Qué experiencia dejaron los debates presidenciales alrededor del mundo
En la Argentina comienza a ser de a poco una costumbre, pero hubo un tiempo en que en el mundo no había debates presidenciales. Y eso coincide más o menos con la época en que tampoco había televisión. De hecho, la historia muestra que el buen desempeño de un candidato en el debate siempre tuvo que ver con sus habilidades frente a la cámara, maquillaje, dotes retóricas, titubeos o muecas, más que con capacidades o propuestas de gobierno.
En Estados Unidos , en el primer encuentro televisado, en 1960, todas las apuestas estaban por el republicano Richard Nixon, frente a un John Fitzgerald Kennedy de apenas 43 años. Como vicepresidente en ejercicio, Nixon tenía mucho más conocimiento de política exterior, un tema clave para aquella época de Guerra Fría.
En un país de 180 millones de habitantes en ese momento, 66 millones estuvieron frente a la pantalla de televisión esa noche del 26 de septiembre de 1960. Pese a las limitaciones del blanco y negro los televidentes vieron a un Nixon pálido, sudoroso y mal afeitado, que estaba reponiéndose de una gripe y eligió no maquillarse. Kennedy se mostró en cambio impecable y firme. Lo paradójico es que quienes siguieron el debate por radio consideraron que el ganador había sido Nixon, mientras que los televidentes respaldaron masivamente al demócrata.
A Nixon le fue tan mal frente a las cámaras que durante los siguientes 16 años los candidatos evitaron los debates televisados. En 1976. fue nuevamente un error circunstancial lo que hizo perder el debate y luego la elección a un experimentado presidente republicano en ejercicio como Gerald Ford, frente a un casi desconocido demócrata Jimmy Carter. "No hay dominación soviética en Europa del Este y nunca la habrá durante la administración Ford", dijo erróneamente el mandatario republicano.
La experiencia norteamericana no se contagió rápidamente al resto del mundo donde los candidatos no terminan de amigarse con estas presentaciones que requieren más habilidades de actuación que capacidad de gobierno. En la actualidad hay debates presidenciales televisados en alrededor de 80 países.
En Francia , donde la primera confrontación fue recién en 1974, un experimentado maestro de la política como fue el socialista Francois Mitterrand pecó de excesivamente teatral cuando acusó con dramatismo al candidato de la derecha Valery Giscard d’Estaing, de "falto de corazón" frente a los reclamos de los más necesitados.
La respuesta de D’Estaing fue inolvidable: "Señor Mitterrand:usted no tiene el monopolio del corazón. Yo tengo un corazón como el suyo que late a su propio ritmo".
En España , el primer debate fue en 1993 y también un político hábil, el entonces presidente Felipe González, tuvo mucho peor desempeño que el aspirante del Partido Popular, José María Aznar, que de todas maneras llegaría a la presidencia sólo tres años más tarde.
El propio González reconoció su mala performance a la salida del estudio de Antena 3, cuando le comentó al moderador, Manuel Campo Vidal: "Este tío aguanta un debate".
Diez millones de televidentes, una cuarta parte de los españoles, siguieron la confrontación el 24 de mayo de 1993. Confiado en su talento natural, el socialista acudió al estudio de televisión sin prepararse, y enfrentó a un Aznar disciplinado, que preparó todo al dedillo, hasta qué temperatura debía tener el aire acondicionado de la sala. Exigió que fuera de 22°C, para no transpirar ni sentir frío. Entrenado en el uso de mensajes cortos y certeros, Aznar definió a la gestión socialista con tres palabras "paro (desocupación), corrupción y despilfarro". González se defendió tímidamente, casi sin convicción: "Es posible superar la crisis económica", respondió.
Como primeros y los más experimentados, los norteamericanos hasta desarrollaron una terminología propia de los debates con herramientas y técnicas específicas.
Un "zinger" es una frase de impacto a la que es imposible contestar, como la de Ronald Reagan, cuando un periodista le preguntó si su avanzada edad, 73 años, podrían constituir una amenaza para las cargas de su nueva gestión: "No voy a convertir la edad en un tema de campaña. Como tampoco voy a explotar con fines políticos, la juventud e inexperiencia de mi oponente [Walter Mondale, de 56 años]", remató Reagan con una simpatía que hizo estallar de risa hasta a su contrincante.
Otra estrategia de debate son los "riffs", los latiguillos. "No voy a dejar de luchar hasta que…". "El gobierno sólo nos dio…"
Los candidatos norteamericanos suelen tener un entrenador que organiza al menos una decena de simulacros de debate. Eli Attie, quien trabajó con Bill Clinton y Al Gore, señala que una regla de oro es recordarle al candidato que las cámaras están encendidas en todo momento. Buscan evitar así el tremendo error de George H. W. Bush en 1992 que, al suponer que las cámaras apuntarían a la persona del público que iba a formularle una pregunta, miró su reloj cuando una mujer común le cuestionaba precisamente la insensibilidad de los políticos para percibir de qué manera la deuda nacional afectaba al pueblo. "Es un tema que nos preocupa a todos", respondió Bush. Pero ya fue imposible creerle.
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