Otra arriesgada jugada a la medida de Yeltsin
Si había algo que faltaba para complicar aún más el difícil panorama internacional en medio de la guerra por Kosovo, era una explosiva crisis política en Rusia. Una crisis política como la que se desató ayer en Moscú y que, nadie duda, desembocará en una feroz lucha de poder entre el Kremlin y la oposición comunista-nacionalista, que sigue considerando a la ofensiva de la OTAN contra Yugoslavia como un bombardeo en plena Plaza Roja.
Ayer, Boris Yeltsin provocó justamente eso. De un plumazo, y ante la atónita mirada de la Casa Blanca, destituyó al hombre que en los últimos nueve meses había logrado calmar los temores de los inversores y de Occidente en general, y que, en los hechos, lo había reemplazado al timón del país.
Su decisión, más que una sorpresa, parece ser otro acto a la medida de Yeltsin. Otro gesto intempestivo del hombre que no dudó en enviar los tanques para enfrentar una rebelión de parlamentarios en 1993 y que, cada vez que sus críticos u opositores lo empiezan a considerar un cadáver político, resurge de las lejanas residencias campestres -donde lo tienen recluido sus permanentes problemas de salud- para provocar verdaderos temblores políticos. Como el de ayer, al despedir a su tercer primer ministro en apenas un año.
Analistas rusos aventuraron que al destituir a Primakov, que contaba con el apoyo de la oposición, Yeltsin estaba demostrando que está perdiendo definitivamente el contacto con la realidad. Pero su decisión parece estar basada en dos factores más que reales.
El primero es el factor de la popularidad. A un año y medio de las elecciones (en las que nadie puede descartar por completo la candidatura de Yeltsin), el presidente enfrenta un fuerte derrumbe de su popularidad. Alejado de los manejos políticos por sus sucesivas enfermedades y por sus propias marchas y contramarchas, Yeltsin goza hoy de apenas un 3 por ciento de aprobación.
Primakov, por el contrario, se ha convertido en uno de los hombres más populares del país, con un índice de aprobación del 70 por ciento.
Aunque para muchos analistas, y para el propio Yeltsin, Primakov había aplicado una política de inercia económica, un virtual "piloto automático", para el común de los rusos fue el hombre que logró estabilizar la explosiva situación económica tras la devaluación del rublo. Y frenar la incipiente hiperinflación "a la latinoamericana", que parecía el correlato seguro de la crisis que se desató cuando Yeltsin destituyó, en marzo de 1998, al premier Viktor Chernomyrdin, ahora convertido en negociador para la crisis de Kosovo.
Es decir, Primakov había comenzado a representar una figura incómoda para el presidente, un candidato seguro al Kremlin.Todo agravado por el hecho de que el primer ministro no había hecho nada por frenar la investigación de una ola de escándalos familiares que salpicaba el círculo de Yeltsin ni por detener el avance del juicio político, que deberá comenzar hoy en la Duma.
Embarrar la cancha
Pero, más que nada, la decisión parece en realidad una audaz jugada política del presidente, que teme seguir los pasos de Bill Clinton y enfrentar un dilatado debate sobre su destitución. Una arriesgada apuesta por "embarrar la cancha", echando por la borda el delicado equilibrio entre el gobierno y el Parlamento, dominado por la oposición, y provocando una parálisis institucional.
Sucede que la Constitución prevé que el presidente puede disolver la Duma si los diputados rechazan tres veces su candidato a premier. Pero, además, si la Duma vota en favor de al menos una de las acusaciones contra Yeltsin, el presidente ya no podría disolverla .
"Es tal vez el mayor error que haya cometido el presidente en los últimos tiempos", reaccionó ayer a la virtual declaración de guerra el presidente de la Cámara baja, el comunista Guennadi Selezniov.
Así, con su arriesgada apuesta, Yeltsin abrió una verdadera caja de Pandora. La crisis de Kosovo podría convertirse ahora en una mera pieza de ajedrez en este peligroso juego político, reavivando la retórica nacionalista en momentos en que incluso el propio Yeltsin quiere evitar ser visto como un títere de la OTAN.
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