Protestas en Chile: por qué los jóvenes llevan bicarbonato de sodio y cacerolas
SANTIAGO (De una enviada especial).- Pañuelos que sirven para tapar la boca, rociadores con agua y bicarbonato de sodio para salvar los ojos tras el efecto de los gases lacrimógenos, cacerolas que suenan contra metales, aerosol para escribir consignas en cualquier espacio en blanco carteles contra el presidente Sebastián Piñera, contra la desigualdad social y en repudio a la militarización de las calles por el estado de emergencia. Ese es el kit de los jóvenes que salieron a protestar ayer por cuarta noche consecutiva en un Chile con una ira parece estar lejos de apagarse.
"Esto se está dando superfuerte. Queremos que haya un cambio en las bases de Chile. La vida no es óptima ni es justa. El sueldo mínimo no alcanza para cubrir ni una necesidad básica. El alza del [precio del] metro fue la gota que rebalsó el vaso, pero tenemos un descontento social que viene creciendo y que se ha alimentado como la hoguera más grande que se ha visto en muchos años", dice a LA NACION Valeria Bravo, una periodista de 31 años, mientras desconcentra por la avenida Providencia tras participar de una masiva protesta en Plaza Italia.
Junto a sus amigos se fueron de la protesta ante los de los gases lacrimógenos y las balas de goma que lanzaron las fuerzas de seguridad, una media hora antes de que comenzara el toque queda, a las 20.
"Nos rociamos los ojos con agua y bicarbonato de sodio o limón para que nos alivie. Pero no hay nada que nos inmunice, que sería lo ideal porque en ese caso nos quedaríamos", dice María Paz Veyl, junto a Bravo. "El toque de queda no es toque de queda para nosotros. El objetivo ahora es que si nos disipan, nos juntamos de nuevo", desafía, camino a otra protesta, la de Plaza Ñuñoa, a unos cinco kilómetros de distancia.
"Vinimos a pedir nuestro derecho a protestar, a tener salud gratis, a una educación gratis. Estamos viviendo una situación indigna. Los chilenos nos estamos uniendo y nos responden con represión. Esto se les fue de las manos", denuncia Cristopher Morales, 29 años, mientras detrás de él todavía se ve humo por los gases lacrimógenos y hay cuatro camiones militares estacionados rodeados de decenas de efectivos en el marco del estado de emergencia.
Está junto a Ricardo Díaz, dos años menor, con quien responde casi al unísono cuando se les consulta cuándo creen que terminarán las protestas. "Cuando se vaya Piñera", es la sentencia.
Si bien a las protestas iniciadas por estudiantes universitarios se sumaron generaciones más grandes en los últimos días, son sobre todos los que tienen entre 20 y 30 años quienes se animan a quedarse al filo del toque de queda. Son aquellos que no vivieron la peor versión de la prohibición durante la dictadura de Augusto Pinochet, hasta 1990.
"Tengo 28 años y voy a tener que pagar hasta los 40 años una carrera. Gano 300.000 pesos y 80 mil se van a la deuda [universitaria] y 200 mil se van a vivienda. El resto es para transportarme y para vivir, y con eso vivo dos semanas", expone Aracely Flores, diseñadora, con su cacerola en mano después de las 20, mientras ya rige el toque de queda y la noche se empieza a hacer notar.
"No queremos como pueblo que haya toque de queda. El estallido es porque el pueblo está cansado. Y en un día de estallido, Piñera sacó a los milicos a la calle. Sin eso, esto no existiría", reclama junto a un grupo de vecinos que desafían el silencio sobre la vereda de Providencia con ese ruido metálico tan conocido en la Argentina. Detrás, la usualmente transitada avenida está vacía, con carteles en el piso y vidrios rotos en las paradas de colectivos.
Macarena López, de 29 años, pasa por ahí caminando junto a sus excompañeros del colegio. "Ahora nos vamos para las casas porque nos dijeron que están disparando y no podemos seguir exponiéndonos porque tenemos que seguir peleando", dice con un andar cansado. Se lleva consigo su kit del día: una remera que dice "Renuncia Piñera", una bandana en el cuello, una sartén y una cuchara.
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