Sin cicatrices ni pasado político, Emmanuel Macron captó la energía de Francia con olfato y audacia
El presidente electo de Francia aportó tres elementos decisivos al dinamitado del “viejo mundo”, como él mismo dice
París.- “Sólo se puede conducir un pueblo mostrándole un futuro. Un líder es un vendedor de esperanza”, solía decir Napoleón Bonaparte, que fue emperador a los 35 años. Doscientos doce años después, amante de las citas, Emmanuel Macron, el hombre que se apresta a dirigir los destinos de Francia durante los próximos cinco años, parece haber aprendido la lección.
Su triunfo probablemente reside en esa extraña capacidad. Porque el optimismo, la insolencia de su buena estrella o los defectos de sus adversarios no bastan para hacer presidente a un hombre de 39 años. El secreto de su victoria fue haber sido capaz de captar la energía de un país. Una energía que no encontraba forma de expresarse en los partidos tradicionales.
También tuvo suerte. “Emmanuel parece tener un abono permanente con la providencia”, bromea su amigo, el politólogo Alain Minc. La lista de guiños de la ventura es considerable. Fracaso de Alain Juppé, desistimiento de François Hollande, calificación de Benoît Hamon, escándalos de François Fillon. Como si sus adversarios se hubiesen puesto de acuerdo para dejarle libre el espacio y facilitarle la tarea, en un gigantesco suicidio colectivo.
“Yo creía que el Mar Rojo se abría solo en la Biblia”, ironizó durante la campaña el ministro socialista Jean-Marie Le Guen. Y bien, no.
Pero, para estar a punto de entrar en el palacio del Elíseo a los 39 años, para hacerlo sin cicatrices y sin pasado político, es necesario algo más. Emmanuel Macron aportó tres elementos decisivos al dinamitado del “viejo mundo”, como él mismo dice.
Antes que nada tuvo olfato. Sintió que los partidos tradicionales que gobernaron Francia durante los últimos 40 años estaban al borde del abismo y que los franceses no soportaban más la división con frecuencia artificial entre el Partido Socialista (PS) y Los Republicanos (LR).
Su segunda virtud fue el coraje. O la fe ciega en su propio destino. En todo caso, aceptó el riesgo. A fines de agosto, Emmanuel Macron abandonó el confort de su cargo ministerial y renunció al gobierno.
“Fácil para quien hizo fortuna en la banca Rothschild”, ironizan sus detractores. Pero hecho rarísimo en política, y eso basta.
Olfato y audacia, a lo que es necesario agregar un savoir-faire en un terreno sobre el cual, por definición, no conocía nada.
Tercera cualidad: un procedimiento inédito. En la Francia antipolítica que fue capaz de ver, Emmanuel Macron creó, hace exactamente un año, un movimiento. No un partido, un “movimiento”. Porque el marketing no tiene para él ningún misterio, lo bautizó ¡En Marcha! y lo convirtió en una fuerza arrolladora en la narices de todos aquellos que se reían de él.
Y en ¡En Marcha! participa quien quiere. Macron creó instrumentos pedagógicos para que los voluntarios organizaran reuniones de trabajo y discutieran el proyecto. La gente se habla, se conecta, construye una Francia del mañana. Realidad o ilusión, qué importa. En un año, Macron reunió 250.000 adherentes, distribuidos en todo el país y decididos a inventar un tono nuevo prestado de los startuppers, que envió a los demás partidos, los verdaderos, a la antigüedad.
¿Acaso todo eso basta para gobernar? En todo caso, Emmanuel Macron ofrece lo mejor de la social-democracia: joven, calmo, moderado, dotado de una experiencia expeditiva pero fina y, sobre todo, una visión general de las cosas del mundo construida con los mejores maestros y lecturas. Su programa quiere a la vez corregir el retraso francés, rápidamente pero sin dividir, y alentar una “civilización del capitalismo social” que parece indispensable.
Hay sin embargo un problema: la campaña electoral, violenta y extenuante, endureció considerablemente el clima social. El humor de los franceses se ha vuelto sedicioso, la violencia está a flor de piel, dispuesta surgir en cualquier momento. Los líderes populistas de extrema derecha como de extrema izquierda, derrotados, solo tienen un objetivo en mente: atizar el fuego de la protesta.
El futuro presidente parece haberlo comprendido perfectamente. Hoy, frente a los franceses que lo votaron —sobre todo ante aquellos que lo hicieron sin creer en él— le incumbe la gigantesca responsabilidad de estar a la altura del desafío. Adepto a las citas, Emmanuel Macron podría meditar en esta frase pronunciada por Charles-Maurice de Talleyrand: “El momento más difícil no es el de la lucha. Es el de la victoria”.