Rajoy, el burócrata moderado que rompió el molde
MADRID.– Mariano Rajoy Brey dio el último paso para llegar a la presidencia de España en la peor de las tres oportunidades que se le presentaron. Pero este moderado político de la vieja escuela se muestra tan confiado y decidido como el electorado español, que ayer, finalmente, le dio el respaldo negado en las urnas en los mejores tiempos de 2004 y 2008.
"Yo me apoyo en la sociedad española para salir de esta situación. Es la gente de este país y su experiencia de haber superado momentos aún más adversos que el actual lo que me anima y me da seguridad de que saldremos también de esta crisis", afirmó el ahora presidente electo al comienzo de la campaña, cuando fue consultado por La Nacion sobre su pretensión de gobernar un país con cinco millones de desocupados y en permanente riesgo de bancarrota.
Aquella alusión a "momentos más adversos que el actual" no sólo cimienta el mensaje de esperanza que deberá refrendar a partir de su asunción, prevista para fines de diciembre, sino que también se remonta a la génesis de su éxito en la vida política.
Rajoy, nacido en Santiago de Compostela el 27 de marzo de 1955, comenzó su carrera política en 1981, uno de los años más difíciles de la joven democracia española. Entonces, este abogado recién recibido en su ciudad natal inició un largo camino de tres décadas hacia el poder con un lastre del que, incluso después de su triunfo de ayer, le cuesta despegarse: su baja imagen positiva como líder y su llamativa falta de carisma.
Sin embargo, sus dotes innatas para hacer buenos contactos lo llevaron a ser incluido en las listas de la desaparecida Alianza Popular (AP), donde fue consagrado diputado por Galicia a los 26 años. Ese mismo año, en el que también se produjo el último intento de golpe de Estado, el joven Rajoy tomó una de las decisiones más importantes de su vida política. Convencido de que la etapa democrática no tenía vuelta atrás, resolvió alinearse con los políticos de su partido que buscaban despegarse del pasado franquista, para iniciar el desplazamiento de la AP desde la derecha hacia el centro de la escena política española.
En ese movimiento, que años más tarde terminaría en la disolución de esa fuerza y en la creación del Partido Popular (PP), el hábil político gallego supo mantenerse del "lado correcto" de la evolución de la centroderecha española . Así logró posicionarse entre los cargos más altos al fundarse la nueva fuerza en 1989.
En el comienzo de la siguiente década, Rajoy fue designado por el entonces líder del partido, José María Aznar, como vicesecretario general de la organización. Había pasado a ser, para el asombro de muchos que lo veían como un mero burócrata, el número tres del partido y uno de los hombres de mayor confianza de quien seis años más tarde se transformaría en jefe de gobierno de España.
En 1996, tras el triunfo de Aznar en las elecciones generales, el nuevo presidente premió su lealtad con un puesto central en aquella época: el de ministro de Administraciones Públicas. Terminada su misión en esa dependencia, fue designado ministro de Educación.
Por aquellos años, también llevó a cabo una ansiada conquista personal: se casó, a los 41 años, con Elvira Fernández Balboa, con quien tiene dos hijos: Mariano y Juan.
La reelección de Aznar, en 2000, fue un punto de no retorno para la exposición pública del "funcionario todoterreno", como lo llamaron desde entonces al alto señor barbado que adoraba fumar puros en las reuniones sociales. Apenas inició su segundo mandato, el presidente "popular" redobló su apuesta hacia la figura de Rajoy y lo designó vicepresidente primero del gobierno.
Pero fue su nombramiento como ministro del Interior, al año siguiente, lo que haría sonar y peligrar –al mismo tiempo– su nombre como potencial candidato a presidente.
Por un lado, su decidida vocación y su papel en su política de lucha contra ETA le merecieron un creciente apoyo en la sociedad. Pero, al mismo tiempo, la catástrofe ecológica producida por el hundimiento del buque petrolero Prestige, frente a las costas de Galicia, le significó el primer gran golpe en su carrera política. La demora en la gestión de soluciones ante este desastre natural dejó mal parada su figura ante la opinión pública, aunque el duro revés no alcanzó a sepultarla ante los ojos de Aznar.
En 2003, el presidente apoyó la candidatura de Rajoy para las elecciones del año siguiente, en unos comicios que la gran mayoría de las encuestas daban como un seguro triunfo para el PP. No obstante, el atentado terrorista de Al-Qaeda del 11 de marzo de 2004, tres días antes de la votación, desnudó la inoperancia del gobierno de Aznar, que adjudicó erróneamente el ataque a ETA.
La ola de ataques produjo un vuelco inesperado entre los votantes, que consagraron presidente al socialista José Luis Rodríguez Zapatero y condenaron a Rajoy a transformarse en el jefe de la oposición.
Medidas de ajuste
Desde ese puesto, y a pesar de la derrota, se afianzó como líder del PP y volvió a postularse para presidente en 2008, pero no pudo superar la popularidad alcanzada por Zapatero en aquellos años de prosperidad económica. A partir de ese año, sin un desafío claro a su liderazgo partidario y con el telón de fondo de la peor crisis económica en décadas, Rajoy concentró sus esfuerzos en reclamar fuertes medidas de ajuste en cada una de sus intervenciones parlamentarias como líder del PP y de todo el arco opositor.
Los desaciertos en materia económica de la segunda gestión de Zapatero hicieron el resto del trabajo para que el dicho popular se cumpliera y la tercera, al fin, fuera la vencida.
Así pudo llegar ayer al Palacio de la Moncloa el político que hizo de la tenacidad y constancia el mejor antídoto contra la ausencia de carisma y telegenia. Sólo con eso, ya le basta para marcar diferencias con algunos de sus predecesores, Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar.
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