Las escuelas de América Latina reprobaron la prueba del coronavirus
El examen de ingreso a la universidad en Brasil no es para los débiles. Esa prueba anual de resistencia —dos jornadas de ocho horas respondiendo preguntas y escribiendo ensayos que pueden coronar o frustrar el acceso a una carrera universitaria— es una maratón de angustia y bebidas energizantes para los adolescentes brasileros.
Y la edición de este año, que concluyó el domingo, fue una dura constatación de que cuando pasa sin ser diagnosticado, el Covid-19 aumenta el nivel de riesgo en las aulas del ya precario sistema escolar latinoamericano. Más de la mitad de los 5,7 millones de inscriptos para rendir el examen no se presentaron, por temor a contagiarse en los salones colectivos de estudio. Y a muchos de los que sí se presentaron los mandaron de vuelta, por problemas de sobreinscripción. La Universidad Nacional Autónoma de México por lo menos tuvo el sentido común de tomar los exámenes de ingreso de esta semana en un estadio de fútbol. Sin embargo, el prepotente Ministerio de Educación de Brasil declaró que el examen había sido "un éxito".
América Latina se acerca al inicio de un nuevo ciclo lectivo y la mayoría de los países se debaten ante un mismo dilema: ¿cómo escolarizar a los alumnos sin correr riesgos en medio de la incipiente segunda ola de una pandemia que tiene en la región a cuatro de los cinco países emergentes con mayor número de fallecidos? A menos que ante el desafío educativo las autoridades nacionales enderecen sus políticas públicas —y hay casos exitosos en algunas localidades— Brasil y sus vecinos regionales corren el riesgo de perder otro año lectivo, por una sumatoria de temor, desinformación, enfermedad y disrupción económica.
La mayoría de los países de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe cerraron sus escuelas en marzo pasado y las mantuvieron cerradas durante un promedio de 174 días durante 2020, renunciando a cuádruple de horas de clase que ninguna otra región del mundo, según la asesora en educación de Unicef para Latinoamérica y el Caribe, Margarete Sachs-Israel. Al finalizar 2020, el 87% de los 160 millones de estudiantes de la región no había pisado un aula en ocho meses.
Los estudiantes más afortunados pudieron asistir a clases remotas desde sus hogares gracias a conexiones de alta velocidad, pero uno de cada dos alumnos de escuelas públicas directamente no tiene acceso a internet.
Los analistas del Banco Mundial estima que la pérdida de aprendizaje acumulada puede restar hasta 1,2 billones de dólares de ingresos futuros a América Latina, o sea un 20% de los ingresos esperables después de la escolarización. También es esperable que se desplome el rendimiento de los alumnos de 15 años en las pruebas internacionales de aptitud PISA. Antes de la pandemia, la proporción de estudiantes que no alcanzaba los niveles de aptitud mínimos era del 53%, pero ahora esa cifra se ubicaría entre el 60% y el 68%.
Además, la enfermedad no afecta a todos los alumnos por igual. La pandemia no respeta la igualdad de oportunidades: ataca de manera desproporcionada a los más pobres, a los indígenas y a las personas de color. Como advierte la economista Nora Lustig, de la Universidad Tulane, si no hay una corrección de rumbo, el asimétrico daño que sufrirá la educación terminará echando a perder décadas de progreso, y dejará cicatrices sociales a largo plazo.
Las familias encabezadas por adultos con mejor educación pueden ayudar a sus hijos con la tarea o hasta potenciar el aprendizaje con su seguimiento personal, pero los padres con menos educación formal suelen estar poco preparados o estar ausentes del hogar, debido a sus compromisos laborales. Por lo tanto, si bien los alumnos de hogares con educación superior solo se ven afectados marginalmente por el cierre de las escuelas, en países como Bolivia, El Salvador, México, Panamá y Perú sus pares menos favorecidos acumulan "pérdidas educativas" de hasta el 60%, según las estimaciones de la economista Nora Lustig. Y ni el subsidio más generoso para los grupos vulnerables logra compensar la laguna que se genera en el aprendizaje con el cierre de las escuelas.
A juzgar por el cierre escolar del año pasado, Lustig estima que probablemente solo el 46% de los estudiantes latinoamericanos terminará la secundaria, frente al 61% esperable antes de la pandemia. Pero entre los estudiantes de padres con poca educación formal, el panorama es sombrío: sus chances de terminar la secundaria se desplomó 20 puntos porcentuales, del 52% al 32% actual. Lustig advierte que si no se toman medidas correctivas, Latinoamérica estaría echando por la borda medio siglo de avances en educación.
Esos estudios son proyecciones, no profecías: las autoridades pueden cambiar de rumbo y evitar repetir el desastre del año pasado. La prioridad debe ser planificar para que la reapertura de las escuelas sea segura. A los docentes los tranquilizan los estudios que muestran que las escuelas no son focos conocidos de la enfermedad y que el riesgo de contagio probablemente sea bajo.
Pero nada de eso importa si los funcionarios no escuchan a los docentes y a las autoridades de salud. "Lo que vemos en la región son presiones para abrir bares, negocios y restaurantes, pero no las escuelas", dice Sachs-Israel. "Y las escuelas deberían ser la prioridad número uno."
Claudia Costin, exjefa de educación del Banco Mundial y actual directora del Centro de Excelencia e Innovación en Políticas Educativas de la Fundación Getulio Vargas, anticipa que el 2021 será "un año turbulento".
"A lo largo del año, habrá cierres y aperturas intermitentes de las escuelas, así que las decisiones deben tomarse con transparencia y en base a datos científicos, y no en clave de política partidaria", dice Costin. "El problema es que parte del gobierno brasilero sigue pensando que la pandemia es una pavada, con el presidente Jair Bolsonaro a la cabeza."
Es muy improbable que en América Latina la educación vuelva a una especie de estado de inocencia pre-pandémica. De hecho, la emergencia sanitaria global no ha hecho más que acentuar las históricas falencias de la región, con su desigualdad y sus bajos niveles de rendimiento. Los analistas de políticas públicas se desvelan por encontrar la manera de compensar el desfasaje de los alumnos más golpeados por el colapso educativo provocado por el Covid en 2020, con iniciativas que van desde recontratar a docentes jubilados hasta agregarle directamente un año entero a la escuela secundaria. Pero dada la locura y el voluntarismo de los actuales gobiernos de la región, queda claro que los niños latinoamericanos no son los únicos que necesitan clases de recuperación.
Bloomberg
(Traducción de Jaime Arrambide)
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