Rescate en Tailandia: en la escuela de los chicos tailandeses, el desasosiego dejó lugar al júbilo
MAE SAI, Tailandia.– Un póster enorme sobre el lateral del edificio de oficinas sugiere el protagonismo de esta escuela en la epopeya de los 13 de Tham Luang . En la composición destaca la foto del momento en que fueron descubiertos por los buzos británicos, acompañada de las frases impresionadas de aquel diálogo (¿Cuánto tiempo llevan aquí? ¿Cuántos son? ¿13? ¡Brillante!...) y una leyenda entrecomillada atribuida a un tal profesor Franky: "Nunca sabes cuándo vas a necesitar hablar inglés".
Son días convulsos en la coqueta escuela Prasitsart de Mae Sai, una pequeña localidad a escasos 15 kilómetros de la gruta. Seis de los jóvenes futbolistas estudian aquí y en ningún centro se ha vivido con más acento la catarata de emociones: el desánimo por la pérdida, el júbilo con el hallazgo, el desasosiego por la complejidad de la extracción y de nuevo el júbilo con las primeras salidas.
"Saltamos, reímos y gritamos cuando fueron rescatados, corríamos intentando seguir a los helicópteros hacia el hospital", rememora Paradon, de 15 años, sobre el rescate de anteayer.
La escuela se esfuerza en preservar su ritmo cotidiano, aunque ha tenido que suspender varios exámenes porque el clima mental los desaconsejaba. Un equipo de psicólogos da armas a los estudiantes para digerir los giros de guión y luchar contra la ansiedad.
También les aconsejan que eviten preguntar a sus compañeros en el futuro por su experiencia en la cueva para no alimentar su trauma. El rescate exitoso de anteayer disipó cualquier duda aquí sobre su inminente regreso y los ausentes se alegrarán cuando sepan que los profesores diseñaron ya un calendario de clases intensivas privadas para recuperar sus dos semanas de ausencia.
Entre los pulcros uniformes escolares de alegre variedad cromática abundan las fisonomías occidentales con cámaras, libretas y frecuentes vestimentas indecorosas. Las autoridades alejaron al millar de periodistas de la cueva, desaconsejaron hablar a los familiares y acordonaron el hospital, así que sólo aquí se puede buscar ese factor humano que aliña cualquier drama.
La mayoría de perfiles tejidos a base de retales partieron de aquí. Las peticiones han sido tantas que el colegio organiza dos conferencias de prensa diarias con alumnos para que puedan estudiar el resto de la jornada.
Hoy le tocó a Waranchit Kankareo, de 14 años y con cara de querer estar a miles de kilómetros. Espera a sus compañeros Dom, Mick y Pong para recuperar la rutina de jugar a fútbol y comer pollo frito. También revela que visitó cuatro veces la cueva, que ha escrito su nombre en paredes más alejadas de donde fueron encontrados y que no la pisará más.
Tham Luang se revela como un lugar frecuente de juegos para los chicos de la zona. La conferencia de prensa había empezado con preguntas al director que sobrepasaban sus competencias y que despejaba con educadas naderías.
Chatchareeporn Wattanapakdee se ofrece para describir qué siente una madre ante la pérdida de su hijo mientras se agarra con fuerza al brazo del suyo. "Estuve muy preocupada, llorando todos los días, enganchada a la tele. Incluso en la cama me despertaba y consultaba las últimas noticias en el celular", relata.
Schlomi Aroush no parece tailandés ni periodista. El joven israelí de 23 años y su padre, un antiguo buzo, subieron al camión tras escuchar que se necesitaban voluntarios para el rescate. Condujeron 12 horas desde la provincia nororiental de Udon Thani, donde regentan un restaurante de kebabs y otros manjares de Medio Oriente, participaron en la cadena humana que los primeros días acercaba los cables a la boca de la cueva y hoy están para lo que se les pida.
Aroush habla tailandés sin acento y no esconde su devoción por su país adoptivo. "Los tailandeses nunca fallan a la hora de ayudar y nosotros no queríamos quedarnos atrás. Los dos lloramos cuando el buzo tailandés murió, dio su vida por el prójimo", señala. Es la única mención al mártir de esta historia en toda la mañana.
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