Sorpresa y patriotismo entre los surcoreanos
SEUL.- Pocos entendían lo que veían. Las pantallas en las calles, en los subtes, en los trenes, en los lugares públicos o en los locales de electrodomésticos mostraban un enfrentamiento armado en el Mar Amarillo entre buques de Corea del Norte y Corea del Sur. Otra vez la guerra, se pensó. Otra vez el horror.
Cuando Corea del Sur se preparaba para la fiesta futbolística, una extraña noticia modificó 47.000.000 de sensaciones. Nadie quedó ajeno y, por tal motivo, el líder de los Red Devils (la hinchada del seleccionado coreano) pidió a través de un megáfono que todos los simpatizantes entonaran "Peace Corea" (Paz a Corea)... y nadie se calló. Ni en el estadio ni en las calles.
En cada rincón del país se vivió un momento de conmoción, en el que los sentimientos hacia aquel invasor de 1950 volvieron a aparecer. "Corea del Sur no quiere la guerra. Nosotros somos un país pacífico, que intenta borrar el pasado y escribir un nuevo presente. Ellos siempre buscan problemas, pero no los van a encontrar", comentó Choi Lee enfundada en una bandera coreana que había sacado para alentar al seleccionado de su país durante el partido con Turquía por el tercer puesto de la Copa del Mundo, pero que, a su vez, le sirvió para rendirle homenaje a los soldados caídos.
Desde que el seleccionado se presentó en el Mundial de Fútbol a los coreanos los dominó un sentimiento nacionalista pocas veces visto, que tuvo como punto de gestación la sencilla condición de sentirse superiores a Japón, China y Corea del Norte.
Fervor nacionalista
Por ese éxito se sienten orgullosos de ser surcoreanos y son capaces de convertir la bandera en la tela de moda. Por este momento especial que viven tomaron al enfrentamiento en el Mar Amarillo de una manera distinta. "Mis padres ni siquiera estaban en los planes de mis abuelos cuando ocurrió la guerra y poco conozco de ella; pero así como a usted no le gusta que le entren en su casa, a mí no me gusta que invadan mi país", dijo Jung Lee, un estudiante de 19 años.
Algunos consideran el incidente un acto aislado que no desencadenará una guerra; otros, en cambio, lo definen como una reacción grave que impedirá avanzar hacia una paz definitiva. Es más, creen que la visita del presidente de Corea del Sur, Dae Jung Kim, a Corea del Norte, en 2000, que le valió el Premio Nobel de la Paz, y aquel recordado ingreso en conjunto de las delegaciones de uno y otro país en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 quedarán en el recuerdo como un buen intento de reconciliación. El tiempo tiene la palabra.
Pero lo que más duele es que algunos temen que de ahora en más se cortarán los reencuentros de las familias que fueron separadas por la guerra. Aún recuerdo a aquel grupo de 20 personas que, hace 15 días, en el aeropuerto de Incheon, se preparaba para revivir uno de los momentos más importantes de sus vidas. Sus rostros pétreos llamaban la atención y en sus miradas uno alcanzaba a percibir el miedo y la sorpresa que los apoderaban. No podía ser de otra manera; del otro lado estaban esos seres queridos que no veían desde hace medio siglo.
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