Polonia espera con temor el ingreso en la UE
Después de 14 años de reformas, a los polacos les preocupa que las nuevas metas económicas impuestas disparen los precios
Debido a la trascendencia que tendrá para el mundo la ampliación de la Unión Europea, LA NACION decidió enviar a su corresponsal en Madrid a Polonia para contar desde allí cómo se vive en un ex país comunista este cambio histórico. He aquí la primera de sus notas:
VARSOVIA.- En los cristales de las nuevas torres de oficinas se reflejan, obedientes, los bloques grises y pesados que dejaron años de ocupación soviética.
Con idéntico silencio, la ciudad se aprestaba ayer -sin más ostentación que el polvillo de las obras que edifican su futuro- a dar el paso que el sábado incorpore a Polonia en la Unión Europea, como parte de la más ambiciosa ampliación del bloque continental, que verá saltar de 15 a 25 el número de países miembros, y de 376 a 453 millones el total de habitantes que comprende.
No hay carteles, ni pintadas, ni monumento, ni placa que evoque el enorme paso para el que los casi 40 millones de polacos llevan catorce años preparándose. La austeridad de esta tierra contrasta con la euforia que en muchas capitales de Europa occidental llevó a instalar relojes para medir los días que faltaban para la entrada en vigor del euro, el 1° de enero del 2002.
Tal vez se deba a las dudas e incertidumbres que a última hora genera el histórico paso, o al agotamiento por la preparación en dolorosas reformas estructurales, o al temple de una ciudad que, a lo largo de seis décadas, sufrió lo que pocas: literalmente arrasada durante la Segunda Guerra, reconstruida con paciencia, ocupada por los soviéticos y liberada palmo a palmo a fines de los ochenta a pura revuelta porque, en realidad, nunca quiso rendirse. Semejante pasado pesa a la hora de estimar el precio del futuro que hoy Varsovia y toda Polonia paladean.
Pero los varsovianos se explican de otra manera: "Para nosotros, el gran debate fue hace dos años, cuando Polonia negoció en la cumbre de Copenhague su entrada en la Unión Europea. Luego, eso siguió el año pasado, con el referéndum de adhesión. Lo que viene ahora es la consecuencia lógica de esos dos pasos", dicen -con lacónico razonamiento- entre el ir y venir de las palas y las excavadoras.
La ciudad vibra al ritmo en que se edifica "con perseverancia de polaco", según definen, mientras Bruselas, lógicamente, habla con más grandilocuencia para definir la ampliación inminente del bloque.
"Este es un desafío sin precedente; es la realización del sueño de los fundadores, la reunificación del continente dividido por la Segunda Guerra. Más que ninguna otra ampliación, ésta representa la aplicación a escala continental de un modelo europeo de integración pacífica y voluntaria de pueblos libres", dijeron sus autoridades.
Así dieron la bienvenida al esfuerzo de los diez aspirantes: Lituania, Letonia, Estonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Malta, Chipre y, por supuesto, Polonia, que en población y territorio duplica al conjunto de las nueve anteriores. Y es, por eso, el país que inicia el relato íntimo de la fantástica ampliación por la que el bloque abre el camino para borrar la frontera que divide la Europa occidental de la oriental.
Pero será necesario mucho más que cartografía. Basta poner un pie de este lado del mapa para ver lo lejos que se está del consumismo occidental, con sueldos que no llegan a la mitad de los de Oeste y precios que -tal el miedo- puedan dispararse con la apertura de fronteras y para comprobar lo enorme del listado de empresas y comercios que esperan ya los negocios que lleguen en ese momento y el también doloroso listado de los que -en el campo y en la vieja industria, sobre todo- temen que esa hora tan esperada por otros marque, para ellos, la última, la del final sin atenuantes. Es que el gran sueño no elimina el miedo ni las preocupaciones. En Polonia, tan extensa como la provincia de Buenos Aires, son miles los trabajadores que temen por su futuro.
"Para nosotros, nada fue nunca gratis", dijo Ivanna Strawoska, periodista de un diario local. No sólo hablaba del esfuerzo que aún hay por delante, sino también del recuerdo de los 14 años de reformas que lleva Polonia preparándose para dar el paso del sábado, etapa que comenzó poco después de que, en 1989, cayó el muro de Berlín.
"¿Sabes? Yo, a los 20 años, compraba aquí con cartilla de racionamiento", dice Ivanna, que hoy tiene 35. Compara aquellos años con el acopio de alimentos que en estos días hacen miles de varsovianos. "Es que hay mucho temor de que los precios aumenten. A la gente más grande, sobre todo, eso le trae recuerdos de otras épocas y por eso acopia. Nadie sabe muy bien qué pasará con el ingreso en la Unión Europea", dice. Vuelve a hablar de los años pasados. "Todo fue muy duro. Y seguimos pagando", dice.
Lo primero que menciona es el desempleo, que llega al 20 por ciento. "Hoy, en cualquier momento, una empresa hace reducción de plantilla y... °a la calle! Y, si no, dicen que hay que reducir gastos y te bajan el sueldo", dice.
Hasta el local del restaurante donde transcurre la charla da su testimonio. Se llama El Popo, queda en la zona de movida de Varsovia; se especializa en cocina italiana y su flamante decoración contrasta el resultado de la jornada: sólo dos mesas están ocupadas. "No es un buen día. Pero sabemos que todo mejorará con el tiempo", dice Anna, una de las camareras, que también habla inglés y francés y que espera aún estar allí cuando ese momento llegue.
Ella también se ilusiona con la entrada en la UE: "Sabemos que no será perfecto. Pero si lo comparo con la vida de mis padres, esta nueva etapa es para dar gracias", dice.
La cuenta abre otro debate. Somos tres y llega a 280 zlotys (la moneda local que seguirá corriendo hasta que, tal vez en dos años, Polonia incorpore el euro) y que equivalen a unos 90 dólares.
"Esto mismo, en Silesia, hacia el Sudoeste, te cuesta la mitad. Polonia no es una sola, sino muchas; no todas sentirán igual la entrada en Europa. Los pequeños productores del campo están muy asustados", advierte Tomek, otro colega. Y luego despotrica: "Varsovia es carísima. Uno no termina de explicarse cómo hace la gente para vivir aquí con lo poco que gana". Su acotación trae el recuerdo de los restaurantes de Buenos Aires, desbordantes tras lo peor de la última crisis.
El gobierno, en la mira
En el centro, al pie del pomposo Palacio de Cultura, dos mujeres no hablan del ingreso en la UE, sino del gobierno. Y no confían. "La corrupción es enorme", dicen, resignadas.
Están ahora gobernados por la socialdemocracia (SLD) -"ex comunistas reconvertidos, pero con todos sus vicios"-, definen. Los escándalos con negociados y privatizaciones han sido tales que el primer ministro Leszek Miller tiene renuncia con fecha fija para el lunes próximo, dos días después de la incorporación del país a la UE.
Nadie sabe muy bien si el gobierno que asuma entonces podrá repechar la crisis o si habrá nuevas elecciones. Y, en tal caso, qué ocurrirá con el populismo nacionalista de Andrzej Lepper, quien más o menos proclama que Europa traerá todos los males.
"Pero si llega al poder, tendrá que moderarse. Ya no puede haber marcha atrás", dicen las dos mujeres, convencidas -como tantos otros aquí- de que los lazos económicos del bloque son demasiado poderosos como para deshacerlos por decreto. Y confiadas -sobre todo- en que la pertenencia al club ayude a mejorar la conducta de su dirigencia. "Bruselas ya no permitirá que ocurran ciertas cosas", sentencian.
Aquí no suena el consumismo de Europa occidental. Y en la calle, pocos esperan que algo vaya a cambiar en lo inmediato. "Esto es algo que no se notará de un día para el otro", coinciden.
Pero tan fuerte como esa certeza es la esperanza de que el ingreso en el bloque mejore, mucho antes de que se vean los millones y millones de euros en ayuda, la calidad en el comportamiento de quienes gobiernan.
Tal vez porque, sin eso, los fondos que lleguen no servirán de mucho, como ya hemos visto más de una vez en nuestra propia tierra. En esa esperanza estriba, por estas horas, la primera coincidencia de quienes tanto pagaron por un futuro mejor.
El regalo de Stalin
- VARSOVIA (De una enviada especial).- Durante meses a partir de 1989, esta ciudad debatió qué destino darle al pretencioso Palacio de la Cultura que, regalado por Stalin, evoca los días grises de la dominación soviética. Pensaron en tirarlo abajo, o en dejarlo, pero con la condición de que se lo pintara con colores vivos, como burla a aquella uniformidad. Hoy muchos sólo se acuerdan del concierto dado allí por los Rolling Stones.
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