Tono, contenidos y gestos maquillados para la ocasión
WASHINGTON.- El presidente que vimos anteanoche es el que emerge en las ocasiones especiales, el presidente de la voz suave y bien modulada. Sin gritos, sin grandes ademanes ni una mención al “terrorismo islámico radicalizado” ni a “una red de salvajes sin ley”.
Por el contrario, el Donald Trump que anteanoche dio su primer discurso sobre el Estado de la Unión prefirió hablar de Estado Islámico (EI). No les dedicó ni una palabra a sus opositores ni a sus críticos. El hombre que ascendió al poder sobre una ola de retórica incendiaria sonaba como si le hubieran dado un vaso de leche tibia.
Con tono amable y lenguaje moderado, este presidente tocó una nueva fibra que apela al bipartidismo: “Sufrimos inundaciones, incendios y tormentas”, dijo sobre su primer año de gobierno. “Pero en medio de todo eso, vimos surgir la belleza del alma norteamericana y el acero de que está hecha la columna vertebral de Estados Unidos”.
Trump se sigue jactando de romper con la tradición, pero tanto por el tono como por el contenido del mensaje se comportó bastante como el político que dice no ser. “Este es el nuevo momento de Estados Unidos”, dijo desplegando el tipo de retórica que podría usar cualquier presidente. No le habló a su base electoral, sino a “todos ustedes, juntos, como un equipo, como un pueblo, como una gran familia norteamericana”.
Trump fue elegido como un antipolítico no-ideológico con pasión por el lenguaje directo, por no decir burdo. Pero un repaso por sus discursos escritos del último año revela el desarrollo de una retórica más sutil en los eventos oficiales. Para el discurso del Estado de la Unión y otras ocasiones formales, el lenguaje de Trump, sin dejar de ser más simplón y directo que el de la mayoría de los presidentes, está muy lejos de esa voz hiriente y a veces maliciosa que usa en Twitter, o del descarnado populismo al que apela para ganarse a las masas en los actos.
Ese lenguaje moderado fue evolucionando. En las primeras semanas de su presidencia, Trump todavía no había logrado establecer una frontera clara entre Twitter –donde les ponía apodos ridiculizantes a sus opositores y hacía campaña contra las “noticias falsas”– y lugares como el Ala Este de la Casa Blanca o el recinto de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos.
Luego de jactarse durante décadas de su habilidad para adaptarse en función de la situación, durante el último año Trump ha desarrollado tres roles notablemente diferentes: el Trump de Twitter es descarado, directo y mordaz. El Trump de todos los días es más reservado, pero aprovecha su habilidad para hacer volar por los aires los rituales diarios de Washington con bombas retóricas. Y el Trump de los eventos especiales lee rígidamente en el apuntador electrónico, baja el tono de su lenguaje y es el que más llega a sonar como un presidente tradicional.
En los discursos formales, Trump es diferente porque se aparta claramente del estilo errático, fervoroso, irritante y visceralmente populista de los mitines que tanto le gustan. Ante el Congreso o en apariciones con líderes extranjeros, Trump altera su voz, volumen, retórica y lenguaje corporal. Controla más el movimiento de los brazos y limita el uso de exhortaciones a menudo improvisadas por un “créanme”. Es más tranquilo, delicado y cortés.
El contenido y el estilo se fusionan cuando utiliza ese vocabulario más diplomático que sus predecesores consideraban el lenguaje habitual de un presidente.
En pasajes que funcionarios de la Casa Blanca atribuyeron a Stephen Miller, el autor de varios de los discursos de Trump, a veces el presidente alarmó a su público con un tono más escabroso y lúgubre que el que los estadounidenses están acostumbrados a escuchar de parte de su presidente.
Anteanoche, la mayor parte del discurso evitó los verbos de destrucción y los adjetivos viscerales que había utilizado en el pasado.
Alarde
Trump nunca ha sido un orador elocuente. Ridiculizaba a los políticos que elaboraban sus discursos con un cuidado artesanal y luego los leían con la ayuda de un apuntador electrónico. Alardeaba de su capacidad para improvisar durante horas y se jactaba de haber “escrito” sus libros hablando unas horas con un escritor fantasma. Durante mucho tiempo argumentó que el lenguaje llano y cotidiano y las ideas simples siempre triunfarán sobre la retórica pomposa.
Y Trump a veces parece mucho más cómodo con las exageraciones de un vendedor que con la cautela de un hombre de Estado. “Las industrias que agonizaban volverán a la vida haciendo rugir sus motores”, dijo hace un año. “Nuestra terrible epidemia de drogadicción… finalmente va a detenerse”.
Anteanoche no dio ninguna garantía parecida. Después de un año de vivir la realidad de ser presidente, matizó esa promesa. “La lucha –dijo– será larga y difícil”.
Traducción de Jaime Arrambide
Marc Fisher
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