Opinión. Las lecciones para la Argentina
Por Sergio Berensztein Para LA NACION
Los procesos electorales exponen con particular claridad la calidad de las instituciones políticas de un país y, sobre todo, el nivel de su clase dirigente. Son espejos muy objetivos en los que una sociedad puede mirarse a sí misma, advertir sus conflictos, identificar las principales demandas, visualizar a quienes están mejor preparados para manejar los destinos de una nación.
Por eso, no es en absoluto casual que, con las recientes elecciones que consagraron el triunfo de Michelle Bachelet, Chile les haya dado otro ejemplo contundente a América latina y al mundo.
Es el resultado natural de una sociedad que ha madurado de manera notable en las últimas dos décadas, convirtiéndose en uno de los pocos ejemplos (si no el único) de que en nuestra región es posible pensar en casos exitosos de modernización crecientemente inclusiva, avances efectivos en la calidad de la democracia, inserción inteligente en la economía global, superación de graves conflictos internos, conformación de una convivencia tolerante y civilizada entre los distintos actores políticos y sociales.
Chile se ha convertido en la esperanza de América latina. Hacia comienzos de la transición democrática las profundas heridas de la dictadura militar y los enormes costos sociales del acelerado proceso de apertura y reformas económicas generaban una multiplicidad de problemas de casi imposible solución.
Para eso está (o debería estar) la política en las sociedades democráticas. Para encontrarles la vuelta a los dilemas más complejos. Para construir consensos en donde no los hay, recrear canales de diálogo y negociación cuando todos los puentes parecen quemados. Para que las ideas y el talento de las personas contribuyan al interés general a través de mecanismos de participación estables como son los partidos.
Si la infraestructura institucional fundamental está firmemente instalada, si el imperio de la ley orienta los comportamientos de los actores, si el Estado recauda y gasta con transparencia, responsabilidad y previsibilidad y, sobre todo, si la clase política entiende los desafíos del mundo contemporáneo y no juega a las escondidas con la historia, la política es, efectivamente, un poderoso instrumento de progreso económico y social.
Sin duda, Chile necesitará continuar el impulso modernizador y democrático que tuvo hasta ahora para seguir superando los desafíos que todavía tiene por delante.
Gracias al crecimiento y la apertura de la economía, han mejorado los niveles de pobreza y exclusión. Sin embargo, la desigualdad prácticamente se mantuvo constante.
También hay en Chile serios problemas de precarización laboral y marginación de pueblos indígenas. Aunque parezca mentira, éstos fueron precisamente los ejes de los debates de campaña.
Tanto Bachelet como el candidato opositor, Sebastián Piñera, tuvieron propuestas concretas, constructivas y bastante convergentes. Nadie puso en duda el "modelo" ni propuso volver a empezar todo de nuevo, haciendo una lectura conspirativa y lineal del pasado.
Frente a la experiencia chilena, las elecciones de octubre pasado en la Argentina resultan particularmente decepcionantes: nos mostraron la verdadera imagen de nuestra política y nuestros políticos.
En nuestro país, la política sirve, a lo sumo, para que algunos acumulen poder por un tiempo; en general, gracias al incumplimiento total o parcial de las reglas formales. El debate electoral estuvo prácticamente ausente, porque los principales protagonistas se negaron a darlo o simplemente porque prefirieron el atajo, a la sazón inservible, de las denuncias infundadas.
Como nuestra infraestructura institucional es muy deficiente, se incentivan los comportamientos más perversos y cortoplacistas de los actores económicos, políticos y sociales.
La sociedad civil está en retirada. Sin duda, la oposición carece por ahora de los recursos y del liderazgo para revertir la situación.
En momentos en que algunos países de América latina experimentan un retorno del populismo, del nacionalismo y de los liderazgos autocráticos, Chile constituye un soplo de aire fresco para los que creemos que la democracia es el único camino para el desarrollo con equidad.