uno de la versión más reciente de la declaración, que celebrará el 60° aniversario del Tratado de Roma.
Pero el problema esta vez es otro: divididos sobre el contenido del texto, dos de los 28 Estados amenazaban hasta ayer con no firmarlo. En Polonia, el gobierno ultraconservador de Beata Szydlo está furioso con la referencia a una Europa "a varias velocidades", introducida por sus socios más poderosos, en particular París y Berlín, que quieren poder acelerar la integración en varios terrenos y dejar que otros países adopten las reformas a su propio ritmo.
Al insistir en la unidad, el texto intenta subrayar la posibilidad de iniciar acciones entre un núcleo duro para responder mejor a los desafíos que enfrenta la Europa actual. Varsovia ve en esa actitud una "poderosa fuerza centrífuga", que conducirá al "caos" y al "desmantelamiento" del proyecto europeo.
Más inesperadas son las reservas de Grecia. Atrapado en arduas negociaciones con sus acreedores, el primer ministro Alexis Tsipras intentaba hasta ayer un chantaje, al reclamar que el texto de Roma evoque más claramente la protección del derecho de los trabajadores.
Esas vicisitudes de último momento no son más que el reflejo de un malestar mucho más profundo que agita al bloque desde su nacimiento, pero se profundizó sensiblemente en la última década.
El aliento insuflado a fines del siglo pasado por el ex canciller alemán Helmut Khol, el ex presidente francés François Mitterrand y el entonces presidente de la Comisión Europea (CE) Jacques Delors fue azotado por las tempestades desatadas por la crisis de 2008. "Se puede decir que esa fue la «época de oro» de la construcción europea. No solo por la personalidad de esos tres hombres, sino también por el contexto extremadamente favorable creado por la caída del Muro de Berlín", precisa René Schwok, autor de ¿La construcción europea contribuye a la paz?.
Sesenta años después del Tratado de Roma, la UE es hoy -en conjunto-la primera potencia económica del planeta. Un bloque de 28 naciones, habitado por 510 millones de personas, con un salario promedio de 1995 euros mensuales y con una esperanza media de vida de 80,9 años.
Después de haber adoptado el Acta única Europea en 1986 y el Tratado de Maastricht en 1992, la Comunidad Europea se convirtió en Unión Europea (UE) con la perspectiva de crear una unión económica y monetaria con una moneda única, el euro, cuya zona cubre actualmente 19 países entre los 28 miembros del bloque (pronto 27 sin Gran Bretaña).
La dinámica se rompió en los 2000 con el fracaso de la llamada "constitución" y la crisis financiero-económica de 2008, que fragilizaron profundamente al bloque. Siguieron las crisis del euro, Grecia y, más recientemente, el drama de los refugiados, el Brexit y el aumento de los partidos xenófobos y antieuropeos en varios Estados miembros.
Entre las principales críticas recurrentes a la UE figuran el "déficit democrático" en la toma de decisiones y una política económica demasiado liberal para los sectores de izquierda y de derecha soberanista. Muchos economistas disienten.
A esos nubarrones hay que agregar las amenazas externas. El nuevo proteccionismo norteamericano y la Rusia de Vladimir Putin, que se muestra particularmente intrusiva en los procesos electorales europeos gracias a su maquinaria propagandística y a su apoyo a los partidos de extrema derecha. Ayer mismo, cuando faltan sólo 29 días para las elecciones en Francia, el presidente ruso recibió a Marine Le Pen, la líder del xenófobo Frente Nacional (FN).
Pero a juicio de Schwok, "el aumento de los populismos es el mayor peligro para la UE", aún cuando las elecciones en Holanda -con resultados decepcionantes para el líder de extrema derecha Geert Wilders- demostraron que el avance del extremismo antieuropeo no tiene nada de inexorable.
Es verdad, todo es posible. Así lo demuestra la historia reciente, tanto en los Estados Unidos como en Gran Bretaña. Y las perspectivas no son tranquilizadoras. En mayo, el presidente François Hollande habrá dejado el Elíseo. Tampoco es seguro que Angela Merkel siga como canciller de Alemania después de septiembre, mientras Italia y su premier, Paolo Gentiloni, se ven debilitados por la voluntad del ex primer ministro Matteo Renzi de regresar al poder.
En esas condiciones, la voluntad de conformar un núcleo central de países capaces de obligar a la UE a avanzar hacia una mayor integración podría terminar en letra muerta. Sin embargo, los discursos catastróficos sobre el naufragio del bloque circulan hace décadas. En cada crisis, expertos y casandras anuncian el fin de la unión o del euro. Hasta el momento, ninguna de esas predicciones se cumplió.
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