Las tensiones entre Irán y Estados Unidos, un tubo de oxígeno para Estado Islámico
Washington y Teherán habían sido los pilares de la coalición que lo combatió; el grupo tendría un fondo millonario
SARAJEVO.- El tono triunfalista de Donald Trump tras el asesinato de Abu Bakr al-Baghdadi no se ajusta a los últimos análisis realizados por los expertos tanto de su propia administración como de la ONU, que apuntan a un resurgimiento de la organización jihadista a partir del último verano boreal. Además, el autoproclamado Estado Islámico (EI) podría verse beneficiado por la última escalada de tensión entre Washington y Teherán a raíz del asesinato del poderoso líder militar iraní Qassem Soleimani.
A comienzos de este mes se reanudaron en Irak las operaciones militares de la coalición militar contra el EI, en la que participan sobre todo las tropas estadounidenses e iraquíes.
Estas acciones antiinsurgentes fueron suspendidas el pasado 5 de enero a causa del asesinato de Soleimani, provocado por un misil estadounidense en territorio iraquí sin el previo consentimiento de Bagdad.
Buena parte de la opinión pública y de la clase política iraquí reaccionaron de forma contundente, y el Parlamento llegó a aprobar una moción no vinculante que instaba a la retirada de los 5000 soldados estadounidenses desplegados en Irak.
Ya en su momento, la administración Trump dio a entender que no estaba planeando abandonar el país árabe y, de hecho, el gobierno iraquí no llegó a exigir que así lo hiciera. Consciente de su necesidad de contar con la ayuda militar estadounidense contra un enemigo tan tenaz como EI, probablemente, los políticos iraquíes se vieron obligados a realizar algunas escenificaciones para calmar la ira popular, pero sin que hubiera una verdadera voluntad de ruptura con Estados Unidos. Y prueba de ello es la reanudación de las operaciones conjuntas.
Aun así, la posibilidad de que Irán opte por una venganza servida como un plato frío provocará que las tropas estadounidenses estacionadas en Irak dediquen mayores energías a protegerse de posibles atentados, lo que puede impactar en sus esfuerzos en la lucha contra la organización terrorista. El grupo jihadista también se beneficiará de una menor colaboración entre Washington y Teherán, que fueron socios en la batalla multinacional contra el "califato" de Al-Baghdadi, y que fue capaz de derribar el pseudo-Estado jihadista establecido en territorio sirio e iraquí.
Un informe del Pentágono hecho público la primera semana de febrero alertaba sobre una retirada total o parcial de las tropas estadounidenses de Irak llevaría a un resurgimiento de EI. De hecho, eso fue exactamente lo que sucedió en 2013, cuando el grupo tomó el relevo de una Al-Qaeda que Occidente dio por derrotada, y por ello bajó la guardia. El informe admitía que la EI había conseguido durante los últimos meses realizar ataques más audaces, y está "planeando liberar sus combatientes en las cárceles aprovechando la debilidad de la situación de seguridad en ambos países", en referencia a Siria e Irak.
Actualmente, se calcula que unos 10.000 militantes jihadistas están encerrados en cárceles y centros de detención en Siria, la mayoría de ellos controlados por las fuerzas kurdo-árabes, que gozan de una autonomía de facto en amplias zonas del norte del país.
De acuerdo con las Naciones Unidas, la precariedad de la situación en la región autónoma kurda, que no posee unas instituciones sólidas, habría provocado que centenares de los presos hayan conseguido escapar. El escaso control de los Estados sirio e iraquí en las zonas remotas del desierto es lo que permitió a EI conservar decenas de células clandestinas que lanzan ataques siguiendo unas estrategias de guerrilla o asimétricas. En total, se estima que ahora contaría con entre 14.000 y 18.000 milicianos.
Según un informe de la ONU, la resiliencia de la organización se debe en parte a que, a pesar del desmoronamiento de su "califato", logró mantener unas importantes reservas financieras valoradas en alrededor de 100 millones de dólares. La recuperación de EI está motivada también en la consolidación de una nueva dirección después de la ejecución de Al-Baghdadi. Su sucesor es probablemente Said Abdurahman al-Mawli al-Salbi, un clérigo considerado la mano derecha del difunto líder terrorista. Al-Salbi está directamente vinculado con una de las más despiadadas políticas de EI: el genocidio contra los yazidíes. El nuevo líder de EI habría sido el que habría decidido ejecutar a los yazidíes capturados que renunciaban convertirse al islam y utilizar a sus mujeres e hijas como esclavas sexuales.
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