Más allá de cualquier error, un pastor hechoa la medida de los desafíos actuales
MILÁN.- Al comparar las biografías del papa Francisco y del cardenal Carlo Maris Martini advierto muchas similitudes. "La agenda Martini" para la elección del nuevo papa, como fue llamado mi último diálogo con el arzobispo de Milán, conduce exactamente a la personalidad del nuevo pontífice. Es casi como si el cardenal Martini hubiese tenido a este hombre frente a sus ojos cuando expresó su propio dolor por la cansada Iglesia europea y trazó la imagen de un obispo y papa bajo el peso de los actuales desafíos.
Un pastor de la Iglesia debería tener, o asegurarse de ello a través de su entorno más estrecho, una gran cercanía con la gente, y sobre todo compasión por los pobres y los jóvenes. El nuevo papa proviene de una simple y numerosa familia italiana que emigró a la Argentina, y adquirió un gran conocimiento y competencia social. Bergoglio es jesuita y elogió la pobreza, que ha visto en primera persona también como arzobispo de Buenos Aires. Ha llevado un estilo de vida simple, alejado del protocolo de palacio, cercano a la gente y a todos los que sufren injusticias, un estilo que le ha ganado la reputación de ser "el obispo de los pobres". Una predilección por los pobres que no abandonará ahora que reside en el Vaticano. ¿Logrará transformarla en energía nueva para la Iglesia?
Gracias a la espiritualidad jesuita, Bergoglio aprendió a apreciar la libertad. El fundador de la orden, Ignacio de Loyola, confiaba en que Jesús estaba presente y vivía en cada uno de nuestros hermanos. Con estas raíces profundas, cultivadas a través de ejercicios espirituales, el jesuita se gana una libertad que le permite aventurarse en cada tarea, lugar o encuentro: allí donde haga falta. Y con esa libertad gana también el coraje para afrontar a los poderosos cuando hacen sufrir a los hombres. Bergoglio lo hizo muchas veces en la Argentina y se arriesgó a entrar en conflicto con el gobierno y los poderes económicos. Esa libertad, que encuentra en Dios su justificación, le será necesaria al nuevo papa para abatir el sistema de poder en la Iglesia europea y en las estructuras del Vaticano. El hecho de que el Pontífice venga de América del Sur le concede, por una parte, una distancia de los problemas romanos y europeos, y, por otra parte, implica también una debilidad. ¿Podrá contra las antiguas estructuras? ¿Tiene realmente la energía para cambiarlas? Hace falta mucha fortaleza interior y una libertad a la par de la que tuvo Juan XXIII.
El nuevo papa no tendrá una respuesta directa a las demandas europeas. Pero escuchará a la gente. Resolverá los conflictos. A través de su elección, las iglesias continentales y locales aumentarán la conciencia de sí mismas respecto de la vieja Europa. Se encontrarán culturas diversas, con abordajes conservadores o socialmente revolucionarios. Hoy en día, ningún obispo osa decir lo que decía el cardenal Bergoglio en la Argentina sobre las relaciones homosexuales. El papa Francisco, que en su país denunciaba los excesos de la economía de mercado y la corrupción, hará que se caldeen las demandas actuales de la Iglesia europea. Confío en que, en la controversia, los interlocutores de buena voluntad encuentren una respuesta, pero en el corto plazo podrían producirse fisuras peligrosas. A través de las fisuras en los anchos muros, sin embargo, puede filtrarse lo nuevo.
El nuevo pontífice argentino carga también algunas mochilas personales. Se le criticó una excesiva cercanía con la junta militar. Es difícil juzgar algo así desde afuera, porque como responsable de una gran comunidad debía buscar el diálogo y ser prudente. Seguramente no era un revolucionario, ni en lo gubernamental ni en la Iglesia. Tal vez sí se haya amoldado demasiado al poder, cosa de la que más tarde pidió disculpas. Más no puede esperarse de un hombre. Nadie está libre de culpa. El punto es si insistimos en el error o aprendemos de éste.
Es interesante, como lo han comentado todos, el nombre elegido por el papa: Francisco. Como jesuita, pensé de inmediato en los santos de las generaciones fundadores de las órdenes, como Francisco Javier, el gran misionero de la Iglesia que en el siglo XVI llegó a África, la India y Japón. Aprendió los idiomas de otros países, respetó su cultura y, con su devoción, les abrió las puertas de China a los misioneros jesuitas. En realidad, con ese nombre el papa se refiere a San Francisco de Asís, para afirmar un programa de vida simple y la crítica de la riqueza.
Se corre la voz de que en el cónclave de 2005 el cardenal Bergoglio fue el contrincante de Ratzinger. Más atrás, venía el cardenal Carlo Maria Martini, que debió retirarse a causa de la aparición del mal de Parkinson. Se dice que aquel día Martini usó bastón por primera vez y que dos jesuitas habrían allanado el camino para la elección de Benedicto XVI. No sabemos si fue así. Pero tal vez esos rumores nos muestran el camino por el que el Espíritu Santo ha conducido a la Iglesia, un camino que hoy nos lleva al futuro.
Georg Sporschill
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