Máxima, reina: el camino a la corona
Lloraba en silencio apretando con fuerza la mano de su prometido. Era el día de su boda con el príncipe heredero del trono de Holanda y estaba vestida de blanco, radiante y feliz, pero una ausencia le estrujaba el corazón. Las notas de Adiós Nonino resonaban en la iglesia Nieuwe Kerk de Amsterdan para recordarle a ella, Máxima Zorreguieta, que su patria es la Argentina, y que su padre le faltaba en el día más importante de su vida. Esas lágrimas, enfocadas en un primerísimo primer plano por las cámaras de televisión, recorrieron el mundo, y conquistaron al pueblo holandés.
La historia de Máxima y Guillermo, se dice, tiene todos los condimentos de un cuento de hadas: el príncipe se enamora de una plebeya y debe enfrentar a todos para casarse con ella.
Una fiesta en Sevilla fue el contexto del primer encuentro. Por entonces, ella tenía 27 años y ya era una prolífica economista. Trabajaba en Nueva York, en el Deutsche Bank como vicepresidenta de ventas institucionales y se encontraba de paseo en España. Fue un flechazo. Un año después abandonó su puesto en el banco y el 30 de marzo de 2001 los medios del mundo se hacían eco de la noticia: Máxima y Guillermo se casarían el 2 de febrero de 2002.
La polémica que pululó por los medios holandeses e internacionales desde ese feliz anuncio hasta el día en que debían pasar por el altar, nada tuvo que ver con la condición de plebeya de la prometida del príncipe sino que el Parlamento estuvo a punto de impedir el enlace al conocer que Jorge Zorreguieta, padre de Máxima, fue parte del gobierno dictatorial de la Argentina entre 1976 y 1983, período en que se desempeñó como secretario de Agricultura bajo las órdenes del general Jorge Rafael Videla. El debate se abrió: los medios publicaban día tras día hallazgos y rumores sobre la participación del padre de Máxima en la dictadura militar argentina y el Parlamento analizaba distintas opciones. Incluso se llegó a plantear la abdicación del príncipe a su condición de heredero a la corona a favor de su hermano. Sin embargo, una encuesta publicada por la radio nacional resultó altamente favorable al enlace: el 89% de los holandeses lo aprobaba.
El aval para la boda llegó en junio del 2001 . Sin embargo, se determinó que el padre de Máxima no podría asistir a la unión. En ese mismo momento, la madre de la novia prometió que tampoco asistiría, en solidaridad con su esposo.
El 2 de febrero del 2002 Máxima entró sola a la iglesia medieval Nieuwe Kerk. Desfiló con un vestido color marfil cerrado hasta el cuello, de mangas largas con una cola de cinco metros diseñado por Valentino, a lo largo de toda la alfombra roja rumbo al altar y dijo "ja", "sí" en holandés, para unirse a su príncipe azul "hasta que la muerte los separe".
Cuenta la leyenda que cuando Astor Piazzolla se decidió a escribir aquel al cual él definió como su tango "número uno", les dijo a sus hijos que lo dejaran solo y se encerró con su bandoneón, para liberar la melodía más triste y hermosa que su arte le permitió. "Nonino" era su padre, y había fallecido trágicamente dejando un vacío en su corazón. Tal vez esa fue la sensación de Máxima el día de su boda cuando escuchó los primeros acordes de ese tango que pidió expresamente que se tocara en la ceremonia religiosa, como una forma de comunicarse con su padre, y contra todo protocolo y regla de maquillaje dejó que rueden unas lágrimas silenciosas por sus mejillas. Su mano se aferró a la de Guillermo. Una mirada bastó para que él comprendiera y acompañara su dolor. Estaban juntos en las buenas y en las malas, ya eran marido y mujer.
El mutuo afecto entre ambos esposos fue desde el principio conmovedor. Cuando el pueblo holandés, convertido en un mar naranja (todos los ciudadanos llevaron banderas y gorros de ese color en honor al nombre de la dinastía gobernante, Orange), pidió que los novios se dieran el tradicional beso en el balcón del palacio, los recién casados no sólo accedieron al clamor sino que se besaron cinco veces.
Las postales que se pueden reunir en su colección de fotos están llenas de carcajadas y miradas cómplices. "Guillermo es el gran amor de mi vida", dijo con plena seguridad Máxima a la prensa internacional, explicando por qué accedió a renunciar a su nacionalidad argentina, requisito sine qua non para convertirse en reina consorte de Holanda. Y la prueba mayor de ese amor es su fruto: tres hijas, risueñas, rubias y blancas como la porcelana, la mayor de las cuales, Catharina Amalia, ya se prepara para desempeñarse como heredera de la corona.
Icono de estilo, elegancia y discreción, Máxima se destaca, además, actuando como asesora en temas económicos y en distintas misiones diplomáticas para su país adoptivo. Con su simpatía y calidez latina, supo ganarse el corazón de todo el pueblo y hoy, a más de diez años de aquel día en que selló su unión con el príncipe heredero, se prepara para acceder al honor más grande: convertirse en reina de Holanda y comandar junto a su esposo el territorio que les fue encomendado en calidad de soberanos vitalicios.
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