Oleoductos, la nueva arma de la geopolítica
El transporte del crudo y del gas, creciente fuente de poder
PARIS.- La yugular de la economía occidental no sólo pasa por el estrecho de Ormuz, como decía Henry Kissinger: el control de los oleoductos se convirtió ahora en un arma que amenaza con modificar el equilibrio geopolítico mundial.
La gravedad que tiene esa situación se advirtió a principios de mayo pasado, cuando el vicepresidente estadounidense, Dick Cheney, acusó a Rusia de usar el petróleo y el gas como "instrumentos de intimidación y chantaje".
Revaluados por la estampida de precios de los hidrocarburos, se reactivaron proyectos de extensos gasoductos y oleoductos en Rusia, Irán, América del Sur, Medio Oriente, Europa y Africa.
"Los gasoductos significan poder. Si alguien quiere impedir que sus clientes reciban petróleo o gas, basta con cerrar las válvulas", subraya Bruce Evers, analista del banco Investec, de Londres.
La advertencia de Cheney reveló la inquietud que existe en la Casa Blanca por las consecuencias que puede tener -sobre todo en Europa- la estrategia de la tensión de Moscú. El presidente ruso, Vladimir Putin, inauguró esa política de "intimidación y chantaje" en enero de 2005, cuando cortó el suministro de gas a Ucrania y Georgia, y redujo sus exportaciones hacia Europa, que transitaban por el mismo gasoducto.
Ese día, los clientes de Moscú descubrieron en forma brutal una nueva realidad: quien controla el conducto, impone las reglas del juego. Desde entonces, los europeos -que importan de Rusia el 25% de gas para su consumo- multiplican sus esfuerzos para aliviar la presión que comienzan a sentir en la garganta.
La seguridad energética fue precisamente el tema clave del encuentro de hace unas semanas en Sotchi, entre Rusia y la Unión Europea, y también dominará la cumbre del G-8, prevista para julio en San Petersburgo.
Los europeos intentan -hasta ahora sin éxito- que Moscú ratifique la Carta de la Energía, que obliga a los signatarios a asegurar tanto la compra como el suministro de hidrocarburos.
Alarmados por la actual situación, cuatro ex Estados soviéticos -Georgia, Ucrania, Azerbaiján y Moldavia- escucharon el consejo de Cheney y el 22 de mayo decidieron construir una autopista energética hacia el Oeste, que evitará pasar por territorio ruso.
A pesar de ser naciones ricas en gas y petróleo, Georgia, Ucrania y Moldavia debieron someterse en 2005 al diktat de Gazprom (el gigante ruso del gas), que aumentó las tarifas del gas que transita por su ducto. Ucrania propuso a Azerbaiján utilizar el ducto Odesa-Brody para encaminar el petróleo de Bakú: el tendido podría llegar a Polonia.
Europa respalda esa iniciativa y, para aliviar su dependencia energética de Rusia, espera la apertura del oleoducto BTC entre Azerbaiján y Turquía, que será inaugurado en julio, tras 10 años de trabajos y 3900 millones de dólares de inversión.
Irritado por esos proyectos, Moscú ha denunciado el aumento de una "política antirrusa" en la región y amenazó con vender su gas a otros países, si los dirigentes occidentales se oponen a la expansión de Gazprom. Esa amenaza aludía a la posibilidad de orientar sus ventas a Asia. Por esa razón, Cheney habló de chantaje.
El interés de Rusia por el mercado asiático es tanto comercial como geopolítico. Antes de decidir el trazado de su nuevo oleoducto hacia Extremo Oriente, Moscú dudó entre dirigirlo al Mar del Japón o directamente a China. Terminó optando por el camino que pasa por su puerto de Nakhoda en vez de seguir la ruta china de Daquing. De esta manera, podrá exportar petróleo a Japón, pero también a otros mercados, como China y Estados Unidos.
Para no quedar a merced del Kremlin, Europa intenta diversificar sus proveedores. El gasoducto Magreb-Europa (GME), que lleva gas argelino a España, Portugal y otros países del continente, será reforzado en 2008 con otro que unirá el norte de Africa con la península Ibérica. Los europeos también alientan la construcción de un gasoducto que debería transportar gas egipcio al Viejo Continente, vía Chipre y Turquía.
Otra preocupación para Europa y Estados Unidos es el proyecto de Irán de construir un gasoducto a la India, con posibilidades de extenderlo hasta China. Ese tendido daría a Irán un vasto mercado para sus importantes reservas y abriría las puertas de Asia a la política de expansión de Teherán. Por eso, Washington se opone al proyecto, y también porque teme que la India sea dependiente de Irán.
La importancia geopolítica que acompaña el control de un gasoducto tampoco escapó al presidente venezolano, Hugo Chávez, quien convenció a sus vecinos de construir un gasoducto faraónico de 9650 kilómetros para unir su país con Brasil y con la Argentina.
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