Tras la revolución, una nueva batalla
EL CAIRO.- Ya sea a través de elecciones, protestas, la formación de gobiernos o la lucha armada, los países árabes de un arco que va de Libia hasta el Golfo se están involucrando más que nunca ya no en intentos de derrocar a sus líderes, sino para dar forma de manera decisiva a los poderes que los sucederán.
El epicentro de esa lucha fue la emblemática plaza Tahrir, en El Cairo, donde el movimiento de protesta cobró nueva vida y hubo decenas de muertos. Algunos saludaron los hechos como una nueva revolución, o la apertura de un nuevo frente de batalla de la anterior. Pero sería más adecuado llamarlos el final del principio, pues en el lapso de apenas una semana los sucesos que se desencadenaron tanto en Egipto como en toda la región parecen tener tanto potencial como la explosión de optimismo que significó la erupción de la revuelta, hace 11 meses.
"En enero, era un levantamiento contra la dictadura; ahora, es el levantamiento contra los restos de esa dictadura", dijo Sateh Noureddine, columnista del diario libanés Al Safir. "La caída de regímenes no fue una revolución, sino apenas un modo de sentar las bases para la primavera árabe. Para tener libertad y democracia, hace falta más tiempo."
Si bien nadie esperaba que los levantamientos avanzaran sin dificultades, la situación nunca estuvo tan en movimiento como ahora, con posibilidad de fragmentación, derramamiento de sangre y caos. Mientras muchos analistas describen estas perturbaciones como un inevitable ajuste de cuentas con el legado de la dictadura, otros temen que a la región le esperen años de inestabilidad hasta que surjan las instituciones que puedan reemplazar ese orden estanco que ejerció el dominio durante tanto tiempo, con apoyo norteamericano.
Hay temor al caos, pero también hay esperanza de que la revolución se convierta en realidad. En algunos lugares, como Egipto, la batalla es tan encarnizada que las fuerzas reaccionarias (los militares) parecen más decididas que nunca a resistir.
"Lo que estamos presenciando en el mundo árabe es un estado de pánico", escribió el columnista libanés Fadel Shallak. "Los gobernantes tienen miedo de su pueblo, las elites tienen miedo de los pobres, la clase media tiene miedo de la clase baja."
Las elecciones de octubre en Túnez, consideradas un modelo a seguir, fueron una impecable muestra cívica. Pero fueron una excepción, mientras el resto de la región está empezando a vivir turbulencias.
El presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, accedió la semana pasada a presentar su renuncia, pero las fuerzas de ese país que llevan adelante la batalla siguen en las trincheras.
Por su parte, los ex rebeldes de Libia formaron gobierno, pero enfrentan el desafío de reconciliar a diferentes regiones que actúan como ciudades-Estado con milicias propias.
El ansiado informe sobre la represión de las manifestaciones chiitas de Bahrein finalmente salió a la luz. Y Siria se encontró en su momento de mayor aislamiento, con informes que indican que podría estar perdiendo el control del interior del país.
En Egipto, la primera ronda de elecciones para conformar el nuevo Parlamento comenzará hoy, pero la lucha entre los manifestantes y los militares amenaza con opacar el acto electoral (ver aparte). Aunque algunos, en especial los islamistas, temían que en Túnez emergiera un Estado fantasma, en ningún lugar ese fenómeno es tan pronunciado como en Egipto, donde los militares apuestan a que una silenciosa mayoría termine por cansarse de la prolongada incertidumbre en el país.
Al igual que en Egipto, el miedo sigue estando presente en muchas de las transiciones. La semana pasada, el informe del Grupo de Crisis Internacional advirtió que la crisis en Siria "indudablemente ha ingresado en su fase más peligrosa".
"En Damasco el miedo es evidente, basta mirar a las personas a los ojos", dijo Makarem, un empresario de 30 años que sólo dio su nombre de pila. "Cada día son más los que se oponen al régimen, pero ellos también tienen miedo de lo que pueda ocurrir."
Riesgo de implosión
En Libia, las promesas de la revolución han chocado con titubeantes esfuerzos para establecer un gobierno. El flamante primer ministro nombró a dos líderes de las milicias de Zintan y Misurata en los ministerios de Defensa y de Interior, una jugada que pareció destinada tanto a doblegar la obstinación de esas ciudades como a equilibrar el poder que representan.
En Yemen, según los analistas uno de los países con más probabilidades de hacer implosión, Saleh aceptó alejarse del poder después de 33 años. Pero las protestas no paran, y los manifestantes están furiosos por el acuerdo que le garantizaría inmunidad. La oposición defiende ese acuerdo y alega que era la única manera de evitar una guerra civil.
La celebración mundial por los levantamientos en Egipto y Túnez ha dejado lugar a un cuadro mucho más complicado. Los Estados del Golfo y la cadena Al-Jazeera apoyan los alzamientos sunnitas en lugares como Siria. Mientras tanto, Irán y Hezbollah, ambos musulmanes sunnitas, ofrecen su apoyo al movimiento de oposición liderado por los chiitas en Bahrein, uno de los principales aliados de Estados Unidos.
Y en un nuevo giro, Arabia Saudita vivió la semana pasada las protestas de su propia y disgustada minoría chiita de Qatif, una rica región petrolera del Este.
Traducción de Jaime Arrambide
Anthony Shadid
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