Más que a la Guerra Fría, un regreso a una peligrosa rivalidad
WASHINGTON.- Hasta hace un mes, la mayoría de los norteamericanos no sabían dónde quedaba Crimea. Pero la toma relámpago que hizo Moscú redibujó abruptamente el atlas geopolítico y tal vez haya puesto fin definitivamente a 25 años de tumultuosas pero constructivas relaciones entre Estados Unidos y Rusia.
Desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, Washington y Moscú tuvieron problemas para reemplazar la rivalidad de la Guerra Fría por una nueva forma de entendimiento, que fue puesta a prueba en crisis tras crisis, pero que a su manera muy particular logró perdurar. Después de cada ruptura, ya fuese en Kosovo, Irak o Georgia, llegaba un relanzamiento de las relaciones que devolvía a ambas potencias a un inestable equilibrio.
La decisión del presidente Vladimir Putin de arrebatarle Crimea a Ucrania, hecho celebrado en la desafiante ceremonia de firma del tratado anteayer en el Kremlin, amenaza con abrir la puerta de una nueva y peligrosa época. Si no es la renovada Guerra Fría que algunos temen, al menos parece implicar el inicio de un período de confrontación y alejamiento que será difícil superar. El próximo relanzamiento de relaciones, si es que ocurre, por el momento parece lejano e improbable.
Stephen Hadley, asesor en seguridad nacional de la presidencia de George W. Bush, dijo que esta vez será más difícil retornar de la situación de enfrentamiento, porque Putin está efectivamente rechazando el orden internacional establecido tras el colapso de la Unión Soviética. "Putin quiere reescribir la historia tal como resultó de la Segunda Guerra Mundial", dijo Hadley.
Anteayer, desde la Casa Blanca, el presidente Barack Obama delineó sus próximos movimientos: un ojo por ojo de sanciones adicionales para penalizar a Rusia por "algo que no es otra cosa que una confiscación de tierras", como lo describió el vicepresidente Joe Biden desde Varsovia. En privado, los norteamericanos reconocen que las chances de liberar a Crimea de los rusos son ínfimas y que la verdadera cuestión es saber si Occidente puede impedir que Putin desestabilice o intente tomar el control del este de Ucrania.
Por más que Estados Unidos y Europa puedan marcar ese límite, es difícil pensar que las relaciones con los rusos vuelvan a la normalidad en el corto plazo.
Ahora corren peligro todas las actividades de cooperación entre Rusia y Estados Unidos. En exploración espacial, colaboran estrechamente, y el acceso norteamericano a la Estación Espacial Internacional depende enteramente del lanzamiento de los cohetes rusos. Las agencias de inteligencia de ambos países comparten información sobre organizaciones terroristas, aunque no siempre toda. Y expertos norteamericanos ayudan a los rusos a desmantelar armas nucleares viejas.
Aunque Obama y Putin intercambiaron chicanas diplomáticas, ambos gobiernos trabajan para contener los daños. Diplomáticos rusos y norteamericanos mantuvieron contactos la semana pasada para asegurarse de poder seguir trabajando juntos en las negociaciones con Irán por su programa nuclear, y esta semana volvieron a encontrarse en Ginebra.
"Hemos logrado cooperar a pesar de las diferencias, graves diferencias, que tenemos en otros temas", dijo el secretario de Estado norteamericano, John Kerry.
Lo que parece más incierto es que esa cooperación pueda continuar si Occidente aplica el tipo de sanciones con las que amenaza a Moscú. Tras la guerra en Georgia, en 2008, hubo un relanzamiento de las relaciones. En aquella oportunidad, el recién elegido Obama hizo de la restauración de vínculos una de las prioridades de su agenda, y muchos en Occidente lo siguieron, en parte debido a que culpaban al volátil presidente georgiano Mikhail Saakashvili de haber provocado a Moscú.
Pero mucho antes de que las tropas rusas ocuparan Crimea las relaciones ya iban en franco deterioro, en especial desde que Putin retornó formalmente a la presidencia, en 2012. Putin y Obama se respetan muy poco mutuamente. Putin culpa a Estados Unidos de las protestas en las calles de Moscú, desdeña el llamado de Obama a retomar las conversaciones sobre desarme nuclear y le concedió asilo al ex topo de la CIA Edward Snowden.
Los especialistas dicen que ésta no será una nueva Guerra Fría, una puja ideológica global entre el capitalismo y el comunismo. Putin se postula a sí mismo como el líder de los sentimientos antinorteamericanos, pero esos sentimientos abrevan del nacionalismo ruso y no de la filosofía marxista, y por lo tanto tiene el foco puesto en su propio vecindario.
Eso no significa que la nueva situación no plantee serios desafíos. "Podría convertirse en un desagradable y prolongado conflicto entre Oriente y Occidente", dijo Michael Dobbs, historiador de la Guerra Fría que como periodista cubrió el fin de la Unión Soviética.
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