Se levantan a las cinco de la mañana. El paisaje serrano que los rodea es el mismo que los acompañó durante sus años de combate. Pero en su agenda del día no habrá ejercicios militares. No habrá planes ni estrategias. Y, sobre todo, al caer la noche no habrá bajas que lamentar.
Así es la nueva vida de 250 exguerrilleros de las FARC en el departamento caribeño de La Guajira, en el extremo norte de Colombia. Más precisamente en la localidad de Pondores, donde los combatientes que operaban en la región dejaron sus armas después del acuerdo de paz de 2016 .
Ahora manejan una granja, la Granja Integral Nueva Colombia, y sus preocupaciones son distintas. Piensan en si habrá buen tiempo, en instalar una bomba de agua para tener irrigación todo el año, en hacer acuerdos comerciales con los poblados de la región, en lograr que sus proyectos sean alguna vez sustentables y en mejorar la calidad de vida.
"Estamos muy cerca de la cordillera, de la montaña donde la insurgencia hizo su actividad militar. La dinámica diaria, la cotidianeidad es levantarse muy temprano, a las cinco de la mañana, y participar inmediatamente en las actividades agrícolas. Pero también después del trabajo del día hay actividades educativas. No se abandona el estudio", dijo a La Nación el exguerrillero Alirio Córdoba, de 48 años, que contó desde La Guajira cómo él y sus camaradas se van aclimatando a la vida sedentaria de la granja comunitaria.
Cuando comenzó la desmovilización, a fines de 2016, los excombatientes que bajaban del monte fueron dejando sus armas en 26 puntos designados del país. Era el comienzo de un progresivo paso a la vida civil, con proyectos productivos en los que debían trabajar en conjunto los recién llegados, el gobierno colombiano y organismos internacionales.
Los contenedores con las armas depositadas fueron removidos en camiones, bajo la mirada de los supervisores de la ONU. Pero los proyectos económicos, los emprendimientos que debían abrir camino al futuro no arrancaron. O arrancaron a medias.
Cientos de jóvenes y veteranos, desencantados, sin trabajo ni perspectivas, se fueron a las ciudades. O lo que es realmente grave, volvieron al monte a integrarse a las numerosas bandas criminales que circulan a sus anchas en esas regiones inhóspitas que conocen de memoria.
Tirar del gatillo fue su único oficio durante años. Tomar las armas no les resulta un objetivo necesariamente deseable, ni siquiera conveniente. Por algo las dejaron. Pero, otra vez marginados debido a lo que entienden como falta de voluntad de las autoridades, lo ven como el mal menor.
"La reincorporación económica continúa siendo un tema muy preocupante", dijo el jefe de la misión de la ONU para los acuerdos de paz, Jean Arnault, durante una presentación ante el Consejo de Seguridad en Nueva York. "Se necesita un consenso sólido sobre el enfoque de los proyectos productivos, el tema de la tierra y una combinación adecuada de reincorporación colectiva e individual", agregó.
Los excombatientes de La Guajira fundaron la Cooperativa Multiactiva para la Paz de Colombia (Coompazcol), con cinco emprendimientos. La granja es el barco insignia y el que mejor se integró a la comunidad: en convenio con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la granja abastece a 24 escuelas de la zona con frutas y verduras para el almuerzo.
El trabajo de la tierra no es totalmente nuevo. La mayoría de los excombatientes vienen de familias campesinas, y durante los años de insurgencia las FARC tenían parcelas en puntos estratégicos para cultivar la tierra y alimentar a la tropa.
Ahora los beneficiados son los chicos de La Guajira, en una nueva manera de relacionarse con el resto del mundo, por fin constructiva, después de años en que las poblaciones rurales veían llegar un día a las FARC y al siguiente a los paramilitares. Estas dos peligrosas fuerzas, irregulares y desbocadas, se buscaban y perseguían por todo el territorio y convertían a los pueblos en rehenes de sus disputas.
El centro urbano más cercano de la granja es el poblado de Conejo, a tres kilómetros del asentamiento, otro contacto destinado a beneficiar a las dos partes. "Conejo nos recibió con mucha hospitalidad, con mucha hermandad. Ha habido con ese corregimiento, con esa población una actividad de integración permanente. De hecho los productos de la granja tienen su centro de acopio en Conejo", dijo Córdoba.
Quienes primero los recibieron con los brazos abiertos, cuando dejaron las armas, fueron sus familias. Padres y hermanos se instalaron con ellos para trabajar la tierra o sumarse a otros proyectos, como la confección de ropa o el turismo ecológico. Y comienzan a emerger familias nuevas, parejas de excombatientes que se conocieron en la ruda vida de campaña, amores selváticos que se trasladaron al llano en un nuevo comienzo.
"En este momento tenemos 20 mujeres embarazadas", dijo Córdoba sobre el crecimiento del lugar, quizás el único de los 26 centros de reinserción del país donde la población sigue aumentando desde el primer día, entre recién nacidos y recién llegados de otras ciudades.
"Y no se abandona el estudio. Hay jornadas político-culturales pero también hay estudio formal, la culminación de la base secundaria, del bachillerato", dijo Córdoba, que en la década del noventa fue líder estudiantil primero, y sindical después, antes de incorporarse a las FARC en el área de comunicaciones y propaganda revolucionaria.
La granja de La Guajira es uno de los pocos proyectos que funcionan razonablemente bien en el marco de paz en Colombia. Algo así como una granja modelo, un oasis de prosperidad en un desierto de proyectos inconclusos.
Pero son más los reclamos al gobierno por lo que falta que la satisfacción de lo hecho. La cooperativa no es sustentable y exigen más compromiso de las autoridades para ayudarla a levantar, como señalan los acuerdos de paz. Y con una mirada más amplia, más allá de su propia cooperativa, quieren ver avanzar los 26 proyectos del país y que no se deje a los exmilicianos librados a su suerte.
"Nos hace falta la consolidación de las unidades productivas; el proceso va algo lento debido a los incumplimientos del gobierno", dijo a La Nación otro miembro de la cooperativa en La Guajira, Fernando Calle, que se mueve desde hace años bajo el alias de "Poca Luz". "Es por el personaje de una película colombiana", dijo sobre su insólito seudónimo.
Alirio Córdoba tampoco se llama así. Su verdadero nombre es Benedicto González. Pero mantiene su nombre de guerra porque así lo llaman desde siempre sus compañeros de batalla, que intentan reconvertirse, como él, a la vida en sociedad.
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