Por ahora, la opción menos mala para EE.UU. es no intervenir
En estos días, se habla mucho de la posibilidad de que Estados Unidos una fuerzas con Irán para repeler a las milicias sunnitas que ocuparon Mosul y otras ciudades en Irak y Siria. Por ahora, yo me quedaría al margen de esa lucha, y no porque sea la mejor opción, sino porque es la menos mala
Al fin y al cabo, ¿en qué contexto estaría Estados Unidos interviniendo? Irak y Siria son dos sociedades gemelas: multiétnicas y multisectarias, gobernadas históricamente, al igual que otros Estados árabes, de manera jerárquica. Primero, fueron los otomanos de mano blanda, que gobernaban a través de hombres notables de cada lugar y de manera descentralizada. Después, llegaron las potencias coloniales de mano dura, Francia y Gran Bretaña. Y, por último, el puño de hierro de reyes y dictadores nacionalistas.
Hoy los otomanos no están, los británicos y los franceses se fueron, y la mayoría de los reyes y dictadores desaparecieron. Sacamos al dictador de Irak. La OTAN y las tribus rebeldes sacaron al dictador de Libia. Los pueblos de Túnez, Egipto y Yemen se deshicieron de los suyos, y parte de los habitantes de Siria intentan hacer lo mismo.
Cada país enfrenta ahora el desafío de tratar de gobernarse a sí mismo horizontalmente, logrando que los diferentes partidos, sectas y tribus se pongan de acuerdo en un contrato social que les permita convivir como ciudadanos iguales que rotan en el poder. Túnez y Kurdistán sacaron lo mejor de esas transiciones. Los egipcios lo intentaron, y la inseguridad se les hizo tan intolerable que volvieron a pedir el puño de hierro del ejército. Libia sucumbió en conflictos entre tribus.
En Yemen, tambalea el equilibrio tribal. En Siria, la minoría chiita-alauita, sumada a los cristianos y algunos sunnitas, parece preferir la tiranía de Bashar al-Assad a la anarquía de los rebeldes islamistas. Los kurdos de Siria lograron establecer su propio enclave, así que ahora el país es un tablero de ajedrez.
En Irak, el primer ministro chiita Nouri al-Maliki -que fue el que tuvo la mejor de las oportunidades, más petrodólares y más ayuda de Estados Unidos para redactar un contrato social de gobierno horizontal- prefirió, no bien las fuerzas norteamericanas se fueron, darles poder a los chiitas y quitárselo a los sunnitas. No sorprende que los sunnitas decidieran adueñarse de su propia porción sectaria del territorio del país.
Así que al parecer, tal como están hoy las cosas, ni un Irak ni una Siria unificados pueden ser gobernados ni vertical ni horizontalmente. Los mandatarios de esos países ya no tienen el poder de extender su puño de hierro hasta los confines del territorio, y ya no hay confianza entre la gente para extenderse la mano mutuamente. Parecería que la única manera de que esos dos países sigan unificados es que desembarque una fuerza internacional, expulse a los dictadores, erradique a los extremistas y construya consenso político desde cero: un proyecto de base para el que no hay voluntarios.
Padres maltratadores
¿Qué hacer? No fue descabellada la creencia posterior al 11 de Septiembre de que mientras esa región no tuviese autogobiernos aceptables seguiría fallándole a su propio pueblo y negándole la posibilidad de desarrollar todo su potencial -razón por la que justamente se desató la "primavera árabe"- y de que esas patologías volverían a generar al maniático de turno, un Osama ben Laden con poder de amenazarnos.
Pero lo necesario resultó ser imposible: no sabíamos en lo que nos estábamos metiendo. La generación de líderes iraquíes post-Saddam resultó ser como esos niños abusados que se convierten en padres abusadores. Los iraníes alentaron sostenidamente la supremacía chiita y frustraron nuestros intentos de construir pluralismo.
Las mezquitas y los donativos en Arabia Saudita, Turquía, Kuwait y Qatar siguen financiando a predicadores y combatientes que alientan el sunnismo más extremo. Y miles de hombres musulmanes marcharon rumbo a Siria e Irak para combatir por la jihad, pero nadie movió un pie para ir a luchar por el pluralismo.
Podría decir que antes de que el presidente Obama arroje siquiera una lata vacía de Coca-Cola desde un avión caza norteamericano sobre las milicias sunnitas, debemos insistir en la renuncia de Maliki y en la creación de un gabinete de unidad nacional inclusivo. Podría decir que ésa es condición necesaria para la reunificación de Irak. Y podría decir que ni a Estados Unidos ni al mundo les conviene en absoluto que Irak se rompa en pedazos y que uno de esos pedazos sea gobernado por milicias sunnitas asesinas.
Traducción de Jaime Arrambide
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