Más tropas y más fondos, el gran dilema para Bush
WASHINGTON.- La fuerza de los hechos en Irak está dejando a George W. Bush sin otra opción que comprometer cada vez más el éxito de su presidencia -y también sus chances electorales- al resultado incierto de la posguerra.
Y se ve obligado a hacerlo pese a la sensación de deja vu que evoca una guerra que para algunos observadores, justa o injustamente, se parece cada vez más a la trampa en que se convirtió Vietnam hace más de tres décadas.
Con el caos de violencia extendiéndose a prácticamente todo el territorio de Irak, el actual es el escenario opuesto al que la administración republicana esperaba exhibir a estas alturas del año. Y la admisión, ayer, de que se necesitarán más dinero y más tropas dejó aún más en evidencia el peligro de un empantanamiento.
A siete meses de las elecciones, el gobierno norteamericano esperaba contar con una alianza amplia de países en Irak, donde tropas extranjeras reemplazaran a una parte importante de las fuerzas estadounidenses y la situación política se encaminara hacia un tranquilo traspaso del poder a autoridades locales. Nada más alejado de la realidad.
"Hoy atacaron en Basora, eso fue un acto terrorista", se quejó Bush ayer (ver aparte). "Y atacaron en Arabia Saudita. Atacan todo el tiempo. Les gustaría atacarnos nuevamente", señaló, enfatizando una vez más su visión de que la guerra en Irak y la guerra contra el terrorismo son una misma cosa.
Esta identificación es errónea, a juicio del experto en temas de seguridad Tom Sanderson, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS, en sus siglas en inglés), para quien la gente sólo hará distinciones una vez que el número de bajas estadounidenses supere un umbral de tolerancia difícil de establecer.
"La guerra en Irak es ciertamente uno de los elementos que van a considerar los votantes en noviembre, y mientras más crezca el número de víctimas, más va a pesar este tema en la decisión final", dijo a LA NACION.
La Casa Blanca rechaza de plano toda analogía con la guerra de Vietnam. Repetida como una muletilla por los analistas, es la comparación que más incomoda a Bush y a sus colaboradores.
Pero la dinámica de la violencia en Irak podría forzar al mandatario a tomar decisiones que traen consigo inevitables recuerdos del pasado, como el envío de tropas adicionales y la asignación de más fondos para un conflicto que -según la crítica más suave- no tiene un final a la vista.
Estados Unidos cuenta en la actualidad con unos 135.000 efectivos sobre el terreno, y en breve podría necesitar más. El gobierno de Bush está así frente a una encrucijada. No puede dar marcha atrás en la guerra, pero más tropas significan también gastos adicionales antes de lo previsto. Y en un año electoral esto se podría traducir fácilmente en nuevos cuestionamientos a la conducción de la guerra.
Las operaciones militares "nos van a costar mucho más dinero del previsto", admitió ayer ante una comisión parlamentaria el general Richard Myers, jefe del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas estadounidenses.
El jefe militar echó así por tierra la idea -sostenida por la Casa Blanca- de que los fondos aprobados el año pasado alcanzarían para financiar los gastos de la ocupación militar hasta los primeros meses del año que viene.
Myers admitió que la decisión de mantener en Irak por otros 90 días a unos 20.000 efectivos que debían regresar del frente costará unos 700 millones de dólares, un dinero no incluido en el paquete inicial de 87.000 millones.
Dos realidades obligaron al Pentágono a reevaluar su estrategia para los próximos meses: la ausencia de tropas extranjeras dispuestas a reemplazar a los efectivos norteamericanos en Irak y las dificultades para entrenar una fuerza de seguridad iraquí.
La decisión de España de retirar sus tropas -a la que se plegaron ya Honduras y República Dominicana- no sólo incrementó la presión sobre las tropas norteamericanas, sino que amenaza con desencadenar un "efecto dominó".
Las necesidades bélicas de Estados Unidos crecieron de tal manera y el panorama luce tan incierto que dos legisladores de peso como son Joseph Biden (demócrata) y Chuck Hagel (republicano) citaron ayer la necesidad de reinstalar el servicio militar obligatorio para enfrentar una "guerra generacional" contra el terrorismo, que puede durar "probablemente 25 años".
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