Temen en Bolivia que haya un nuevo estallido de violencia
COCHABAMBA, Bolivia.- "Nuestra diversidad es nuestra fuerza", dice un gran cartel que llama la atención al llegar a Cochabamba. Aunque muestra las caras sonrientes de niños indígenas, el mensaje se siente casi como una amenaza en este país que vive en estado de máxima tensión por una crisis de resultados imprevisibles.
No pasa inadvertido, sobre todo, porque desde el conflicto de hace tres meses, que dejó 33 muertos en La Paz -provocado por la intención del gobierno de crear un impuesto a los salarios-, la incertidumbre sobre el destino de Bolivia continúa en aumento. Y alcanza su punto máximo en esta ciudad donde concentra su poder Evo Morales, líder de los cocaleros y del principal partido opositor al gobierno.
"Hay peligro de que se repita una cosa igual o peor", advirtió a LA NACION el director del diario Los Tiempos -el más importante de Cochabamba-, Fernando Canelas. Y agregó que "no descartaría" la posibilidad de que el presidente, Gonzalo Sánchez de Lozada, se viera obligado a terminar su mandato antes de tiempo, como Fernando de la Rúa.
Canelas opina que Morales, que en las elecciones de hace sólo diez meses estuvo muy cerca de convertirse en el primer presidente indígena en la historia de Bolivia -su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), obtuvo menos de dos puntos porcentuales que Sánchez de Lozada-, sólo se propone "desestabilizar" el país.
Población dividida
Aunque algunos mantienen la esperanza de que se logre un "pacto social", el escepticismo parece reinar en esta ciudad de 800.000 habitantes, gobernada durante ocho años por el millonario populista de derecha Manfred Reyes Villa, que en las últimas elecciones presidenciales se ubicó tercero. "Manfred tuvo éxito en barnizar la ciudad, pero no en los aspectos sociales", observó Canelas.
Eso es evidente. Desde su oficina, ubicada en el piso 11 de uno de los edificios más altos de Cochabamba, la ciudad se ve muy tranquila al atardecer. Pero a la noche no es tan calmo el clima en la plaza central, donde decenas de personas participan en una especie de asamblea. Y menos aún al día siguiente, cuando es rodeada por cocaleros que rechazan la creciente sustitución de los cultivos de coca por otros menos rentables en la región del Chapare, a sólo dos horas de aquí.
"Les pagan 50 (pesos) bolivianos por día (unos 6,5 dólares) para que marchen. A la noche hacen sus vigilias en la plaza, donde comen, beben y mascan coca", dice Martín Terrazas, gerente de un hotel de cinco estrellas local.
Mientras guía a un grupo de periodistas argentinos por la ciudad, invitados para promocionar a Bolivia, Terrazas sostiene enojado que los cocaleros "son 5000 familias que perjudican la imagen del país", que se esfuerza por fortalecer su industria y aumentar las exportaciones. "Están dividiendo a la población, porque los bolivianos no queremos coca, no nos interesa ese negocio", asegura.
Terrazas tampoco ahorra críticas para Sánchez de Lozada, quien "cualquier día se va a ir a su casa, como ha pasado en la Argentina". "El "Goni" se ha rodeado de sus amigos y no de los tecnócratas que debería para mejorar la situación", opina, y observa que desde el conflicto de febrero, "hay un ambiente raro en Bolivia".
De hecho, Sánchez de Lozada afirmó el mes pasado que defendería su gobierno incluso "con las armas", ante un supuesto golpe de Estado que, según la embajada de Estados Unidos, estaba gestando Morales. Y hace pocos días los obispos de Bolivia advirtieron que "se corre el gran riesgo no sólo de que se repitan, sino que se agudicen" los hechos de febrero.
Incluso en las reuniones sociales se comenta -como en la Argentina durante los últimos meses del gobierno de De la Rúa- que el presidente tiene un estilo demasiado lento para responder a la crisis, y hasta se sugiere que tiene problemas de salud.
Analistas consultados por LA NACION afirmaron que los pronósticos más dramáticos no se cumplieron hasta ahora porque "no hay alternativas" al actual gobierno, una coalición entre el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), de Sánchez de Lozada, y Movimiento Izquierdista Revolucionario (MIR), de Jaime Paz Zamora.
"El gobierno se sostiene sobre la base del miedo, porque se teme que pueda venir algo peor", observó Tuffí Aré Vásquez, jefe de redacción del diario El deber, de Santa Cruz de la Sierra.
El analista Jorge Lazarte coincidió en que "el mejor argumento para el gobierno es que nadie sabe qué puede venir", en tanto que el periodista Humberto Vaca Flor afirmó que "nadie quiere un golpe, ni Evo ni los militares, porque ni ellos saben qué hacer" para mejorar la situación del país.
Eso se nota en la plaza 14 de septiembre, donde casi nadie quiere hablar sobre política. Los lustrabotas y las cholas que conversan al sol -indígenas como el 80 por ciento de la población del país-, se limitan a sacudir la cabeza cuando se les pregunta sobre los cocaleros. Mientras dibuja mapas de Bolivia para vender a los colegios, Cristóbal Hurtado Gómez explica que callan porque en la plaza "hay gente infiltrada del gobierno".
Ellos también tienen miedo.
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