Todos ganaron, menos la paz
MADRID.- Un soldado israelí a cambio de 1027 presos palestinos es una singular proporción, desmesurada incluso para el nivel habitual de desproporción de las relaciones entre israelíes y palestinos (recordemos otra desproporción célebre: durante la ofensiva a Gaza de 2008, se estima que murieron 1434 palestinos y 14 israelíes).
Sin duda, la cantidad de presos palestinos liberados logra distraer la atención de las ausencias cualitativas, si es que así puede hablarse, entre las que se cuentan los dirigentes de los principales partidos palestinos.
Khaled Meshaal, responsable del buró político de Hamas, con sede en Damasco, parecía tenerlo en mente cuando hace una semana, al anunciar el acuerdo de intercambio de prisioneros con Israel, insistió con retórica islamista en la importancia del número sobre los nombres y los detalles, que no proporcionó, o que tergiversó, como cuando afirmó que todos los presos volverían a sus hogares cuando en los hechos a varios les espera el exilio en Turquía y en Qatar. Desde el punto de vista de Hamas, el número arrasa y la espectacularidad triunfa.
La historia de las negociaciones entre palestinos e israelíes está trufada de grandes gestos que conducen a una nada cada vez mayor, una nada gigantesca en términos de paz y justicia. Y aunque este gesto actual carezca, al menos por ahora, del almibarado apretón de manos entre enemigos, tiene propiedades ya muchas veces vistas. Sirve para que los extremos se toquen y deslumbren los fuegos artificiales.
Son evidentes los beneficios para los principales protagonistas y enemigos, Hamas y el gobierno israelí.
La victoria de Hamas es sobre el partido Al-Fatah, rival en la política interna palestina. Le arrebata el protagonismo nacional e internacional que había cosechado en la ONU con la solicitud de reconocimiento de Palestina como Estado miembro.
Las calles de Gaza, a diferencia de las de Ramallah, sede de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), no pudieron festejar el discurso del presidente palestino, Mahmoud Abbas. La policía se encargó de ello, así como de impedir las conexiones de las antenas parabólicas en los cafés.
Promesa
La victoria de Benjamin Netanyahu también lo es sobre sus enemigos internos y externos: cumple una promesa electoral muy popular y, sobre todo, le muestra al mundo su supuesta cintura negociadora, su amor a las negociaciones bilaterales que él tanto ha reclamado a la ANP con motivo de la iniciativa de Abbas en la ONU.
Pero hay otros dos actores, a su manera exitosos, en este escenario: Egipto y Siria. Su papel apenas ha trascendido, pero indica que sólo hay lugar en Medio Oriente para aquellos que aceptan que nada cambie en Palestina. O en el mundo árabe, que viene a ser lo mismo.
La mediación del Consejo Nacional de Transición egipcio, sucesor en el poder de Hosni Mubarak, deja entrever dos líneas fundamentales de su política: la colaboración con el islamismo oficialista de los Hermanos Musulmanes y la renovación de las relaciones preferentes con Israel.
Mubarak nunca le hubiera dado este protagonismo a Hamas; el dictador depuesto buscaba sus aspiraciones regionales en Washington. La combinación de Hermanos Musulmanes más Israel es de mal agüero para el pluralismo y la libertad con que soñó la plaza Tahrir en enero pasado.
Por su parte, el régimen de los Al-Assad ha sido el sostén de Hamas desde que en 1999 sus dirigentes tuvieron que abandonar Jordania. Extraño entendimiento: un régimen laico, represor de sus islamistas, que apoya a una organización de ese signo. Unidos gracias a Israel contra Israel. Pocas y tardías han sido las palabras de Hamas en apoyo de la primavera siria. Y ahora, justo cuando el régimen de Damasco está al borde del abismo, la formación palestina logra un éxito del que, cuando menos, cabe pensar que también se beneficia su mentor.
La conclusión de este canje histórico es que hay demasiados ganadores y muy poca política: no significa nada en la solución del conflicto de fondo entre palestinos e israelíes.
© El País, SL
Luz Gómez García
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