Rumbo a una colisión con el poderoso Partido Comunista
HONG KONG.- La escalada simultánea de las manifestaciones y de la polarización que sacuden a Hong Kong está trabando cualquier vía de acuerdo entre los ciudadanos descontentos y el gobernante Partido Comunista de China.
Las protestas, que arrancaron como una crítica a una ley que abría la puerta a la extradición de residentes de Hong Kong para ser juzgados en China continental, han ido tomando la forma de un llamado a elecciones libres, algo que básicamente no existe en China. Para Pekín, sería un desafío directo a su liderazgo, equivalente a perder su control sobre Hong Kong.
Las antes pacíficas manifestaciones se han intensificado al punto de poner en jaque la reputación de orden y eficiencia de la isla. El lunes, los manifestantes colmaron el aeropuerto y paralizaron uno de los centros de tráfico aéreo más activos del mundo.
China también ha endurecido su mano, lo que acrecienta las chances de choques más frecuentes y violentos con la policía. El lunes, un funcionario de Pekín condenó la acción de los manifestantes durante el fin de semana y dijo que eran síntomas tempranos de "terrorismo". Al parecer, la policía también realizó prácticas de gran escala justo cruzando la frontera de Hong Kong, en la ciudad continental de Shenzhen.
"Estamos en una encrucijada", dice Martin Lee, activista prodemocrática y exlegisladora. "El futuro de Hong Kong -el futuro de la democracia- depende de lo que pase en los próximos pocos meses".
La agitación en las calles deja expuesto el conflicto inherente a ese experimento político que es Hong Kong y que empezó cuando China lo recuperó de manos de los británicos, en 1997, un ambicioso intento de maridaje de la marca autoritaria de Pekín con un bastión de las libertades civiles.
El líder chino, Xi Jinping, quiere que Hong Kong se parezca más a una de las ciudades del continente y usa incentivos económicos para comprar felicidad y propaganda para ganar apoyo. Los manifestantes, que representan a un amplio sector de Hong Kong, quieren un gobierno que cuide sus intereses, no solo Pekín, para que resuelva problemas como el astronómico precio de la vivienda y los bajos salarios.
Pero ya ninguno de ambos bandos parece reconocer la problemática del otro.
En los últimos días, los manifestantes adoptaron un tono independentista: "Liberar Hong Kong, la revolución que nos toca". Muchos dicen que el lema manifiesta su deseo de ser escuchados, pero Pekín lo exhibe como evidencia de que los manifestantes son secesionistas.
La situación empezó a polarizarse cuando Carrie Lam, jefa ejecutiva de Hong Kong, impulsó un impopular proyecto de ley de extradición a pesar de la masiva marcha de millones de personas de principios de junio.
Para muchos manifestantes, la decisión de Lam dejó al descubierto la debilidad esencial de una líder que en definitiva responde a Pekín.
"Están tratando de gobernar Hong Kong como gobiernan en China. Pero eso no funciona en una sociedad abierta", dice Michael C. Davos, miembro del Centro Wilson, un grupo de expertos radicado en Washington. "En Hong Kong, cuando presionás a la gente, cuando la reprimís, cuando la ignorás, la gente reacciona".
Pero el abierto desafío de los manifestantes hacia Pekín también ha dejado al Partido Comunista contra las cuerdas. En los últimos días, los manifestantes se mostraron mucho más desafiantes, con quema de llantas, pedradas y destrucción de emblemas del gobierno chino.
El partido está decidido a no mostrar debilidad frente a los tumultos, que rápidamente se han convertido en la mayor muestra de resistencia al gobierno de Xi desde que el presidente tomó el poder, en 2012. El gobierno chino ha deslizado veladas amenazas de una intervención militar en el archipiélago y acusó a los manifestantes de estar preparando una "revolución de colores" con ayuda de Estados Unidos.
"La batalla de vida o muerte por el futuro mismo de Hong Kong es ahora", les advirtió el jefe de la oficina central del gobierno en la ciudad, Wang Zhimin, a los miembros del establishment, la semana pasada. "No es espacio para retroceder".
Mientras China endurece su mano, los políticos prodemocracia más veteranos también enfrentan un dilema.
Las protestas han ayudado a dar nueva vida a su causa, pero si siguen alentando las tácticas cada vez más violentas de los jóvenes corren el riesgo de poner en peligro la vida de los militares y dar pie a una represión más brutal. Durante las protestas ya fueron arrestadas más de 700 personas, 150 de ellas tan solo en la semana pasada.
"El Partido Comunista no olvida ni perdona", dice Steve Tsang, director del Instituto China del Centro de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. "Cuanto más éxito tengan los manifestantes y más avergonzado se sientan Xi y el gobierno de China, más alto será el precio que tendrán que pagar".
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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