El análisis. Las semillas de una nueva relación
PUERTO ESPAÑA, Trinidad y Tobago (De una enviada especial).- Bastaron 36 horas de intensa "diplomacia Obama" para dar vuelta, como un guante, el tono con que habla la región. El cambio más evidente tenía dos sentidos: ayer habían ganado los países de América latina un desacostumbrado espíritu de concordia con Washington.
El joven presidente "tomó un baño de América latina" y, como consecuencia, "la relación de Estados Unidos con la región evolucionará. Hemos creado una nueva manera de mirarnos y de vencer nuestras divergencias, de debatirlas", sintetizó el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva.
El segundo cambio es en sentido contrario. Si algo ha retrocedido hasta sus horas más bajas en muchos años es la prédica incendiaria que el venezolano Hugo Chávez dedica habitualmente al gobierno norteamericano. "Vamos a ser francos, todos esperaban que Chávez y Obama se atacaran y ocurrió exactamente lo opuesto", añadió Lula, confiado en que, de ahora en más, "puede generarse una nueva dinámica en la región".
Todo fue fruto del mejor tono político que fue capaz de desplegar el jefe de la Casa Blanca. Y la inusitada concordia no sólo atrapó a Chávez, sino a toda su línea de aliados regionales.
"Con Obama hay una oportunidad para establecer un nuevo diálogo", dijeron, por caso -palabras más, palabras menos-, los presidentes José Manuel Zelaya, de Honduras; Rafael Correa, de Ecuador, y Daniel Ortega, de Nicaragua. Hasta el boliviano Evo Morales terminó suavizando la desconfianza con la que había llegado.
Y partió, junto a los demás, con un optimismo sin precedente, para nada empañado por la incapacidad de los asistentes para suscribir un documento conjunto. Dato revelador, sin embargo, de un profundo -e inquietante- déficit en la operatividad del consenso que se declara.
Si algo salvó las castañas, esta vez no fue el exabrupto de siempre, sino todo lo contrario. La coincidencia generalizada atribuyó a la personalidad y el nuevo tono político impuesto por Obama el clima de renacimiento que se vivía.
Fue, posiblemente, la cumbre de la reconciliación formal entre Estados Unidos y todos sus rivales en la región, incluida Venezuela. De todos ellos habló Obama cuando dijo que "no representan una amenaza" para los intereses estadounidenses. Y a todos ellos prometió "respeto, por encima de las diferencias ideológicas".
Mencionó Obama a varios países y a varios presidentes en su comparecencia final, en la que no hubo ni una referencia a la Argentina.
A todos conquistó con algo. Tuvo, para Morales, cálidas palabras de reconocimiento como "el primer indígena que accede al poder en un país de mayoría indígena".
Obama garantizó al presidente boliviano, que horas antes había acusado a Estados Unidos de estar detrás de un supuesto intento para asesinarlo, que su gobierno "jamás intentará derrocar a un dirigente que no le satisfaga" y que será respetuoso "con todos los gobiernos elegidos, aunque no esté de acuerdo con ellos".
Admitió Obama sus diferencias con Chávez (ver Pág. 4). Pero arguyó que se trata de un país con un presupuesto militar infinitamente inferior al norteamericano, "que difícilmente puede representar una amenaza para los intereses estratégicos de Estados Unidos".
Un discurso distinto
Para todo tuvo Obama una réplica desde el sentido común. Y desde la humildad. Habló de la necesidad de libertad y democracia en Cuba. Pero no por eso dejó de reconocer "la labor de los médicos cubanos en el Caribe". Y, sobre esa tarea, que figura como uno de los orgullos del régimen castrista, dijo que Estados Unidos podía tomar ejemplo. "Ese es un caso concreto de vías de interacción con los pueblos de la región que también pueden resultar beneficiosas para los intereses estadounidenses. El poder militar es sólo una parte de nuestro poder, que tenemos que complementar con más iniciativas diplomáticas y de carácter humanitario", dijo.
Un discurso poco menos que impensable, hace sólo tres meses, desde la Casa Blanca, con un presidente confiado en sembrar, en esta atípica cumbre, la oportunidad de "cambiar la visión" que de Estados Unidos se tiene en la región.
"Estados Unidos representa los mejores valores e ideales. Pero hay que aceptar que otros tienen diferentes culturas y otros valores" con los que se puede convivir. "Otros países tienen buenas ideas también, y tenemos que escucharlos", invitó.
Había inocultable felicidad por la semilla de futuro que sembró Obama. Y muchos se atribuían parte de la paternidad. "Estoy muy contento con lo que ha pasado. Yo le aconsejé más de una vez a Chávez que buscara el diálogo directo con Washington", dijo Lula. "Salgo de aquí realizado con la reunión. La guerra no ocurrió y hubo una reunión excepcional. Lo mejor fue el clima político", añadió el brasileño, de creciente ejercicio en la diplomacia regional.
E insistió en la necesidad de terminar con "el canto victimista, con esa manía" de que somos pequeños, somos pobres, de que es preciso que alguien venga a ayudarnos. "Podemos querer financiamiento para hacer las cosas, pero quien tiene que ocuparse de nuestros problemas somos nosotros", explicó Lula.
Se cierra así una cumbre exigua en resultados específicos y repleta de promesas a futuro. De un nuevo clima de entendimiento, de reconciliación entre Washington, por un lado, y Venezuela y Cuba, por el otro. Y de hora baja para el exabrupto.
Un buen clima cuyo futuro dependerá de la capacidad que se tenga para convertirlo en algo más concreto y tangible que los apretones de manos y de las buenas palabras que bastaron para ponerlo en marcha. De eso se trata.
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