Muro de Berlín: a 60 años del inicio de la construcción del símbolo de la Guerra Fría que dividió al mundo
La mañana del 13 de agosto de 1961 los berlineses se despertaron con la frontera sellada en un hito que marcó el comienzo de una nueva era global
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Lo inconcebible sucedió. La metafórica “Cortina de Hierro” que según el líder británico Winston Churchill separaba Oriente de Occidente luego de la Segunda Guerra Mundial se materializó, el 13 de agosto de 1961, en un verdadero muro de concreto, para dividir la ciudad de Berlín entre los dos bandos que entonces se disputaban el mundo.
Sucedió hace 60 años, y muchos aún recuerdan con dolor la angustia sofocante de verse privados para siempre de su familia, amigos, trabajos, modos de vida. Berlín se partió en dos, como se partió en dos la historia. Y así se mantuvo casi tres largas décadas, como muestra activa de la ceguera ideológica y el despotismo.
Cerca de 5000 personas lograron huir en escapes de antología que luego se llevaron al cine, con audacia, ingenio, perseverancia, mucha suerte y, en ocasiones, ayuda del exterior. Pero fue una cifra mínima contra las 100.000 que quisieron y no pudieron, entre ellas 250 que murieron en el intento de abrazar la libertad.
Alemania ya estaba separada entre la versión occidental y la versión oriental, según se distribuyeron las zonas de ocupación tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Los soviéticos dominaron la zona oriental y los aliados, la occidental, y en 1949 se fundaron dos países.
Berlín, situada en la mal llamada República Democrática Alemana (RDA), estaba a su vez dividida, pero se podía circular entre las zonas. Las preferencias estaban del lado occidental, el lado que ya insinuaba su prometedor “milagro económico”, y quienes quedaron del lado oriental comenzaron a salir del inoperante régimen estalinista cada vez en mayor número.
Para 1961 Alemania Federal era un imán. Los 3,5 millones de alemanes que habían emigrado desde la fundación de la RDA constituían cerca del 20% de toda la población. La perspectiva de un país convertido en tierra de nadie era mala publicidad para un sistema que se presentaba como redentor de los oprimidos del mundo entero.
Algún jerarca tomó la decisión de erigir el muro de la noche a la mañana. Y muchos obreros y militares fueron convocados a trabajar en las sombras, con mecánica y silenciosa celeridad, para cortar en dos una de las grandes capitales de Europa.
Ese jerarca fue Walter Ulbricht, presidente del Consejo de Estado de la RDA, que en medio de los rumores que ya circulaban sobre un cierre inminente de la frontera, dijo en una conferencia de prensa, el 15 de junio de 1961, que nadie planeaba “construir un muro”.
Pero este hombre no será recordado por la sinceridad de sus palabras o la pureza de sus intenciones. Se imponía así la “doble lengua” de la que hablaba el novelista George Orwell en su distópico libro 1984, donde las cosas significaban exactamente lo contrario de lo que pretendían decir.
En la mañana del domingo 13 de agosto se anunció públicamente el cierre de fronteras “para poner fin a las actividades hostiles de revanchismo y militarismo de Alemania Occidental y Berlín Occidental”.
Durante la noche se había colocado una alambrada provisional de 155 kilómetros que separaba las dos partes de Berlín. Los medios de transporte se vieron interrumpidos y ninguno podía cruzar de una parte a otra. Durante los días siguientes, comenzó la construcción de un muro de ladrillo y el desalojo de las casas de la zona.
Las autoridades de la RDA se refirieron oficialmente al Muro de Berlín como la Muralla de Protección Antifascista. Otra vez la doble lengua: la intención no era evitar las entradas, sino prohibir las salidas.
Los berlineses estaban en shock. El entonces alcalde Willy Brandt –futuro canciller alemán- dijo horas después de ver surgir de la nada la demarcación inicial, que “una barrera de campo de concentración” se había extendido a través del centro de Berlín.
“El Senado de Berlín acusa ante la comunidad mundial, las medidas ilegales e inhumanas practicadas por aquellos que están dividiendo Alemania, oprimiendo a Berlín Oriental y amenazando a Berlín Occidental”, dijo Brandt.
Vidas quebradas, truncas, arruinadas solo por vivir en la calle equivocada de la ciudad o el lado equivocado del mundo. Como cantó muchos años después el británico Elton John, en Nikita, a propósito de estas relaciones que el muro dejaba de lado o tornaba imposibles: “Nunca sabré qué bien se siente abrazarte”.
Historias
Está el caso de dos amigas, Rosemarie Badaczewski y Kriemhild Meyer, que fueron fotografiadas cuando la estructura aún estaba lo bastante baja para poder darse la mano por encima. Volvieron a reunirse 58 años después, cuando la foto se hizo viral en las redes sociales.
O el drama de Ingrid Reinmann, una alemana que perdió al amor de su vida. “Una mañana de domingo mi madre me despertó a las 6 y me dijo: ‘Escuchá, escuchá, tenés que escuchar lo que dicen’, y subió el volumen de la radio. Estaban cerrando la frontera. Mi marido estaba trabajando en Alemania Occidental, así que supe que la relación había terminado”, recordó.
Y también el recuerdo de Ursula Bach, que se escapó a Alemania Federal cuando tenía 18 años. Estaba embarazada de seis meses cuando cerraron las fronteras en 1961, y nunca pudo volver a ver al padre de su hijo. Años después contó que encontró la libertad, pero siempre la persiguió el dolor y la culpa por una huida con sabor amargo.
Junto con el muro, se creó la llamada “franja de la muerte”, formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
Los guardias fronterizos tenían órdenes estrictas: “No dude en usar su arma incluso cuando se produzcan violaciones fronterizas con mujeres y niños”, decía un archivo del servicio secreto de Alemania Oriental de 1973.
Los últimos en escapar fueron una familia, los Spitzner, en agosto de 1989. Si esperaban tres meses se iban caminando. ¿Pero cómo saberlo? El 9 de noviembre, el muro se derrumbó casi tan rápido como había aparecido. Cuando un funcionario anunció la apertura de la frontera, miles de alemanes entusiasmados se dirigieron al muro y empezaron a destruirlo pieza por pieza.
El Muro de Berlín alcanzó una longitud de 43,1 kilómetros, y quedará en el recuerdo como una obra cumbre de la crueldad y la estupidez humanas.
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