Los que todavía se niegan a irse
La frustrante tarea de los socorristas, que van casa por casa
NUEVA ORLEANS (AP).- Parado en el destruido umbral de su precaria vivienda, el hombre se negó a irse.
Al igual que otras personas que se negaron a dejar esta ciudad inundada y casi vacía, Chan Chun Nin, de 75 años, no tiene agua corriente; tampoco, electricidad, y se le estaban acabando los remedios para su esposa, Mie, de 70 años. No obstante, no quiere moverse de allí.
"Hágame un favor", le pidió un socorrista de la Guardia Nacional. "Escriba su nombre y dirección en un papel y guárdelo en el bolsillo. Porque cuando se muera, necesitaremos saber a quién sacamos."
Luego, el socorrista, Mike Wolfe, y una docena de policías se dieron vuelta y se fueron calle abajo, para seguir su frustrante búsqueda, con la esperanza de persuadir a alguien -a cualquiera- de abandonar esta ciudad devastada.
Ahora que el centro de refugiados instalado en el estadio Superdome no es más que un recuerdo y después de que cientos de sobrevivientes de la tragedia fueron rescatados de los techos y azoteas, la tarea de evacuar la ciudad se redujo a eso: pequeños grupos de policías, muchos de otros estados, que van casa por casa y tratan de convencer a las personas más obstinadas de que abandonen sus hogares.
Escopeta en mano, los policías proceden con cautela, como si estuviesen buscando a algún delincuente y no a gente atemorizada y desorientada que sólo quiere resguardar lo poco que tiene o que le queda.
"¿Cómo hace una persona para abandonar lo único que tiene y conoce?", se preguntó Jeff Chudwin, comisario de Olympia Fields, un suburbio de Chicago. "Esta es su vida, y están dejando todo. No les queda nada."
Chudwin y sus doce colegas hallaron a una anciana de 87 años y amablemente la persuadieron para que se fuera de la ciudad. La mujer estaba muy débil y necesitó ayuda para subir por la escalerilla del camión de rescate. Dejó en la casa a sus dos perros, pero llevó consigo una cajita en la que guardaba el dinero.
Al que no pudieron convencer fue a Nin. "¿Quiere que su esposa muera?", preguntó un socorrista. Frustrados, los hombres le desearon suerte y se fueron. "Van a morir", dijo uno de ellos.
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