Tras 20 años bajo la órbita china, Hong Kong busca su propia identidad
Martin Chung nació en Hong Kong hace 34 años. Tenía 14 cuando el 1° de julio de 1997 la ciudad cambió de protector y en las calles dejó de flamear la bandera azul tradicional con la insignia de Gran Bretaña, para ser reemplazada por una colorada con la flor Bauhinia blanca en el centro. Como muchos de su generación, recuerda que su familia tenía miedo por el traspaso.
"Teníamos miedo por la situación, que no era clara, y miedo de ser gobernados por los comunistas de China. Como muchas otras familias decidimos irnos a Canadá en busca de seguridad. Australia, Nueva Zelanda, Gran Bretaña y Estados Unidos era otros de los destinos más buscados", cuenta Chung a LA NACION.
La crisis económica de 1997 que afectó a toda Asia tampoco ayudó a apaciguar el pánico por la incertidumbre del futuro. Para recuperar la confianza en los residentes de Hong Kong, China destinó cuantiosas inversiones en la región y ayudó a la ex colonia británica a suavizar la recesión económica. "La integración entre ambas economías, en cuanto al flujo de personas, servicios y capital, permitió una rápida recuperación y un nuevo comienzo de prosperidad", señala Y. C. Chan, profesor de la Universidad Politécnica de Hong Kong.
"Después de un tiempo, todos los que nos habíamos ido comenzamos a regresar, seducidos por las oportunidades económicas y porque al principio el gobierno chino mantuvo su promesa de respetar la doctrina «Un país, dos sistemas»", dice Chung. Dicho principio, que fue la base de las negociaciones entre Gran Bretaña y China, fija que Pekín es responsable de la defensa y de las relaciones exteriores de la ciudad. A su vez, Hong Kong goza de autonomía limitada y de libertades civiles, incluyendo un Poder Judicial independiente y una prensa libre, cuestiones impensadas para el resto de los distritos.
Lo más importante era la independencia económica de Hong Kong, cuyo capitalismo se diferenciaba del socialismo de China.
Con los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 a la vuelta de la esquina, los ciudadanos de Hong Kong festejaron genuinamente los 10 años de unificación. "Teníamos mucho orgullo de pertenecer a China; al país le estaba yendo bien y encima había una sensación de nacionalismo por la preparación para las olimpiadas", admite Chung.
Sin embargo, cuando se cumplen 20 años del traspaso, la situación es otra, y así se lo hicieron notar los hongkoneses enojados al presidente chino, Xi Jinping, que el jueves aterrizó en la ex colonia inglesa por los festejos de reunificación, por primera vez desde que asumió el poder en 2012.
Desde 1997, 940.000 personas de China continental se instalaron en Hong Kong en busca de un mejor nivel de vida, a pesar de que la ciudad tiene una distribución del ingreso muy injusta y uno de los coeficientes de Gini más altos entre las sociedades desarrolladas.
Los hongkoneses, en tanto, se quejan de una mayor intromisión del Partido Comunista en la región administrativa especial. Cuando Pekín recuperó el control sobre Hong Kong, después de más de 150 años de soberanía británica, el gobierno prometió a los residentes que a partir de 2017 elegirían a su jefe de gobierno mediante elecciones libres. Hasta entonces, el Poder Ejecutivo surgía de un comité de 1200 miembros, formados en su mayoría por representantes de la elite de Hong Kong, simpatizantes del gobierno nacional.
En 2014, el Partido Comunista confirmó el mecanismo de sufragio universal, pero anunció que los candidatos iban a ser seleccionados previamente por el gobierno nacional. Las protestas no se hicieron esperar y, liderados por movimientos estudiantiles, decenas de miles de personas salieron a las calle tras sentir traicionada su independencia política, un hecho casi inédito en China continental.
La movilización, llamada la "revolución de los paraguas" porque el utensilio sirvió como escudo de defensa frente al gas lacrimógeno que arrojó la policía, marcó una nueva etapa en la relación entre Hong Kong y China y despertó el espíritu democrático entre los más jóvenes.
Identidad
Asimismo, a medida que la influencia de Pekín se ha ido expandiendo en Hong Kong, cada vez menos residentes de la ciudad se sienten identificados con China. "La tendencia más interesante entre las nuevas generaciones de hongkoneses es que cada vez más de ellos se identifican sólo en términos de Hong Kong, no dentro de una China más amplia. Las encuestas sugieren que esta identidad despegó entre los jóvenes después de 2008, y podría presentar un grave problema a largo plazo para China continental", advierte Christopher Beddor, de Eurasia Group.
Pero la idea de una Hong Kong independiente de China es aún muy lejana. Principalmente, porque es casi imposible que el Partido Comunista lo acepte. Además, la elite del enclave se ve beneficiada con el constante crecimiento económico del gigante asiático. Por lo pronto, la sociedad de Hong Kong se encuentra muy dividida en sus opiniones sobre el tema.
"Todos pensábamos que China iba a cambiar hacia un país más democrático, pero es al revés, Hong Kong está cambiando y no sabemos qué va a ocurrir. Muchos de mi generación están pensando en mudarse a otro país si el clima político se torna más inestable. Habían prometido que iban a respetar los derechos", reflexiona Chung.
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